Por Sebastián Vázquez Ferrero
Hace no mucho, un conocido me dijo que le agrada el muy mediático economista Milei, y hoy veo que este personaje está de moda. Especialmente gusta entre varones de mediana edad, a quienes supongo les agrada su estilo suelto, violento, en lo que aparenta ser un Ivo Cutzarida de la economía: “Corta la bocha”. Lo que muchos creo no se detienen a observar es que está muchísimo más cerca de Cutzarida de lo que imaginan. Sin gradualismos.
Hace un par de días, este hombre tuvo un exabrupto insultando salvajemente a una periodista de Radio Caput, arengado por el diputado Olmedo, que no deja de arroparse en camperas amarillas y trabajo esclavo. Tal episodio llevó a que lo declararan persona no grata en una localidad, cosa que me sorprende no ocurra más seguido. Miro el episodio en Youtube, y los comentarios lo justifican hablando del conocimiento del economista y la ignorancia de la periodista.
Como académico, como caballero y como docente, me exaspera ver el refugio en la autoridad de supuesto saber para el maltrato sobre cualquier persona. He tenido clases con profesionales destacadísimos a nivel internacional, y he visto hacérseles preguntas que desentonan un poco y avergüenzan a buena parte del público. Lo que siempre vi a los verdaderos genios es que saben responder con altura, cuidado y contenido. Sí, inclusive cuando la pregunta es una chicana. Nunca, nunca respondiendo de mala gana o con agresión.
Lo que Milei hizo con la periodista confirma lo que cualquiera sospecha: este hombre de ojos claros y pelo ridículo es apenas un Facundo Manes de la economía. O sea, una revisada a su curriculum permite ver que cuenta con numerosas publicaciones. Pero no es un académico destacado ni un Premio Nobel, sino que es un referente mediático, lo que se
verifica al revisar que no tiene doctorado, tampoco está en CONICET, ni participa de los circuitos más exigentes de la academia (como sí puede decirse de otros economistas, como Kicillof y Domingo Cavallo, que hicieron sus doctorados y uno es miembro de CONICET y el otro obtuvo su maestría en Harvard).
O sea: Milei no se anima a medirse contra sus pares, apenas es gritón cuando el público no es experto en su campo. Me tomé el tiempo para ver la entrevista que le hizo Luis Novaresio hace un par de días, no sin un reliverán a mano. Empezaré por lo más sencillo, que es el terreno de lo moral: en ese sentido, el planteo «liberal libertario» me resulta simplemente un elogio del egoísmo y la avaricia. Una supresión absoluta de la
solidaridad, del interés y cuidado por los pares. El individualismo pueril de alguien a quien en el jardín de infantes no le enseñaron a repartir sus galletitas con los demás. No habla de cómo sobrevivirán los huérfanos, los que necesitan ayuda, ni los discapacitados. En su discurso no están, y en su modelo de darwinismo egoísta claramente no merecen existir.
Plantea la absoluta abolición del Estado, diciendo que la educación no sirve porque las pruebas PISA dieron mal (como si ese indicador pudiera ser global de todo el sistema educativo nacional argentino, una falta de rigurosidad gravísima), la seguridad no sirve porque el país “es un baño de sangre” (de nuevo, sin dar un dato), y la salud está en crisis hace tiempo (tercera vez que hace una generalización groseramente deshonesta). Y repite que el problema son los impuestos, que te sacan tus sacrosantos bienes. Obviamente, el único derecho que para él vale es ese último.
No habla de la gente desempleada, de jubilados, de pensionados, trabajadores en negro ni precarizados. Menciona mentirosamente a los políticos ricos de nuestro país, cuando cualquier persona informada sabe que los empresarios más ricos son quienes concentran una enormidad de los ingresos. Cuando habla de la prostitución desde su paradigma, no parece percibir la esclavitud y explotación sexual como una realidad. Como siempre, habla de beneficiar únicamente a un estrato de la sociedad, con el canto de una sirena furiosa que seduce a quienes no se dan cuenta de que pudieron tener salud, educación y mil beneficios más gracias al Estado.
