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Empezá la campaña

Por Carlos Barragán

Se acabó el tiempo de indignarnos. Se terminó el tiempo de hacer largas listas de todo lo que nos hacen, de todo lo que nos mienten, de todo lo que nos agreden. Ya fue lo de señalar las incontables injusticias, las crueldades, las mentiras y la hipocresía con la que siguen adelante. Pero sobre todo se terminó el tiempo de escandalizarnos y enojarnos con sus votantes.

Gastamos y cansamos ese asombro, y supongo que fue inevitable y también necesario. Ya no podemos desperdiciar energías en expresar nuestro dolor o nuestra frustración, y menos en hacerles gastar energías a los compañeros invitándolos a que refuercen sus sentimientos de impotencia frente a este poder que nos destruye. El tiempo de los lamentos debemos dejarlo atrás. Debemos salir a militar para ganar las elecciones. Sabemos de la muy relativa eficacia de ir a volantear o tocar timbre a la marchanta. Y ya se agotó –por suerte– la propuesta de que deberíamos «reaccionar y salir a la calle» por tanta miseria aplicada a tantos.

Ellos tienen el aparato de creación de sentido, de comunicación y de imposición de realidad más grande y eficaz que hayamos visto. Las redes son de ellos, los diarios son de ellos, los canales y las radios son de ellos. Tienen Google, el Big Data y las trampas de Facebook. Y ni siquiera disponiendo de su capacidad de llegada masiva seríamos capaces de utilizarlos como ellos saben. Porque son sus armas, ellos las crearon y sólo a ellos les pueden servir en proporciones importantes. Ellos conocen el secreto de manipular los miedos y los deseos de las personas. Son los creadores de las fake news y la posverdad. Nosotros podemos conseguir poco manejando esas herramientas, y poco es insuficiente. Y necesitamos ganar las elecciones.

A nosotros, como a todas las fuerzas populares, nos queda el territorio. Y no hablo del territorio donde están las organizaciones políticas barriales. Hablo del territorio que cada uno de nosotros tiene. La puerta de la escuela, la cola del banco, la panadería, nuestro lugar de trabajo, el colectivo, la estación de tren, las reuniones familiares y los paseos del perro. Es en ese territorio donde podemos hacer la diferencia y conseguir los votos que necesitamos. Que no son solamente votos, hay que salir a persuadir a quienes creen que la política es el problema y no la solución. Debemos dejar en suspenso nuestras consignas, nuestros principios ideológicos, y conversar con esas personas que nos parecen tan extrañas para encontrar los puntos de contacto. Desarmar con cuidado y sin actitudes pedagógicas la lógica que los hace ver a las víctimas como a sus enemigos. Hacerlos dudar de todas las afirmaciones sin prueba ni asidero con las que piensan la realidad. Acercarnos honestamente a esas personas para invitarlos a pensar juntos qué es lo que pasa y por qué pasa. Debemos aprender a diferenciar, y no es tan difícil, quiénes de ellos son capaces de escuchar y quiénes no quieren escuchar nada, para no hacer esfuerzos inútiles. Debemos aceptar que no todas las personas que votaron esta calamidad son malas personas o son estúpidos. Porque no es así, y lo que necesitamos imperiosamente y con urgencia es comprender cuál es la realidad que nos rodea para actuar con eficacia.

Yo sé que no es esto lo que querríamos, no es esto lo que nos gusta, no es esto lo que disfrutamos. Nos encantaría hacer plazas y reuniones militantes, compartir el entusiasmo y la alegría con los compañeros, pintar banderas, cantar, saltar, abrazarnos y comer choripanes. Pero esta campaña es diferente. Esta campaña nos exige astucia, paciencia, tonos medidos, inteligencia, esfuerzos y sobre todo argumentos diferentes. Y lo sabemos. Sabemos que no vamos a convencer a nadie hablando de soberanía, Patria y justicia social. Que nadie nos va a escuchar si hablamos de redistribución de la riqueza y de independencia económica. Y tampoco quieren saber sobre cómo los macristas hacen todo el tiempo negocios millonarios que nos empobrecen. Esta campaña es chiquita, casera, íntima, hogareña, personal. De uno a uno, haciendo entender que la plata no alcanza porque nunca alcanza cuando los gobiernos son neoliberales. Que hay más pobres porque el gobierno no cuida las fábricas y permite que la plata se vaya por los bancos. Que cómo puede ser que se hayan robado todo pero pagaron la deuda y los jubilados tenían remedios, la estufa encendida y les alcanzaba la plata. Hay que hablarles de la vida cotidiana, hay que invitarlos a repensar su vida junto con nosotros. En definitiva hay que darle una mano al que se extravió y traerlo de nuevo a la realidad.

Recomiendo la lectura del libro La Conquista del Sentido Común de Saúl Feldman, que explica cómo el macrismo viene trabajando de manera científica para construir consenso y sentido común desde hace doce años. Y el libro Campañas Moleculares del Grupo Nomeolvides (ver en Facebook), compañeros que desde 2016 trabajan y estudian la manera de charlar y persuadir a esas personas con quienes muchos creíamos que no se puede hablar.

Asistimos en estos años a un brutal cambio de paradigma, que no sólo es regresivo en términos de libertad, institucionalidad y democracia. Que puede ser conservador, liberal, ceócrata, global, facho, mafioso, gato, oligarca o lo que se nos ocurra. Este cambio implicó modificar la manera cómo comprendemos la realidad y qué entendemos por verdad. Esa es la nueva disputa en la que nos encontramos, y ahí tenemos que dar la batalla.