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El Infierno de Lanús, sus días de secuestro junto a Nilda Eloy

Por Gabriela Calotti

Sin poder contener las lágrimas, con la voz temblorosa pero sin dejar de narrarlo, Claudia Gorban recordó el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata los días que estuvo secuestrada en la Brigada de la Policía bonaerense de Lanús con asiento en Avellaneda, donde funcionaba el centro clandestino de detención (CCD) conocido como El Infierno. Allí, quien la cuidaba y protegía de alguna forma era Nilda Eloy, sobreviviente del genocidio cuyo testimonio fue uno de los relatos claves en los Juicios por la Verdad en 1998 y en los procesos judiciales que comenzaron en el país en 2006, tras la anulación durante el Gobierno del entonces presidente Néstor Kirchner de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final.

«Me quedó su presencia, su rol, tanto en El Infierno como ese día en los Juicios por la Verdad. Su presencia protectora, para ayudarnos, para asistirnos. Ella me advirtió que no le tuviera miedo al guardia, que tomara el mate cocido… Hace poco me enteré por qué Pablo pudo salir del calabozo. Que Nilda tenía su calabozo abierto. En sus zapatos juntaba agua para que pudiéramos tomar. Esa actitud de protegernos a todos, y Nilda no está pudiendo ver lo que está sucediendo hoy… Todo lo que soportó para que nosotros estuviéramos hoy acá. Infinito recuerdo para Nilda», afirmó en uno de los tramos más angustiantes de su testimonio en el que se refirió a Nilda Eloy, fallecida en 2017.

En su propio testimonio de juicios anteriores que fue difundido al comenzar este debate oral y público que se lleva adelante vía digital desde octubre de 2020, Nilda Eloy aseguró que la tenían en una celda abierta para abusar de ella cuando quisieran o hacerla gritar para que otros compañeros de secuestro creyeran que estaban torturando a sus madres, esposas o hijas.

«Nilda me reconoció porque yo era la chica que no quería tomar el mate cocido en El Infierno», explicó.

Pablo Musso era un joven dirigente estudiantil de la Universidad de Lomas de Zamora a quien vio Claudia Gorban en El Infierno con una barba crecida, y de quien dio cuenta a su familia cuando fue liberada. Pablo Musso sigue desaparecido. Allí también estaba secuestrada una joven ciega llamada Blanca; un hombre al que le decían «el Abuelo» y otro apodado «Chiche». También recordó a un «chico que estudiaba Medicina en La Plata», cuya identidad conoció muchos años después por Nilda. Era Horacio Matoso.

Criadas en una familia de militancia comunista

Claudia Gorban tenía veintiún años y estudiaba Administración de Empresas en la Universidad lomense. Militaba en el Partido Comunista desde el secundario. Junto a su hermana Silvia y su hermano menor, habían sido criados en un hogar que conocía la militancia, y sabía de la persecución y las detenciones. También sabían de la música y las canciones que ya desde los años sesenta agitaban el pensamiento de una juventud ansiosa de libertad en el continente. Sus padres, recordó, fundaron en 1963 el Ateneo Popular de Cultura de Lomas de Zamora por el que pasaron Armando Tejada Gómez y Mercedes Sosa, por entonces jóvenes promesas de la canción comprometida.

Desde 1974, Claudia Gorban trabajaba como personal administrativo en la embajada de Cuba en Buenos Aires. Desde los primeros meses de 1975 era asistente secretaria del agregado comercial, que era quien manejaba los contratos de importación en materia de transportes. «Yo tenía todos los contratos con las empresas argentinas para importar autos, tractores, camiones […] Como militante comunista que era, la posibilidad de sentir que estaba sirviendo a la Revolución Cubana de alguna manera me honró y me honra hasta hoy», afirmó el martes en la audiencia número 41 de este juicio.

En la oficina había conocido a Ramón Lució Pérez, a quien le decían «el Moncho Pérez», secuestrado el 9 de noviembre de 1976 y que permanece desaparecido. Moncho Pérez fue según sus propias palabras «un dirigente estudiantil de puta madre».

