Probablemente haya sido la primera vez que un destacado representante político dice con todas las letras lo que nadie dijo nunca sobre Elisa Carrió: “Esta señora es la que promueve la violencia política en Argentina”, y además “está desquiciada”. Quien se expresó de ese modo es el legislador Leopoldo Moreau, un dirigente proveniente del radicalismo y actualmente diputado nacional por Unidad Ciudadana. Fue durante una intervención en la Cámara el pasado miércoles 5.
Quienes mantienen posicionamientos políticos contrarios a los de Carrió –los cuales, a su vez, han sido cambiantes– generalmente optan por burlarse o subestimarla. Y el hecho de reírse puede ser muy sano, además de políticamente útil. Ni la crítica más profunda significa solemnidad. Por ejemplo, ante su reciente afirmación de que la clase media debe dar buenas propinas y ayudar a los pobres con changas para contribuir a aliviar la crisis económica, hizo bien el diario Página/12 en realizar una ingeniosa combinación de significaciones y denominar esa ocurrencia como “plan Propinar”.
Pero una cosa no es excluyente de la otra. Sin que el humor o la risa lo impidan, la gravedad de los grandes disparates lanzados por una representante pública que conserva un alto predicamento en sectores importantes de la sociedad sugiere que es imprescindible tomarse en serio lo que dice y hace esa dirigente. En tal sentido, algunas puntualizaciones pueden contribuir a reflexionar sobre el caso (la enumeración siguiente no indica prioridades, sino solamente un orden expositivo).
1) Un recurso discursivo habitual para referirse a Carrió es llamarla “Lilita”. Quien empieza una polémica en su contra utilizando como apelativo ese apodo, que es un diminutivo cargado de afectividad, calidez, cercanía y empatía, arranca con desventaja. Ya está jugando en la cancha de ella. Bien lo saben los expertos en comunicación política.
El apelativo “Lilita” le sirve a Carrió para construir su imagen de proximidad con “la gente” y es constitutivo de su capital político. Por eso la llaman así no solo Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Marcos Peña u Horacio Rodríguez Larreta, y en general los integrantes de la coalición Cambiemos, sino también la derecha mediática ultra-antikirchnerista que se expresa en personajes muy influyentes en la opinión pública, como Mirtha Legrand, Susana Giménez o Jorge Lanata.
Para todos ellos/as es “Lilita”, y es lógico que así sea porque trabajan para el mismo bloque de poder y defienden los mismos intereses. En cambio, quien desee confrontar políticamente en serio, sin sobrevalorar ni subestimar a la adversaria, y tampoco sin agredir ni ofender sino como forma de contrarrestar los intereses que ella defiende, debería llamarla sobriamente “Carrió” o “diputada Carrió”.
2) Otra actitud política habitual para responder a declaraciones o dichos de Carrió es reírse o burlarse. Una reacción de ese tipo es legítima, entendible y puede ser admitida –cómo no– dentro del infinito mundo de la libertad para expresarse. Pero si sólo esa fuera la respuesta, la dirigente que –en este caso– es objeto de risa o burla sale ganando. Queda convertida en un personaje pintoresco, gracioso y a lo sumo ridículo ante sectores de la sociedad que la rechazan, mientras queda intacta su influencia sobre otros sectores sociales que le dan legitimidad electoral para ocupar espacios de poder.
La risa y el humor pueden ser excelentes armas de lucha política popular, y la historia universal está llena de ejemplos. En la Argentina de las últimas décadas, uno de los ejemplos más grandiosos fue el rol de la revista Humor durante la dictadura. También la frecuente utilización que hace Página/12 desde siempre, incluso en estos días con las “propinas” de Carrió. Además, magníficos aportes realizan actualmente artistas como Pedro Rosemblat («El cadete», en su personaje televisivo), Martín Rechimuzzi (creador de la genial ficción del falso notero televisivo Randal López) o Max Delupi (quien representa a “Nancy” en el dúo de personajes “Telma y Nancy”).
A su vez, el bloque de poder dominante, precisamente por ser propietario de las maquinarias mediáticas necesarias para hacerlo, también tiene a disposición los instrumentos humorísticos de manipulación de la opinión pública para deslegitimar, desgastar y combatir a sus adversarios. En el periodo kirchnerista, quizás el más eficaz ejemplo –no el único– fue cuando el Grupo Clarín contrató a la actriz Fátima López para hacer un personaje de parodia que se burló durante años de la entonces presidenta Cristina Kirchner en el programa televisivo de Jorge Lanata.
Sin embargo, la comicidad, el humor, etcétera, son producciones culturales que pueden ser apropiadas para los artistas. En cambio, quienes militan o actúan en política y pretender representar los intereses del pueblo deben elaborar respuestas/acciones propias de su campo de actuación y de responsabilidad.
3) Una tercera actitud política frecuente de los opositores a Carrió consiste en subestimarla. La mención más frecuente en ese sentido es que nunca ganó una elección presidencial. Ese razonamiento deja de lado que en las disputas de poder cada quien desempeña roles diferenciados dentro de dispositivos muy amplios y diversos.
La estructuración de los poderes públicos o de los poderes de facto equivale a engranajes extremadamente complejos donde cada pieza cumple una función específica. En este caso, se trata de una dirigente con malos resultados en todos sus intentos por alcanzar la Presidencia de la Nación, pero al mismo tiempo con altos niveles de adhesión en amplios sectores de la sociedad y que el año pasado obtuvo el 50% de los votos en la ciudad de Buenos Aires.
