Por Franco Dall’Oste
Sexismo, femicidios, feminismo, una presidenta, un caso cada 30 horas, mujeres con Tinelli, mujeres que nos representan, mujeres que venden su cuerpo, mujeres porque así lo sienten y a las que así se les ha reconocido, gatos, putas vip, cocineras en bolas, una hija lesbiana incendiando a su padre homofóbico, y amigas de Nisman por todos lados: hoy en día la cuestión del género está ahí, refregándose contra nuestra cara, como una ensalada de idealismo, miradas babosas, derechos ganados y chistes de Del Sel.
Desde el Observatorio de la Discriminación en Radio y TV, que depende de la AFSCA, se dice que el 37% de las quejas de la audiencia tiene que ver con la violencia hacia las mujeres.
Y es que sí: hoy en día mirar la tele es mirar un campo de batalla donde el sentido está constantemente transformándose: si la hegemonía es eterna la lucha de un discurso que intenta dominar y otros que intentan derrotar y ser el dominante, entonces hoy en día estamos asistiendo a una batalla épica, sanguinaria, nuclear y salvaje.
No hay ni siquiera un atisbo de coherencia en los discursos televisivos: lo políticamente correcto ya está difuso, es una línea borrosa que nadie entiende o nadie quiere entender. Y la sociedad camina entre los parlantes que gritan, de un lado y del otro, las mil posturas: el machista clásico, el progre, el políticamente correcto, el que no sabe disimular, el coherente, la feminista; miles de boca que se mueven y largan esas pelotas de palabras que se juntan, se adhieren a uno como moscas, contaminando nuestro discurso, picándonos la espalda, las bolas, las tetas y el culo.
Y ahora tenemos dos, o más casos, porque ya parecen todo un mismo caso: la incomprensión total de género femenino, tanto desde el propio género como desde el masculino. Entonces vemos el caso de Daiana, y los tweets y comentarios que son una réplica de otros twetts y comentarios de otros casos resonantes y otros que no tanto, esos que nunca se escuchan, porque les sucede a gente que quizás no vive en Capital, que no es de clase alta, ni media; que no tiene ese algo que le haga cosquillas en la panza a la gente, el morbo que sube por la garganta.
Pero ahora veo lo de Nisman y no me sorprende la derecha de siempre, dejando de apoyar a ese fantasma que nunca entendió, que nunca comprendió, que solo implicó un nombre y una excusa para encender sus antorchas, sus viejas antorchas y salir a la calle a gritar algo, lo que sea, con tal de que se vaya la “cretina”. Todo por esas fotos, con mujeres, las muchas mujeres hermosas o sexuales, “gatos”, como les dicen, sin saber quiénes son, o por qué aparecen donde aparecen.
Pero lo que sí me impresiona es ver a cierto sector de la juventud “progre”, criticando con las palabras de sus viejos de derecha, indignándose por el “fiscal que andaba con gatos”, por ver esas fotos: ¿Y el hecho de que informaba a la embajada de EEUU? ¿Y los diez años sin mover un dedo por la AMIA? ¿Qué pasa con eso? ¿No es indignante? No podemos desviar la mirada hacia estas cosas: lo importante sigue siendo lo importante.
Y me parece esto desde muchos aspectos: primero la objetivación total de esas mujeres por el simple hecho de aparecer en las fotos, de fiesta, sí, reviente, juguetes, consoladores, pijas, lo que sea, ¿y qué? Y después por hacer caso a la agenda sexista de los medios hegemónicos: no nos dejemos llevar che, no puede ser que caigamos todavía en eso.
Es la batalla total, encarnizada, por el sexo, por el género. Es un cambio de época, espero, o eso prefiero creer: que la batalla es para un bien, para cambiar las cosas, como tantas han cambiado ya, como tantas otras cambiarán. Pero hay que aprovechar lo que hemos aprendido: no podemos seguir cayendo en las mismas trampas que nos tienden los mismos de siempre, tenemos que madurar y saber mirar.