Por Ramiro García Morete
Tras la función teatral de “Noche de clásicos” brindada el 13 de marzo y esos abrazos que coronan las noches, las puertas no volverían a abrir. Puertas, por cierto, que llegaron tras tirarse paredes, colocar vigas, instalar desagües y otras arduas tareas aprendidas y emprendidas un par de años atrás cuando llegaron al Barrio Mondongo. Junto a sus colegas de La Gran 7 y en uno de los galpones de la cooperativa textil CITA, erigirían esta fábrica cultural que da trabajo a más de veinte personas y cuyo “núcleo duro” de organización lo conforman seis. Entre fascinantes máquinas en desuso y una atmósfera cargada de historia, el nuevo espacio físico acentuaría una figura tan cierta como idiosincráticamente negada por muchos sectores: trabajadorxs de la cultura. Como las dos únicas personas que siguen yendo no solo a supervisar sino porque su único ingreso es el productivo gastronómico que allí funciona. Pero como toda esa red invisible -o invisibilizada, en verdad- que hay detrás de cada obra, taller o espectáculo y que no deja de ser parte de la rueda productiva y económica, tampoco puede ser reemplazada con un streaming. Aunque las videoconferencias sí se mantengan activas, para pensar estrategias, para sostener el contacto con les socies o habitués y para recordarle al estado (municipal sobre todo) la vital importancia de espacios así.
Aunque en verdad, jamás fue muy fácil. Mucho menos en estos últimos cuatro años que casualmente o no coincidirían con una reafirmación de algo que había comenzado candorosa pero activamente allí por el 2010. Más precisamente en algún mediodía caluroso de octubre, habían llegado algunes integrantes de La Joda Teatro a la inolvidable “casa chorizo” de la calle 8. Allí, frente a una anacrónica pizzería «por metro» que tantas reuniones alimentaría y junto a la casa del querido vecino que una vez irrumpió en calzoncillos cuando aprendían algunos límites de convivencia. Un grupo de estudiantes de sociología -que periódicamente abrían las puertas a cenas y clases de yoga- estaban dispuestos a expandir la propuesta. Por entonces, el Olga o La Grieta eran algunas de las pocas referencias cuando no estaba tan instalado socialmente el concepto de espacio cultural. Una semana después, una gran asamblea debatiría sobre un futuro cercano donde el alquiler vencía. Algo estaría claro desde un principio y se sostendría hasta el día de hoy: la multiplicidad de voces. Una fiesta de inauguración para recaudar fondos iniciaría un 2011 lleno de talleres de teatro, idiomas, yoga. A la par de sus juventudes y adaptaciones al espacio físico, el proyecto crecería y a lo largo de su historia cobijaría diversas agrupaciones: Lanzallamas, El Club de Samba y Choro, la Olla Popular de plaza San Martín, Enjambre de jengibre, emprendimientos gastronómicos como Comidas del rulo, La Pizzicleta, Pan de remolacha.
Un fatídica noche de 2015, una pareja de policías de civil irrumpiría en estado alterado (con esa terminología lo redactarían sus colegas, imaginamos) a un evento en la casa, disparando sus armas e hiriendo a una persona. Tras una extendida y lógica pausa por el trauma de tamaña experiencia, el espacio metabolizaría el cimbronazo para reafirmar su voluntad y convicción. En eso estarían, fuera el lugar que fuera o circunstancia que se presentara.
Por eso los coletivos La Joda Teatro, Colectivo de educación popular Pañuelos en Rebeldía, Emprendimiento Gastronómico Kusala y la Biblioteca «Cocina de Ideas» saben que las puertas de En Eso Estamos volverán a abrir. Que como otras veces habrá que levantar pesadas cargas, construir y reconstruir. Pero es de esa manera que llegan los abrazos más fuertes.
“En la Fábrica Cultural En Eso Estamos llevamos el día a día organizades en comisiones con reuniones semanales formándonos en colectivo con responsabilidad en el hacer cultural nuestros ingresos se administran cooperativamente y militamos la autogestión, autonomía de nuestro hacer”, anunciaron en un video coral hace uno días. Gisela Nomdedeu –una de las organizadoras del espacio– confirma: “Nos seguimos juntándo a proyectar estrategias para ver cómo activar desde le quietud y no habitar el espacio”. Una de ellas es la campaña de socies, quienes con un único aporte anual (a través de Mecado Pago o transferencia) acceden a descuentos en eventos, barra y sala de ensayo, sorteos especiales y contenidos exclusivos. Pero también se están “proyectando un ciclo de charlas referentes de la cultura y distintos sectores: ver qué pasa en la gestión cultural, en el sector música. Haciendo una retrospectiva desde una economía que ya venía desgastada”.
“Algo de la vigencia del espacio pasa por las redes –comenta Nomdedeu– y seguir manteniéndolo activo que es una forma de generar ingresos para los gastos que siguen estando. No es menor, siendo parte y alquilando en uno de los galpones de CITA. Eso implica que tras ese pago de alquiler no haya a un gran negocio inmobiliario sino otros compañeros. Eso hace que uno tenga diálogo más cercano y pudimos negociar un modo pagar y a la vez que haya una rueda económica que no pare”.
Uno de los temas esenciales es la ayuda del Estado. A la espera de una respuesta del Fondo Desarrollar (implementado por Nación), lo que es llamativo –o no tanto– es el Estado a nivel municipal: “Ni siquiera hay respuesta. Un nivel de ninguneo… Pero veníamos de cuatro años similares. Como en todos los ámbitos, se profundizó algo que ya estaba”. Para lidiar con ello es importante el vínculo con la Red Multicultural, que precisamente ayer estuvo reunida para elevar a través del Legislativo un pedido de informe ante la nula respuesta de la Secretaría de Cultura. Cabe decir, además, que con solo un 20% de espacios con habilitación definitiva ni estos han recibido aún lo subsidios que les corresponden.
En un comunicado que obviamente remarca la importancia de tomar recaudos ante la pandemia, se definen: “Somos gestores, actores, programadoras, productoras, comunicadores, poetas, feriantes, cocineres, pedagogas, talleristas, musiques, escritores, somos trabajadores y trabajadoras culturales y estamos cumpliendo diez años de trabajo juntos, repensándonos todo el tiempo, apostando de cada día a crecer un poco más en la red de la madre praxis”.
Nomdedeu reflexiona sobre la razón de seguir adelante: “No puedo dejar de leer cuestiones sobre el porqué de lo cultural, uno de los sectores que aparece como obsoleto. Pero si no se da el encuentro y sigue el streaming, se desdibuja la idea del trabajador de la cultura. Sectores de por sí vulnerables que se desdibujan. Hay que seguir sosteniendo y afirmando que el encuentro y el abrazo con el artista en vivo no se reemplazan por nada. No hay que darle lugar al debate. Esta puede ser una forma de sostener temporalmente… pero el encuentro es irremplazable y lo que nos constituye como humanos”. Y amplía: “En eso Estamos se construyó como una multiplicidad de voces y lenguajes. Necesitamos escenarios que sigan existiendo y que articulan con otros agentes de la cultura. Es la apuesta a la cultura autogestiva, a entendernos como trabajadores culturales, que dependen de esa economía. Y una militancia desde lo simbólico que no puede desaparecer de la ciudad”.