También se menciona que ella misma deshace todo lo que construye políticamente. Eso carece de importancia. En esta época, la política se realiza con bajos niveles de articulación en organizaciones –los partidos–, y con alto predominio de los dirigentes que individualmente se constituyen en referentes. La actividad está fuertemente personalizada, y el volumen político de una figura no depende de la fortaleza de su partido o coalición, ni del nombre que utilice su lista en una contienda electoral.
Características para disputar poder
Para interpretar políticamente a Elisa Carrió y enfrentarla en el terreno de las disputas de poder, puede ser útil tomar en cuenta ciertas características: que cumple una función importante para la estrategia de acumulación de fuerzas de la derecha; que tiene propensión al desequilibrio mental y emocional; que ejerció/ejerce una violencia retórica feroz desde hace más de una década; y que por todo ello constituye un peligro para poder procesar la conflictividad del país dentro de niveles pacíficos.
Increíblemente, nunca nadie había reparado públicamente en el carácter violento e impune de su discurso, hasta que lo hizo recientemente el diputado Leopoldo Moreau. Pero la agresividad extrema de sus palabras y sus referencias a «muertos», «matar», «armas», «viuda» –aludiendo a Cristina Kirchner–, tienen una habitualidad impresionante desde que fue candidata presidencial en 2007. El tema fue desarrollado por el mismo autor de este artículo en una reseña publicada por Contexto el año pasado el 26 de marzo.
En cuanto a sostener que es propensa al desequilibrio mental y emocional, se trata de una afirmación de interés público basada en una observación de sus comportamientos políticos a lo largo de los años. No implica ninguna forma de agresión a su condición personal. Mucho menos equivale a un diagnóstico científico, que sólo podrían hacerlo eventualmente profesionales que tengan los conocimientos necesarios y en el ámbito apropiado.
Además, discriminar a Carrió por «loca», igual a como se lo hace frecuentemente por ser «gorda», son infames faltas de respeto a características mentales o físicas que ni en ella ni en ninguna otra persona pueden ser motivo de burla, estigmatización o descalificación (y, como enseñó hace poco Cristina Kirchner en un tuit de menos de diez palabras, «tratar de loca a una mujer [es] propio de machirulos»).
A pesar de ello, tratándose de una persona que tiene actuación pública en altos cargos del Estado, es necesario incorporar como dato de la realidad sus características psíquicas y emocionales. Ella es legisladora nacional desde hace casi dos décadas y media –su primer cargo institucional fue como convencional en la reforma de la Constitución del año 1994, y a partir de allí ocupó siempre una banca de diputada nacional, excepto en breves periodos porque renunció para luego volver a postularse; ganó su banca seis veces, primero por la provincia de Chaco y luego por la Capital Federal–, y hoy es una de las figuras más influyentes de la coalición Cambiemos.
En consecuencia, lo fundamental para enfrentarla políticamente es advertir la importancia de su desempeño dentro de confrontaciones por espacios de poder. Carrió ha sido/es una pieza fundamental en el engranaje político y particularmente comunicacional que el poder dominante utilizó/utiliza para acatar a mansalva al espacio político que disputó contra sus intereses, fundado por Néstor Kirchner y cuyo liderazgo ejerce Cristina.
Un solo ejemplo tiene la contundencia necesaria para no abundar: ella fue la referente pública que más contribuyó a instalar en amplios sectores de la población la afiebrada fantasía de que el fiscal Alberto Nisman fue asesinado por el gobierno de Cristina Kirchner.
«Ya se demostrará que fue un asesinato cuya responsable principal es CFK (Cristina Fernández de Kirchner), con autoría argentina a través de Aníbal Fernández y Milani (el entonces jefe del Ejército), inteligencia iraní, sicarios extranjeros», dijo por Twitter cuatro meses después de la muerte del fiscal (nota del portal MDZ del 13 de mayo de 2015)
En noviembre del año pasado, luego de un acto fallido atroz, sostuvo lo mismo durante una entrevista en el canal de noticias del Grupo Clarín, que es su principal ámbito de legitimación mediática. Allí acude continuamente para ser entrevistada con reverencia y complacencia, pero esa vez una periodista le preguntó con aceptable sobriedad y profesionalismo sobre la desaparición y muerte de Santiago Maldonado. «A Elisa Carrió le preguntaron por Maldonado y respondió por Nisman: «Lo mató el Gobierno», tituló el canal en su edición digital (nota de TN del 22 noviembre).
Advertir la violenta influencia en la opinión pública de tales afirmaciones, posteriormente reproducidas y convalidadas hasta el infinito por las maquinarias mediáticas que reflejan los intereses del bloque de poder dominante, es una de las múltiples formas posibles de comprender el rol de Carrió en la política argentina, y el peligro que representa para desarrollar y dirimir los conflictos mediante las reglas de la paz.
Reírse de ella puede ser genuino y hasta saludable. Además, subestimar al adversario –adversaria, en este caso– es un error perfectamente posible y legítimo dentro de la acción política –que en última instancia es una tarea humana y, como tal, susceptible de todas las falencias propias de esa condición–. En cambio, representar los intereses populares demanda una correcta caracterización e identificación de los actores que están enfrente, ya sean individuales, corporativos, institucionales, etcétera.
Elisa Carrió no es un personaje menor ni risueño, por más que habitualmente tenga desempeños que, al mismo tiempo que son indignantes, pueden resultar grotescos, divertidos o desopilantes. Eso es anecdótico. Lo fundamental es la peligrosidad de su función en la estrategia de la derecha que hoy controla el Estado y está devastando al país.