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Emir Sader: «El neoliberalismo es incompatible con la democracia»

Emir Sader es un destacado sociólogo y politólogo brasileño de prolífica producción académica y reconocida militancia social. El lunes 9 de diciembre recibió el premio Rodolfo Walsh en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

En el marco de su visita a la ciudad, Sader tuvo una extensa charla con Contexto en la que analizó las luchas que se dieron en las últimas décadas en América Latina, los golpes a los gobiernos populares y el fracaso del modelo neoliberal.

¿Por qué los procesos populares no supieron o no pudieron construir las herramientas para evitar la traición en Ecuador, los golpes parlamentarios en Paraguay y Brasil, la derrota electoral en Argentina en 2015 y en Uruguay este año y ahora el golpe de Estado en Bolivia?
Para dar respuestas a esa pregunta es necesario primero explicar cómo fue posible la gestación, de manera extraordinaria, de los gobiernos progresistas de la región que estaban a contramano de todo lo que pasaba en el mundo.

A fines del siglo XX hubo un gran viraje a la derecha caracterizado, en primer lugar, por el pasaje de un mundo bipolar a un mundo unipolar con hegemonía imperial norteamericana. Como segundo aspecto hay que señalar el paso del ciclo largo expansivo (que fue desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los setenta), a un ciclo largo recesivo, la era neoliberal, en la que el sector hegemónico ya no era un sector productivo, sino un sector especulativo del capital financiero. Y el tercer aspecto a tener en cuenta es el paso de un modelo de bienestar social (más realizado en algunos países que en otros) a un modelo neoliberal de mercado. Estos tres factores regresivos representaron el cambio de un período histórico.

América Latina fue una víctima privilegiada de ello. Primero, por la crisis de la deuda. A fines de los setenta principios de los ochenta el FMI [Fondo Monetario Internacional] subió la tasa de interés, terminó el ciclo de desarrollo que venía de los años treinta. Segundo, la implantación de las dictaduras militares en cuatro de los países políticamente más importantes del continente (Brasil, Uruguay, Chile y Argentina), que destruyeron el movimiento popular, lo que permitió el surgimiento del tercer elemento, que fue que América Latina se transforme en la región que tuvo más gobiernos neoliberales, que a su vez eran los más radicalizados.

Esas razones son las que hicieron, justamente, que América Latina tenga gobiernos antineoliberales. Allí se da esa secuencia de las elecciones en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador. Todos gobiernos elegidos por la reacción popular ante el fracaso del modelo neoliberal y construyendo gobiernos antineoliberales. Esos gobiernos estaban caracterizados, primero, por poner su prioridad en las políticas sociales y no en el ajuste fiscal (lo que debería ser lo normal para los gobiernos democráticos del continente, que es el más desigual del mundo). Segundo, priorizar la integración regional, el intercambio sur-sur (en particular con China) en lugar de los tratados de libre comercio con Estados Unidos. Y tercero, el rescate del papel activo del Estado, en lugar del Estado mínimo y la centralidad de mercado. El Estado recuperó la capacidad de implementar políticas sociales, tener una política exterior soberana, fortalecer los bancos públicos.

¿Qué pasó que después de tantos años de crecimiento, de recuperación de derechos, de inclusión social, no se pudieron evitar esas arremetidas de la derecha?
Las debilidades vinieron, por una parte, por el hecho de actuar en un ciclo largo recesivo a escala internacional que presionó muy fuertemente en particular a partir de 2008, cuando se profundizó ciclo de crisis recesivo en el que no venían inversiones, sino capital especulativo.

No se contó con un contexto internacional de inversiones, ni con una integración regional que permitiera construir un modelo económico alternativo. Hubo una gran integración en lo político, pero no en lo económico. En un momento hubo un intento con el Mercosur ampliado que, además de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, incorporaba Venezuela, Ecuador, Chile y Bolivia. Pero no se profundizó.

Se podría haber articulado un modelo económico específico que nos autonomizara respecto del contexto internacional, pero no se hizo nunca. En los momentos de crisis, cada país reaccionaba individualmente. En lo interno no se hicieron reformas estructurales.

Pero lo más importante que pasó en Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay y Ecuador es que perdimos una parte de los sectores populares que habíamos conquistado con nuestras políticas sociales.

El tema central es que no logramos consolidar y expandir los apoyos populares que teníamos, y eso no es solo un tema del gobierno, sino del conjunto de los movimientos sociales y los partidos del campo popular.

¿Eso quiere decir que la construcción de políticas sociales y programas de inclusión no necesariamente generan conciencia social?
Dilma Rousseff hizo un muy buen gobierno en tanto desarrollo de políticas sociales, pero no argumentaba, no hablaba. Creo que en parte por eso perdió apoyo. Entre las políticas concretas que se llevan adelante y la conciencia debe haber un proceso de intermediación para la construcción de la conciencia social, en el que los medios de comunicación tienen un rol muy importante.

Teniendo en cuenta ese diagnóstico, ¿cómo se debe actuar para no cometer los mismos errores, por ejemplo, aquí en Argentina, donde ahora el campo popular recuperó el gobierno?
Creo que la gente no se daba cuenta de que las mejoras en su vida tenían que ver con las políticas de gobierno. Los argumentos eran «me esforcé», «Dios me ayudó», etc. Pero cuando cambió el gobierno perdieron derechos fundamentales. En Argentina eso quedó muy claro. Aquí mucha gente se dio cuenta de que aquel cambio de gobierno fue la razón de que su vida empeorase.