Ya en junio del 76 habían sido secuestrados en la Argentina dos cubanos que trabajaban en la embajada y una empleada. «Al producirse el golpe llegó una directiva de Cancillería que exigía que todo el personal de las embajadas tenía que registrar sus datos personales. Eso nos asustó mucho», confió ante el tribunal.

El secuestro de Moncho aumentó el temor

La madrugada del 25 de noviembre de 1976, Claudia compartía la habitación con su hermano menor al fondo de un pasillo en la casa de sus padres en Lomas. «Me desperté sacudida por la señora que trabajaba en casa. Ya cuando logré despertarme había dos o tres hombres en la pieza metidos… Les dije ‘me vienen a buscar a mí’… Sabía porque ya se lo habían llevado a Moncho… Enseguida me sacaron de la cama, me pusieron contra la pared», dijo al relatar la noche del allanamiento y secuestro.

La señora, Mabel Frutos, se interpuso entre los hombres y ella la ayudó a vestirse. La subieron en un auto. «Mentalmente empecé a seguir el recorrido», aseguró antes de cerrar los ojos al recordar aquel trágico episodio.

En algún momento se desorientó. Sí escuchó «un portón metálico que se abría. Me bajaron del auto y sentí que me iban metiendo por un pasillo». En aquel primer interrogatorio le preguntaron con mucha insistencia por Moncho Pérez. «Se notaba que había nerviosismo por él», aseguró.

«Me dio mucha angustia» escuchar que allí mismo interrogaban a su hermana Silvia, embarazada de siete meses, y a su cuñado. En el calabozo estuvo con dos chicas, una de las cuales era Nilda.

Con profunda congoja recordó el martes a aquel chico que tenía una «respiración profunda y continua» que «en ningún momento tuvo atención médica». Operado poco antes de su secuestro de apéndice, el muchacho murió una noche allí mismo en el calabozo, contó Claudia casi ahogada en llanto, recordando aquel episodio cruel, al cabo del cual rezaron un «Padre Nuestro».

«Yo soy judía. No sabía lo que era rezar un ‘Padre Nuestro’, pero lo recé junto con todos ellos. Debe ser el único ‘Padre Nuestro’ que escuché en mi vida que tuvo tanto sentimiento y tanta emoción», aseguró. «Empezamos a gritar para que viniera algún guardia, y nadie venía. Se los escuchaba que estaban ahí», relató.

La volvieron a interrogar. «Me preguntaron insistentemente sin tocarme», afirmó. Le preguntaban sobre sus tareas en la embajada y sobre el domicilio de Barrio Norte que ella había dado a la Cancillería. Cuando volvió a la celda, a sus compañeras les llamó la atención que no la hubieran torturado.

El mismo represor que la condujo a los interrogatorios, del que recuerda que tenía «un perfume muy fuerte», le dijo que la iban a liberar: «gente muy importante pidió por vos».

Varios de sus compañeros de encierro le pidieron que transmitiera a sus familiares que estaban vivos.

Esa noche la dejaron a eso de las 23 hs a unas cuadras de su casa. En esos días de secuestro había perdido diez kilos.

Días después fue a visitar a la familia de Pablo Musso para contarle que había estado con él, que lo había visto. A su madre, Norma Musso, la empezó a ver en la mesa de las Madres en Lomas de Zamora. «Tampoco apareció Moncho», aseguró ante el tribunal.

En enero de 1978, su mamá, una conocida nutricionista y defensora de la soberanía alimentaria, que entonces trabajaba en el Sanatorio Güemes, fue secuestrada y días después liberada «muy golpeada».

En 1979 reconoció sin dudar que había estado secuestrada en la Brigada de Investigaciones de Lanús con asiento en Avellaneda. Con los años obtuvo copia de una circular o telegrama de las fuerzas policiales y el ejército en poder de la DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía bonaerense) en el que «a requerimiento de Cancillería por pedido de embajadas extranjeras» se solicitaba información sobre su paradero en marzo de 1977. «Y en una de esas el señor Etchecolatz respondió que no estaba ni había estado en sus dependencias».

