El primer peronismo
Nos encontramos muchas veces con compañeras y compañeros, con ciudadanos/as que se preguntan y nos preguntan de buen corazón y honestamente, si el kirchnerismo es peronismo. Están los otros/as, quienes hacen esa pregunta con el avieso y triste objetivo de dividir el campo nacional y popular y, en última instancia jugar (a sabiendas o no, mucho no importa) a favor del país oligárquico y liberal que hoy se quiere volver a consolidar después de la derrota electoral de 2015 y el triunfo de la alianza Pro-Cambiemos.
Estas notas son para los/as que preguntan de buena fe.
Adelanto de entrada que no poseo ese instrumento de precisión que muchos dicen tener y utilizar denominado peronómetro y, mucho menos su instrumento asociado, el traidorómetro. Ambos instrumentos, profusamente utilizados en estos días, sólo generan más confusión y, ciertamente, mucho daño.
Preguntarse por el peronismo y el kirchnerismo requiere, obviamente, ir de atrás hacia adelante y ver qué decimos, cuando decimos peronismo.
Sigo pensando que la mejor definición de peronismo la dio un no peronista, el gran Raúl Scalabrini Ortiz: “Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad (…) Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto (…) Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años, estaba allí, presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
El subsuelo de la patria sublevado, el cimiento básico de la Nación, el peronismo fue la expresión política de los anhelos, los sueños y los deseos concretos de los pueblos de la Nación explotados, olvidados y reprimidos por décadas de república oligárquica.
Indígenas, mestizos, afroargentinos, inmigrantes pobres, villeros urbanos, campesinos pauperizados, todos soñaban con una Nación que los incluyera, con trabajos dignos y bien remunerados, con poder disfrutar de la vida, de la buena comida, de una casa seca, de la música, del cine, de la educación para su hijos. En fin, el subsuelo que hacía la patria quería, por primera vez en la historia, también disfrutarla.
Y aquí una definición central: ¿Hizo Perón al peronismo? ¿O el pueblo hizo a Perón? Para mí, no caben dudas: el pueblo hizo a Perón, hijo mestizo salido de su propia entraña y el pueblo hizo a Evita, hija natural nacida del propio seno del pueblo. El hecho fundante del peronismo es que el pueblo parió dos líderes de su propia entraña y la excepcionalidad de esos dos líderes fue que nunca renunciaron a cumplir con el mandato que el subsuelo de la patria les había encomendado.
Y un segundo hecho fundante: si es el pueblo el que pare a Perón y Evita; el movimiento político que ambos constituyen tendrá que ser, por fuerza, profundamente heterogéneo. No hay nada más heterogéneo que ese primer peronismo: obreros y obreras, trabajadores y trabajadoras de comercio, artesanos, cuentapropistas, campesinos y peones; militares, costureras, choferes, maestros, profesores, médicos, ingenieros y así. Por eso, cuando hubo que definir el sujeto político del peronismo, Perón no dudó: una sola clase de personas: las que trabajan.
El Tercer rasgo fundante será pues, la imposibilidad de construir un Partido esquemático, rígido, finito. Perón habló siempre del Movimiento Nacional porque era allí adonde confluían todas las heterogeneidades que conformaban al pueblo: hombres y mujeres de a pie, sindicatos, organizaciones libres del pueblo, clubes, asociaciones profesionales, partidos políticos. El peronismo nació como Movimiento Nacional y fue partido sólo para presentarse a las elecciones. El movimiento peronista se asemejó, para desesperación de las mentes racionalistas, a un enorme río sudamericano, ancho y exhuberante, que crecía permanentemente con las aguas de todos los colores y sabores provenientes de diferentes canales, arroyos y ríos.
El cuarto rasgo fundante fue la construcción de un ideario (la doctrina) que no precedió al movimiento sino que se constituyó con el mismo. Al revés que las construcciones políticas dogmáticas, eurocéntricas e hijas de la ilustración y el racionalismo; lo que luego se llamó “la Doctrina” se constituyó dialécticamente, en la acción y en diálogo entre Perón, Evita y ese pueblo heterogéneo. Por más que se busque y rebusque, no hay una texto fundacional previo al peronismo, un Manifiesto preliminar, un decálogo político, una enumeración que pretenda abarcar toda la realidad y darle una explicación antes de actuar. El peronismo fue construyendo su doctrina en la Práctica y Acción. No podía ser de otro modo, pues los anhelos y los deseos del pueblo que parió al movimiento se expresaban en forma difusa, inconexa, borrosa pero inequívoca: querer vivir una vida mejor.