En Brasil pasa lo mismo, por eso Lula es favorito para ganar en primera vuelta. Perseguido, acusado y encarcelado aún sigue siendo el favorito, porque está en la memoria de la gente que, cuando dejó de gobernar el PT, su vida empeoró.

Marcar eso no basta, pero es un factor político que ayuda a la conciencia de la gente. A entender que su vida mejora o empeora conforme el tipo de gobierno.

Teniendo en cuenta la importancia que tiene la construcción de conciencia, la necesidad de crear un «sentido común» que permita valorar la importancia de las políticas sociales llevadas adelante por los gobiernos populares y lo fundamental que son los medios de comunicación para ello, ¿cómo se puede enfrentar ese desafío en el marco de la brutal concentración mediática que existe en nuestros países?
Lamentablemente, no hemos logrado generar una reforma democrática de los medios, ni siquiera en Argentina, donde se aprobó en el Congreso la Ley de Servicios Audiovisuales. Además, no basta con estatizar medios privados. No se trata solo de la información. Gran parte del tiempo la gente ve novelas, deportes, música, y si no los encuentra en los canales estatales los va a buscar a los canales privados.

A eso se suma que los valores implícitos en Hollywood son muy fuertes. No se trata de disputar los valores solo en lo político, sino en la vida cotidiana. En Argentina, en Brasil, incluso en Bolivia, el «American way of life», la forma de vida americana (estadounidense) sigue siendo un modelo de vida muy fuerte que no tiene contrapunto.

Estados Unidos es hegemónico en la ficción: en el cine, en la televisión, en internet, en el ritmo, en el tipo de personajes, el tipo de belleza. Determinan lo que es bueno, lo que es malo, lo que es lindo, lo que es feo y lo que se puede o no se puede. Una maquinaria cultural impresionante.

En los noventa, en Argentina el neoliberalismo llegó con mucha fuerza y ese modelo se quedó por doce años (de 1989 a 1999 Carlos Menem, y de 1999 a 2001 Fernando de la Rúa). En este regreso del neoliberalismo de la mano de Mauricio Macri, el modelo solo pudo sostenerse por cuatro años. Acabó mucho más rápido y tuvo que irse luego de una contundente derrota electoral en primera vuelta. ¿Qué lectura hace de ello?
En los noventa el control de la inflación representaba una conquista. Fernando Henrique Cardoso lo decía de manera inteligente: «La inflación es un impuesto a los pobres». Por la estabilidad representó una conquista y por eso, en aquel momento, todos pudieron conseguir la reelección: Alberto Fujimori en Perú, Carlos Menem en Argentina y Fernando Henrique Cardoso en Brasil.

Ahora eso no es así. Quedó demostrado que es una idea muy artificial, sin sustento, plantear que el control del gasto público va a llevar al crecimiento económico. Por eso son proyectos que tienen aliento muy corto.

El gobierno de Alberto Fernández deberá afrontar las problemáticas de un país que se encuentra inmerso en una profunda crisis, terriblemente endeudado y en el marco de un contexto de internación que tampoco es favorable. ¿Cómo se recompone un país en esas condiciones?
En este momento es necesario aplicar una política de salvación nacional con medidas de emergencia. Por una parte, tiene que atender las necesidades de la gente, pero, por otra, el gobierno está sin capacidad de inversión, sin reservas.

De alguna manera va a ser un tiempo de aislamiento del gobierno argentino. Por más solidario que quiera ser López Obrador, México está atrapado en un tratado de libre comercio con Estados Unidos, lo que hace que sea muy difícil que pueda construir un eje de integración con Argentina.

Todo indica que ese aislamiento del gobierno argentino se va a sostener hasta que Brasil pueda dar un vuelco. Pero eso no será en lo inmediato. Las condiciones para ese giro en Brasil están dadas. El gobierno de Bolsonaro está desgastado y Lula reapareció como el líder alternativo. Pero ese giro no se va dar hasta 2022.

La región se encuentra convulsionada: Chile despertó, también Ecuador y Colombia. En esos tres países se dieron levantamientos sociales contra un gobierno de derecha. Pero, a la vez, en Bolivia se dio un golpe de Estado contra un gobierno popular.
En referencia a lo de Ecuador, Colombia y Chile, se podría decir «es el neoliberalismo, estúpido» (parafraseando la expresión que usó Bill Clinton en la década del noventa: «es la economía, estúpido»). Lo que allí sucede es, claramente, el rechazo a medidas concretas de políticas gubernamentales que luego se generalizan en rechazos a gobiernos que representan la restauración neoliberal.

Por otro lado, lo que sucede en Bolivia es una especie de guerra híbrida, aunque en ese caso no actuó el Poder Judicial, pero sí las Fuerzas Armadas. Es una combinación de elementos nuevos y antiguos. Nuevos porque los medios de comunicación fueron determinantes para crear ese clima, haciendo creer que el tema central era el cuarto mandato de Evo, a pesar de que las condiciones de vida de los bolivianos habían mejorado y seguían mejorando, y de que la evaluación del gobierno de Evo Morales es muy favorable. Pero los medios pusieron el foco en las condiciones electorales.

De todos modos, ahora se ve que la derecha tiene dificultades para ir a una elección e imponer el modelo restaurador neoliberal. Va a ser la hora de la verdad para discutir qué es lo que se ha hecho y qué es lo que la derecha pretende hacer.

El tema del neoliberalismo sigue siendo central. Si bien logra victorias coyunturales, la derecha está en dificultades para consolidar su proyecto porque el neoliberalismo es incompatible con la democracia. Si hay democracia, la derecha pierde.


 

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