Muchos años más tarde supo que la única referencia sobre el destino que corrió Moncho Pérez fue que había sido secuestrado con diferencia de una hora junto a un amigo y compañero de curso que se llamaba José Nicasio Fernández Álvarez, un militante peronista de origen español al que le decían Pepe. «De ninguno de ellos hubo una pista posterior», respondió Claudia interrogada por Guadalupe Godoy, una de las abogadas querellantes.

Hace tres o cuatro años volvió al centro clandestino en el que estuvo secuestrada. El martes aceptó la certificación de testimoniante en el juicio «solamente para que le quede a mis hijos como testimonio y recuerdo de este juicio», concluyó Claudia Gorban, que hizo un paralelismo entre los campos de concentración de la Alemania nazi y los campos de concentración de la dictadura argentina.

«En el Día internacional de la Paz quiero abrazar a las Madres y Abuelas y en especial a Norma Musso», sostuvo.

El imputado Federico Minicucci

Silvia Gorban y su esposo, Osvaldo Enrique Lapertosa, fueron secuestrados una noche antes que su hermana. Unas «veinticinco personas con la cara tapada con pasamontañas» entraron a su departamento en Lomas de Zamora.

Vendada y con las manos atadas a la espalda, los llevaron hasta una zona descampada y les preguntaron por su hermana Claudia. De allí los llevaron directamente a El Infierno de Lanús. Silvia Gorban también recordó al chico que tenía asma. En El Infierno ella y su marido estuvieron en la misma celda.

«Orinados y cagados» los pusieron en libertad a dos cuadras de su domicilio, de madrugada. «Nos dijeron que nos iban a tener vigilados», explicó. A su marido, fallecido en 2012, lo torturaron y lo golpearon.

Elle tenía veinticuatro años y era estudiante de Medicina en la UBA. Él tenía veintiséis. Estaba afiliado al Partido Comunista y trabajaba en la fábrica de vidrio VASA.

Tras su secuestro, atando cabos entendieron por qué unos quince días antes a su marido lo habían detenido durante un operativo en Temperley. Entonces, con su padre fueron al Regimiento de La Tablada donde los recibió el oficial a cargo, que era Federico Minicucci, uno de los diciocho imputados en este juicio, condenado por los delitos perpetrados en el CCD conocido como Puente 12.

Minicucci era jefe del Regimiento de Infantería Mecanizada N° 3 y jefe de la Jefatura del Área 112 del Comando de Subzona 11.

«Fui con mi padre a La Tablada y fui recibida por Minicucci. Le preguntamos qué pasaba y nos dijo que mi marido tenía en su portafolios el Manual del Che». Su marido, detenido en la comisaría de Valentín Alsina, recuperó la libertad días después.

Al concluir su relato, el juez Esteban Rodríguez Eggers le pidió que brindara más precisiones sobre el encuentro con Minicucci.

«Recuerdo que era el Regimiento de La Tablada. Preguntamos quién estaba a cargo de la comisaría de Valentín Alsina. Nos recibió en un despacho con una mesa grande de madera. Nos atendió, nos preguntó qué hacíamos ahí… Mi padre médico le dijo que era una persona trabajadora y estudiante de la Tecnológica. Él sacó el portafolios y sacó el material que estaba adentro. Nos dijo que ese material no era conveniente y nos dijo que lo iban a dejar en libertad».

«¿Es decir que reconoció que lo tenían detenido?», le preguntó el magistrado. «Sí, porque además tenía el portafolios de mi marido», respondió Gorban, quien confió, con la voz quebrada, en que «se haga justicia por los que no están y por los que extrañamos, para que esto nunca vuelva a suceder en nuestro país».

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús es resultado de tres causas unificadas en la Causa 737/2013 con solo dieciocho imputados y apenas dos en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en su casa, ignorando las audiencias.

El juicio oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia. Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe de Estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, que lleva adelante el juicio, está integrado por los magistrados Ricardo Basílico, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.

En esta etapa de juicios, que se hacen mediante plataformas virtuales en razón de la pandemia, invitamos a todes a acompañar los testimonios a través del canal de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria.

Más información en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia tendrá lugar el martes 28 de septiembre a las 9 hs.


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