El quinto rasgo fundante es que, cuando finalmente el movimiento nacional peronista pudo darse una doctrina -la doctrina peronista- algo que podemos hallar totalmente expresado en la Constitución de 1949 (casi cinco años después del 17 de Octubre) la misma se asentó en tres pilares básicos: Soberanía política, independencia económica y justicia social. Estas tres banderas del peronismo se explican cada una en relación a las otras dos, pero, en el primer peronismo es la Justicia Social la piedra angular de ese triángulo.
Con esa brújula construida entre la lucha política y la gestión de gobierno el peronismo se dio una doctrina cuya característica clave es acumular apoyos sociales y políticos para ampliar la capacidad de decisiones autónomas de la nación en materia económica, desarrollar una política internacional independiente del imperialismo y alcanzar la Justicia Social que se expresa en un lenguaje llano y efectivo: vivir mejor y distribuir a través del Estado y las Organizaciones de los trabajadores la riqueza que los propios trabajadores generan.
Por estos motivos el peronismo siempre fue un río enorme y heterogéneo: porque para cumplir con el “mandato” del pueblo y llevar a cabo la “Doctrina” resultante de este mandato, el movimiento peronista convocaba a todo/a aquel que acordara con las tres banderas: radicales Yrigoyenistas, ex socialistas democráticos, excomunistas, partidos regionales o provinciales, viejos sindicatos anarquistas, nuevos sindicatos peronistas, los grupos nacionalistas civiles y del ejército , mujeres organizadas políticamente y sindicalmente, todos/as confluyeron en este enorme movimiento y se vieron representados en él, y se sintieron parte de él y, más importante aún, por primera vez en la historia nacional , el Estado no era el enemigo sino el canal de realización de las necesidades populares.
Entonces, ¿Podemos caracterizar a esa primera construcción peronista? Un enorme movimiento nacido de los pueblos que conformaban nuestra nación. Un movimiento popular con dos líderes excepcionales dispuestos a cumplir con el mandato de las mayorías: J.D. Perón y Eva Perón. Un movimiento político que era profundamente heterogéneo y que vivió su máximo esplendor y realizaciones cuando supo expresar diferentes corrientes sociales, políticas y culturales. Un movimiento que nunca confió en “El partido”, simplemente porque “El Partido” no podía expresar ni contener toda su heterogeneidad movimientista. Un movimiento cuya principal virtud fue construir una doctrina popular (las tres banderas) mientras las volvía realidad. La “realidad efectiva” de esa hermosa y vapuleada marcha peronista.
Pero hay otro rasgo definitorio del movimiento nacional peronista, que lo caracteriza -junto a sus realizaciones y su doctrina- profundamente: el primer peronismo resultó ser una construcción política absolutamente indigerible para el país oligárquico y para las elites terratenientes e ilustradas del país. Y es aquí en donde el movimiento peronista muestra su carácter profundamente revolucionario. En la imposibilidad de ser absorbido por la lógica dominante. A diferencia de muchos otros partidos populares de América Latina, el peronismo como fenómeno político, social y cultural demostró ser inintegrable al “orden establecido” que era, que duda cabe, el orden liberal-oligárquico. El rechazo, la repulsa, el desprecio y la violencia contra el movimiento nacional (y el pueblo heterogéneo que lo encarnaba) fue directo, visceral, profundo y crecientemente violento: las elites tradicionales no se privaron de nada: las burlas y sañas intelectuales y periodísticas, el desprecio por las expresiones populares que de golpe se volvían públicas, la violencia verbal contra todo lo que significara peronismo o una realización peronista y, finalmente la violencia pura y simple: matanzas, atentados, bombardeos públicos y golpe de Estado.
Esta imposibilidad de asimilación al orden liberal-oligárquico habilitó el golpe de 1955 y la alternancia entre dictaduras cada vez más feroces y gobiernos civiles surgidos de procesos políticos fraudulentos y viciados de legitimidad durante diez y ocho años. Todos los intentos por torcer el destino político de un pueblo que era peronista se estrellaron contra la vigencia del liderazgo de Perón desde el exilio. Fusilamientos, cárceles, intentos democráticos, represión, nada parecía funcionar y nada funcionó: la argentina se mostraba ingobernable sin la presencia de Perón.