Por Gabriela Calotti
«Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un esqueleto incompleto, un par de huesos», afirmó Stella Maris Soria al declarar el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata que lleva adelante de forma virtual el juicio oral y público por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús. El proceso se realiza 45 años después de aquella tragedia para decenas de miles de activistas, trabajadores, estudiantes y militantes, y sus familias, que siguen levantando las banderas de memoria, verdad y justicia.
Su madre, María Esther Buet, también se pronunció en ese sentido y relató en primera persona sus meses escondida por el miedo que le había provocado el secuestro de su marido Miguel Ángel. «Tampoco puedo entender de tener 25 años y que se lo lleven y que devuelvan esos huesitos. Eso no lo puedo entender ni cerrar nada hasta ahora. Trataré de hacer un esfuerzo para ir haciendo el duelo. Con esto no se puede vivir», dijo María Esther, haciendo un enorme esfuerzo para recordar lo sucedido y relatarlo al tribunal.
Norma Soria, hermana de Miguel Ángel, relató los recorridos interminables que hizo con su madre y muchas veces también con su sobrina por dependencias militares, policiales, eclesiásticas y carcelarias para dar con el paradero de su hermano. «La vida no es la misma», afirmó. El secuestro y desaparición de su hermano en junio de 1976 «nos destruyó», aseguró.
Según la reconstrucción que pudieron hacer sus familiares, Miguel Ángel Soria fue asesinado el 3 de febrero en San Martín, durante un supuesto enfrentamiento con fuerzas militares. Fue enterrado en una fosa común del cementerio local, de donde sus restos fueron rescatados e identificados en 2011 por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), según el testimonio de las tres mujeres.
«Voy a decir lo que me acuerdo porque a 45 años no es fácil. Lo quise escribir pero no pude […] La última vez que vi a mi esposo fue el 6 de junio. Quedamos en encontrarnos en la casa de mi suegra porque ahí estaba la nena, que tenía cinco años, Stella Maris. Él trabajaba en Astillero Río Santiago y como ese día cobraba me dijo ‘nos encontramos antes para que vayas a pagar el alquiler’» del departamento que alquilaban en 18 e/ 66 y 67, en La Plata.
Así comenzó la declaración testimonial de María Esther Buet, que nunca pudo llegar a la casa de Berisso porque la manzana estaba rodeada por un operativo de la marina. Trabajadora en el frigorífico Swift donde era delegada, la habían obligado a renunciar meses antes. María Esther tampoco llegó al departamento platense porque «el señor de la verdulería de calle 67 me dijo ‘Ni se te ocurra, porque está lleno de policías».
«Al no poder entrar ni nada, y del susto que tenía, me volví a Berisso. Cuando me vuelvo a Berisso otra vez estaba lleno de policías, estaban arriba de los techos, y un vecino de mi suegra me dice ‘Ni se te ocurra mirar para ningún lado. Seguí caminando derecho y andate de acá. Había con armas largas, alcancé a ver», relató.
Siguió caminando hasta la Plaza Almafuerte, donde la encontró un hermano de su marido. Se escondió en la casa de una prima de Miguel Ángel, donde tuvo que meterse en un enorme placard para que los militares no la encontraran cuando fueron hasta allí. «Ahí me vuelvo a salvar […] no sé si fue la suerte o el destino». Luego fue llevada en el baúl de un auto hasta una precaria casilla en la que vivía su hermano, trabajador en YPF. Allí estuvo hasta fin de año. De noche no dormía por el miedo. A su hija casi no la veía.
«En ese tiempo mi suegra cuidaba a la nena. La crió mi suegra a la nena. Era muy chiquita. A veces me la llevaba para verla», precisó con angustia en la voz.
«Mi suegra, mientras estuvo viva, siempre lo estuvo buscando. Ella falleció y hoy nosotros tenemos los restos de Miguel, porque cuando vino el gobierno de Kirchner dijo que los hijos, los hermanos […] entonces fue mi hija, mi cuñado a sacarse sangre y después, hace nueve años u ocho, no me acuerdo bien, la llaman a Stella y le dicen que han encontrado los restos de su papá. Y ahí se lo entregan», agregó después al referirse al hallazgo de los restos de su marido.
