Por Emiliano Gareca
Publicado en Agencia Paco Urondo
Cuando me preguntaron si quería escribir una semblanza sobre el compañero Eduardo Chantada, lo primero que me vino a la mente fue lo mismo que pensé apenas me contaron que lo habían matado: la historia del Pulpo es la historia de La Cámpora, al menos la parte que yo conozco desde hace más de una década. El Pulpo venía de muchos más atrás, lo sé, era un veterano de mil batallas en la lucha contra el neoliberalismo y se notaba. Pero esa parte no me toca contarla a mí. Para mí, el Pulpo siempre estuvo ahí. No recuerdo exactamente dónde lo conocí, pero sí cuándo. Fue allá por el 2008 cuando todavía éramos GEN, antes de entrar a La Cámpora, mientras las patronales sojeras intentaban voltear el gobierno de Cristina. Pude haberlo conocido en una asamblea de graduados de la facultad de Derecho de la UBA, o en una reunión de AJUS (Abogados por la Justicia Social) o en Villa Soldati, o en una marcha, o en la carpa montada en la Plaza de los Dos Congresos o quizás tomando una birra en San Telmo. Justamente esa versatilidad militante, inquieta, es la que mejor lo define junto a su peronismo y su sentido del humor: el Pulpo estaba metido en todo.
El Pulpo era de esos cuadros orgánicos pero inorgánicos que hay en todo armado político. Se ordenaba con la conducción, siempre. Pero no se encasillaba en ninguna banda ni tenía un anclaje fijo en ninguno de los ámbitos burocráticos de la organización. Era un militante de La Cámpora y punto. Eso siempre me gustó y creo que en eso nos parecemos. Entonces uno lo veía conduciendo la Mesa de Salud de Capital, para enojo de los verdaderos doctores que veían cómo un doctor que no era doctor bajaba línea sobre Ramón Carrillo mientras organizaba el Plan Nacer o comandaba un operativo de vacunación en los barrios.
En otros momentos lo veías militando en bermudas en la Villa 21/24 con Zuny o fiscalizando de traje elecciones en el barrio Fátima. Si pasabas por la facultad de Derecho lo veías discutiendo sobre la necesidad de reformar la Justicia y si laburabas en el Congreso o en algún ministerio, seguro le atendiste el teléfono o le abriste la puerta de un despacho más de una vez. Todos conocían al Pulpo. Hacía muchas cosas más, que te contaba con detalle cada vez que te cruzaba. Podías oírlo un largo rato contándote sobre su running o sobre sus anécdotas de sus viajes a México, con esa forma de hablar tan característica de él, un poco arrabalera y bien porteña, como si cantara un tango, a pesar de ser un cafayateño de nacimiento. A mí me llamó la atención de entrada. Un abogado apodado Pulpo, de apellido Chantada, que anda en las villas y en la rosca judicial. Un tipo más grande que yo, pero que seguía joven, con esas canas plateadas y sus trajes con la corbata suelta. Imposible no sentirse intrigado y atraído.
El Pulpo, para mí, es un símbolo de un momento, de una época donde todo comenzó. La génesis. Pensar en él es recordar las fiestas de Caseros, las reuniones en Almafuerte, el camión de vacas en la campaña de Heller, las jornadas en Chapadmalal, los campamentos en Cañuelas. Es volver al refugio de mujeres de Rosa y a la primera elección que ganamos en el distrito. Es cantar la marchita en la facultad de Derecho a pesar de haber perdido. Es recordar al Canca Gullo, a Iván, a Rolo, a Chicho, a Fede y a Néstor. Al Pulpo lo quiero recordar hablándome al oído en alguna reunión, metiendo algún chiste en el medio de un análisis político raro e invitándome a tomar una cerveza.
Lo veo ahora mismo, mientras me tomo un vino y trato de buscar palabras que no existen, pidiendo la palabra en una reunión y lo escucho atentamente, porque siempre tenía algo interesante que decir. El Pulpo siempre estuvo metido en todo y va a seguir estando. Nunca te olvidaremos, Pulpo querido. Nos vemos en la próxima vuelta.