Marco Enríquez-Ominami es una de las figuras más destacadas del progresismo latinoamericano. Fue diputado del Congreso chileno y tres veces candidato a presidente. En la actualidad, alejado de la política partidaria, impulsó la fundación del Grupo de Puebla, espacio que agrupa a líderes regionales como Rafael Correa, Dilma Rousseff, Alberto Fernández.
En una extensa charla con Contexto abordó diversos temas, pero era inevitable empezar la conversación con una pregunta sobre la actual coyuntura que vive Chile.
¿Por qué Chile, después de tantos años de democracia, no ha logrado cambiar el modelo de desigualdad, no solo económica sino también social, gestado durante la dictadura?
Porque la dictadura tuvo grandes asesores económicos y jurídicos. Aunque duela reconocerlo, fueron brillantes en dos cuestiones: la primera, en lo político crearon una cantidad de candados en términos jurídico, administrativo, legales, electorales que le permitieron proteger un diseño. Un gran trabajo jurídico que es innegable. La segunda es que en el corazón de la Constitución se establecieron algunos principios economicistas muy jodidos que, acompañados de una dictadura cultural, permearon el alma de los chilenos.
Voy a dar tres ejemplos. Uno, en un país basado en materias primas, se le entregó concesiones indefinidas al extractor. Vale decir que la pesca o la minería tienen concesiones indefinidas con un altísimo rango jurídico. Dos, se separó el agua de la tierra y se creó un código donde el agua es como una acción. Esto quiere decir que puede haber un campesino con tierras pero sin agua, y un empresario con agua pero sin tierras. Tres, se estableció que todo el subsidio público tendiera al individuo y a no la institución. Eso se apoya en un principio constitucional de un Estado subsidiario y no un Estado solidario. Vale decir, un Estado que puede actuar solamente si el mercado no lo puede hacer.
Esos tres grandes elementos están en la Constitución y, como decía al principio, para cambiarlos se requieren mayorías superlativas, demenciales, imposibles de obtener.
Esto que se hizo durante la dictadura en lo jurídico y en lo económico para defender esos intereses, por miedo, por cálculo, por ambigüedad ideológica o por conveniencia electoral no se denunció lo suficiente en democracia.
Ahora, un grupo de jóvenes, usuarios del metro (como le dicen ustedes, el subte) salió a protestar y todo explotó, pero lo que está en el origen de esa explosión es todo lo que mencioné anteriormente. Lo sustantivo, y voy a exagerar un poco, es que el Estado en Chile está jibarizado (reducido a su mínima expresión).
¿Hoy existe la correlación de fuerzas necesarias para modificar esta realidad?
Existían, hasta el coronavirus. Por ahora todos los presidentes cuyos países están afectados por el coronavirus han fortalecido su imagen. Es tal la angustia frente a una pandemia tan impredecible, en un mundo tan enfermo ambientalmente, con una economía en América Latina que va a la baja, que los pueblos se aferran a sus autoridades. Piñera era un cadáver político y la pandemia lo revivió.
Lo que se pudo ver desde Argentina es que el estallido social de octubre generó que salieran a las calles una enorme cantidad de demandas que no parecían estar encadenadas detrás de un liderazgo claro. ¿Esta situación ha cambiado?
La síntesis de todo ese movimiento de protesta es la reforma constitucional. Pero ahora, con la pandemia, eso cambia nuevamente. Ahora estamos de nuevo en la economía. No estamos en la justicia social. Estamos nuevamente en la economía y la supervivencia.
Usted fue tres veces candidato a presidente y fue el primer diputado chileno que propuso una ley de derecho al aborto y también una de matrimonio igualitario. ¿Por qué su propuesta como referente de un sector importante de la sociedad chilena no logró consolidarse y obtener el triunfo?
Lo primero que señalaría es un elemento cultural de una sociedad que era conservadora hasta antes del movimiento social. A eso hay que agregarle que la derecha es muy poderosa, controla los bancos y a buena parte del periodismo (radios, televisión, diarios, etcétera), por lo que es muy desigual el debate. Uno va a exponer su idea sobre educación pública y gratuita frente a periodistas que trabajan para los grandes empresarios. Así es muy difícil la conversación.
Por otro lado, probablemente yo fui ingenuo. Pensé que uno podía desafiar a la élite del poder simplemente con buenas ideas. Se requieren recursos, partidos grandes y todo eso no lo teníamos.
Sin embargo, en cierto modo ganamos. No gané yo, pero muchas de nuestras ideas triunfaron. Piñera no quería hacer una reforma tributaria y tuvo que hacerla. Bachelet no quería hacer una asamblea constituyente y terminó, al menos, haciendo un informe sobre eso. Un informe tímido y mediocre, pero lo hizo. Buena parte de nuestras ideas eran de minorías y hoy son de mayorías en Chile. Antes eran ideas de protestas. Hoy son propuestas. Educación pública y gratuita, un impuesto al capital, la salud pública como un derecho universal garantizado, el agua como un derecho básico universal y un derecho humano, el fin de las concesiones indefinidas, etcétera. Todas esas que eran nuestras ideas hoy son las ideas de la mayoría de los chilenos.