Acá es donde falla el planteo económico, a mi gusto: el tipo no explica cómo se evitarían los monopolios, por un lado. Y por el otro, cae en la falacia de “Ningún verdadero escocés”;
básicamente, para Milei todos menos él son keynesianos malvados. Cualquier acercamiento a su modelo nunca es suficiente, y por ende el mismo sale indemne. Aunque haya habido ministros que claramente achicaron el Estado y otros que lo agrandaron, para él nunca alcanza a ser motivo de contraste; lo único que podría ser una medida viable es por ejemplo cerrar el Banco Central, algo tan escandaloso que el mismo Novaresio se ve obligado a repreguntarle dónde es así, sin poder conseguir respuesta.
Para Milei, todo es lo mismo: Cavallo, Kicillof, Dujovne, Martínez de Hoz, todos
keynesianos. Tilda al papa de comunista. No sólo es un provocador, es un personaje que se jacta de su incapacidad para diferenciar a todos menos él. Cuando le preguntan sobre a quién rescata de los referentes económicos actuales de nuestro país, destaca al diputado Olmedo porque lo apoyó a él. A Narciso le hubiera dado vergüenza tanta vanidad, y a cualquier académico le huele a simple desconocimiento del entrevistado.
En un momento procede a pedir disculpas por su exabrupto contra la periodista unos días atrás, para después rápidamente justificar el maltrato diciendo que ella “era ignorante”, y “para torear al conferencista tenés que saber”. Como buen machista, esboza una disculpa tan falsa como el modelo económico que propone, careciendo de evidencia empírica. Si miramos su curriculum nos damos cuenta dónde están sus intereses y aparece la verdad: fue asesor de las AFJP y el corruptísimo HSBC, que fugó dinero a mansalva y fue investigado durante la gestión anterior.
Milei no es un “externo” ni un «ajeno»; formó clara parte de los circuitos financieros y económicos que chupan la sangre de ese Estado que tanto detesta, siempre asesorando a los ricos para sacarle a los pobres. Pero la verdad es que el verdadero meollo que me impactó con plena repugnancia sobre este tipo fue su absoluto descrédito por la humanidad, una misantropía que solamente puede darse cuando abreva en el pozo inagotable del egoísmo más descarado. Es de público conocimiento que este economista detesta a sus padres (acaso porque su padre conductor de autobús no es el ideal libertario) y no se habla con ellos, y destaca en la entrevista que al único que quiere es a su perro, Conan. Lo menciona con una regularidad impresionante, entre amantes que no amó (como buen misógino, fanfarronea de sus aventuras sexuales), de vínculos donde lo traicionaron siempre, y del placer intelectual de la lectura. Literalmente, es visible que lo único que aprecia es a su perro, y en medio aclara cómo su salvapantallas plantea la frase “La Alegría No Tiene Fin”; él dice literalmente siempre estar feliz.
Intenta hacer una demostración matemática de tal afirmación que haría que cualquier estudiante de primer año de álgebra se agarrase la cabeza, y cualquiera que haya leído medio libro de filosofía vomitara su desayuno. Lejos de intentar hacer un ápice de introspección cuando le repreguntan, despliega un histrionismo increíble. No hay grises en su vida, visiblemente. Todo se divide en lo que es él y lo que no es él.
En un momento critica al gobierno actual diciendo que bajó el consumo porque si la gente es pobre “en general trata de no dejar de comer”, en una afirmación que me hace sospechar que este hombre es directamente un marciano disfrazado.
Por mi profesión encuentro que los diagnósticos psicológicos hechos por televisión son por lo menos poco rigurosos, y sigo creyendo que Nelson Castro debería pedir disculpas públicas por las barbaridades dichas contra la expresidenta. También defiendo al actual presidente y su gabinete de los comentarios que mis colegas puedan suponer sobre su psique. Pero cuando un hombre reniega de todo vínculo humano, exhibe una rotunda incapacidad de ponerse en el lugar del otro (estando los más vulnerables ausentes en su discurso y modelo teórico), muestra una absoluta incapacidad para manejar la tristeza llegando al punto de una visible manía, y tiene estallidos de ira públicos que no se limitan ni siquiera contra una mujer… Tampoco tiene sentido negar lo visible.
En algún momento pensaría que es un psicópata por su insensibilidad y egoísmo, pero es una categoría que tampoco me parece que le cabe, porque no parece planificar ni calcular el impacto de sus acciones. Ni siquiera le importa lograr algo ni construir nada. Parece, pues, apenas un infantil hedonista a corto plazo. Un tipo enamorado únicamente de su perro, que es su propiedad, siendo que el derecho a la propiedad es el único en el que cree. Toda una metáfora del modelo de país que propone y del que formó parte.