Pero, como dije, todo esto vale hasta el coronavirus.
Usted señaló un fenómeno que no solo sucede en Chile sino en todo el mundo: los medios hegemónicos están en manos de los sectores del poder concentrado de la economía. La transformación cultural, la construcción de mayorías, la toma y transformación del Estado, ¿en qué orden van esos procesos? Como señala un viejo problema de manera popular, ¿qué es primero, el huevo o la gallina?
La discusión sobre el Estado y el mercado es una discusión muy rica, pero el gran problema son las reglas. Las reglas, no las leyes, son las que tienen que ir primero. Ahí están los pactos que tiene Europa, los pactos sociales donde el más joven ayuda al más grande en términos previsionales, el más rico ayuda al más pobre en términos fiscales, el más sano ayuda al más enfermo en materia de salud, y donde la educación es un bien universal y, por lo tanto, de acceso público, laico y gratuito. Esas son reglas que debe disponer el Estado y no el mercado.
Una vez que el Estado tiene las reglas bien fijadas, el privado tiene un rol fantástico que jugar. El problema en Chile es que al Estado lo jibarizaron y hoy son las reglas las que están en crisis.
En Chile las reglas del sistema de previsión (jubilación) indican que el más joven no ayuda al más viejo. El más joven ayuda al más joven o, peor, el más joven se ayuda a sí mismo.
Se produjo el estallido social en Chile y paralelamente también estalló Colombia y Ecuador; hay quienes aseguran que en Argentina hubo un estallido social con votos que sacaron a Macri del gobierno. En Brasil, Bolsonaro (hasta la crisis del coronavirus) parecía consolidarse; la derecha neoliberal ganó en Uruguay; los sectores más reaccionarios dieron un golpe de Estado en Bolivia; Estados Unidos aumentó su acoso contra Venezuela. ¿Cómo pueden avanzar las luchas populares en el marco en este cúmulo de proyectos que parecen antagónicos, donde algunos casos logran consolidarse, otros están en una etapa de resistencia y otros parecen caminar por la cuerda floja?
Estamos en un contexto sumamente complicado en América Latina. La economía mundial ya venía muy mal y peor aún la economía latinoamericana. La nuestra es una economía exportadora, con poco valor agregado, con algunos pocos países industrializados y con mucha informalidad en el trabajo. Todo eso va a empeorar. Por lo tanto, lo que va a haber, a mi juicio, son liderazgos nacionalistas, aislacionistas, populistas y autoritarios. Todos a favor del Estado. Y van a tener enfrente líderes integracionistas, solidarios, humanitarios y progresistas frente a este populismo y autoritarismo neoliberal que, no dudo, va a ser superado, pero va a quedar el autoritarismo como gran reflejo de esos liderazgos de derecha.
Los progresistas deberán ser extremadamente imaginativos y no quedarse paralizados por el miedo. El progresismo va a tener que ser más imaginativo que miedoso. Ese es el gran desafío. Por eso soy un gran admirador de Alberto Fernández, porque ha demostrado no tener miedo y eso le ha dado una gran credibilidad frente a su pueblo.
¿Cómo interpreta las recientes acciones en contra del presidente Alberto Fernández encabezadas por el Grupo Clarín, la empresa Techint y los exfuncionarios del gobierno de Cambiemos que alentaron cacerolazos para, en medio de esta crisis provocada por la pandemia, comenzar a desgastar su figura?
Desde la Revolución francesa en adelante esa es la historia de todos los líderes que se han propuesto proteger a los más débiles. Siempre la priorización de los más débiles, de los más discriminados, es muy mal vista por las élites, por los poderosos. Por lo tanto, es normal que se expresen así. Los poderes estaban acostumbrados a presidentes que se transforman en guardaespaldas de sus intereses.
Si Alberto Fernández decidió que su prioridad, por el bien de todos los argentinos, incluso por el bien de los más ricos, es proteger a los más pobres, a los más débiles, eso afecta a algunos sectores que nunca lo van a aceptar.
La política y el poder no conocen el vacío. Toda política pública afecta a alguien. No existe una política pública neutra. Alberto Fernández no es neutro. Como Grupo de Puebla, nosotros apoyamos a Alberto Fernández porque encarna profundos valores que nos representan. No se puede ser neutro frente al abuso y a la pobreza.
Usted habló de «populismo», un terminó que tiene múltiples interpretaciones. ¿Cómo lo define?
Soy hijo de periodista, estoy casado con una periodista y tengo muy mala opinión del periodismo en general, aunque hay excepciones. Tengo muy mala opinión de los canales de televisión de América Latina, aunque también hay excepciones.
Usé la palabra «populismo» justamente porque los medios de comunicación la suelen usar muy mal. Si populismo es preocuparse por los pobres y ser popular, soy un gran populista. Pero son los medios de comunicación los que han transformado al populismo en un concepto negativo, lo ponen como sinónimo de demagogia, como sinónimo de mentir. Bajo ese criterio, donde hay populismo es en la derecha. Cuando la derecha dice que puede cuidar a todos cuidando a los más ricos, parte de un principio que es totalmente falso, mentiroso.
En este contexto regional tan complejo, ¿cuál será el rol del Grupo de Puebla?
El Grupo de Puebla debe tener un vínculo con los distintos líderes de América Latina, con el pensamiento de América Latina, y estar siempre vinculado con los movimientos sociales. Ayudar a la articulación política regional, a la integración, y tratar de aportar ideas críticas con puntos de vista originales y despejar los límites de lo posible.
La imaginación será fundamental. Tenemos que ser más imaginativos que nuestros adversarios. Ser progresista es más difícil que ser de derecha.
El Grupo de Puebla está compuesto por hombres y mujeres libres que se representan a sí mismos. No representamos a gobiernos, ni a instituciones ni a partidos políticos. Nosotros no creemos que la pobreza sea una respuesta de la naturaleza. Sabemos que hay que avanzar contra la pobreza y la desigualdad y descartar la idea de neutralidad.
A nivel Estatal, en América Latina se habían consolidado espacios de integración (Unasur, Mercosur, Celac, Alba-TCP, etcétera) que permitían que la región se fortaleciera como un polo dentro de este mundo multipolar. Luego vinieron los golpes de Estado contra Manuel Zelaya, Fernando Lugo, Dilma Rousseff, Evo Morales, la arremetida contra Lula da Silva, Cristina Fernández, Rafael Correa y el aumento del asedio contra Venezuela. ¿Cómo se puede construir la integración regional si la oligarquía local en alianza con los intereses de Estados Unidos, ante la mínima oportunidad, destruye rápidamente toda la unidad?
El distanciamiento social que está viviendo la humanidad a nivel local va a instalar una gran desconfianza hacia el otro. Por lo tanto, el progresismo va a tener que resignificar el concepto de vivir integrados, armonizados, coordinados.
Estoy convencido de que el progresismo va a triunfar, pero no va a ser fácil. Hay un principio básico que es que juntos se llega más lejos. En soledad uno anda más rápido, pero juntos se llega más lejos. Las políticas contra las drogas, las políticas sanitarias, las políticas de seguridad, las de impuestos al capital, las de lucha contra el hambre, si no son coordinadas no tienen éxito. Eso va a quedar en evidencia.
La lucha no va a ser fácil porque la derecha va a defender la idea de que solo se es más ágil, y efectivamente la coordinación requiere de organismos multilaterales complejos, burocráticos, como lo son todos los parlamentos del mundo, lentos, opacos. Ese es el gran desafío y por eso usé tanto la palabra «imaginar». Habrá que ser muy creativos. Como decía un brasilero: «Ahora tenemos más votos que ideas y antes teníamos más ideas que votos». Ahora necesitamos los votos y las ideas.
¿Qué futuro vislumbra para una región que necesita tanto la construcción de lo que algunos denominaron la Patria Grande?
Hoy en día es imposible hablar de una Patria Grande sin pesar en el sistema financiero y el capital. Cuando se termine la pandemia vamos a necesitar muchos recursos. Esos recursos van a salir de la capacidad de endeudar a los Estados o de abordar, de una vez por todas y de manera continental, el debate del impuesto al capital. Un debate que va a ser muy rico y muy complejo, pero muy necesario.
Por eso participé de la fundación del Grupo de Puebla. Porque estoy convencido de que las grandes transformaciones en materia de justicia social deben ser coordinadas entre países. No hay posibilidad de hacer una gran reforma del sistema financiero, de los impuestos a los grandes capitales, a las grandes riquezas, si no es sobre la bases de una coordinación continental.
Solo para dar un ejemplo: América Latina tiene un gasto militar obsceno en relación con los niveles de pobreza que posee. Chile gasta el 6% del PBI en Defensa; esto es totalmente obsceno. La razón por la que los chilenos toleran eso es porque creen que los hermanos bolivianos, los hermanos argentinos y los hermanos peruanos son una amenaza de guerra. Es lo único que justifica un gasto tan alto. Si fuéramos capaces de hacer que las fronteras peruano-chilenas, boliviano-chilenas y argentino-chilenas respiraran más, disminuiríamos el gasto militar y tendríamos más recursos. Ese es un ejemplo, una evidencia más de por qué es tan importante la integración.