Los secuestros y desapariciones o los años en la cárcel socavaron en muchos casos los vínculos familiares. María Esther confesó que nunca volvió a tener un contacto cotidiano con su hija o a «recuperar cierta normalidad», en palabras de uno de los abogados de la querella de Justicia Ya. Con la voz quebrada aseguró que «cuando te pasan esas cosas, siempre pasa que siempre te echan la culpa. La culpa siempre la tenía yo de lo que había pasado […] Yo entonces no entendía nada porque nunca más pude tenerla en mis brazos ni dormir una noche con ella», lamentó visiblemente angustiada.
Su hija, Stella Maris, que trabaja en la Facultad de Derecho, donde también trabaja María Esther desde hace años, ya es madre. Stella Maris vivía con sus abuelos. De hecho, iba al jardín de infantes en Berisso. Pese a su corta edad, recuerda perfectamente que aquel 6 de junio de 1976 estaba en la casa de sus abuelos paternos en Berisso mirando por televisión los dibujos animados de la Pantera Rosa cuando llegaron varios hombres, uno de ellos vestido con traje, que la levantó a upa. Era el comisario Viola, que pertenecía a la Brigada de Investigaciones de La Plata.
«Ingresaron al domicilio. Mi abuelo tenía un almacén delante de casa. Mi abuela estaba planchando. Mi papá había llegado del trabajo; revolvieron toda la casa. No encontraron a mi papá. Sí los documentos de él, pero a él no lo encontraron en ese momento. Salió por el fondo», relató Stella Maris, que conserva la sensación de que esos hombres «estuvieron un montón de tiempo» en la casa.
A partir de ese momento su abuela inició una incansable búsqueda. Trámites, habeas corpus, cartas al Arzobispado. «Fue a todos lados, como hicieron la mayoría de los familiares». Enlazando su relato con el de su madre y luego su tía, Stella Maris comentó que, según supieron, quien dejó entrar a los militares al departamento de sus padres fue el propietario, de apellido Sotelo.
«Todos los habeas corpus fueron negativos. Y no supimos nunca más nada hasta 2011, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense lo reconoce en el Cementerio de San Martín, en una fosa común», precisó.
«Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un esqueleto incompleto, un par de huesos, con un cráneo multifragmentado, fémur quebrados… Cuando uno no tiene un cuerpo. Es muy difícil hacer ese duelo y es muy difícil entenderlo», dijo Stella Maris, ya trabada por la congoja.
Luego de una breve pausa a pedido del presidente del tribunal, el juez Ricardo Basílico, e interrogada por otra abogada querellante, Pía Garralda, Stella Maris dijo que, por lo que pudieron reconstruir, su papá «estuvo en la Brigada de Lanús» y «su último lugar fue San Martín».
«Yo la acompañé a mi abuela a reconocer un cadáver. Eran un par de trapos quemados y cenizas… Era un cadáver calcinado que dijeron que había que ir a reconocer», sostuvo, conservando la entereza.
¿Cómo fue tu vida a partir del secuestro de tu papá?, le preguntó la letrada.
«Es muy difícil explicar eso. No es fácil entender las cosas. Me quedé con mis abuelos. Acompañé a mis abuelos hasta que no los tuve más», afirmó, aguantando el llanto. «Si hoy estoy acá también es por ella [su abuela], por mi viejo, para que se haga justicia», reclamó. «Es muy difícil reconstruir una vida a la que le falta algo», sentenció, antes de considerar que estos testimonios son para conservar la memoria y trasladarla de generación en generación, y pidió «cárcel común y perpetua» para los responsables de genocidio. «Justicia por mi papá, por los 30.000 desaparecidos. Por todo lo que vivimos. Por todo eso pido justicia», concluyó.
Norma Soria, hermana de Miguel Ángel, también relató los hechos ocurridos ese 6 de junio de 1976. Ella era estudiante universitaria. Vivía con sus padres. Recuerda que hubo tres allanamientos. En uno de ellos los verdugos llegaron inclusive disfrazados del Zorro. Contó que cuando fue a hacer la denuncia a 1 y 60 reconoció a uno, que era jefe y llevaba en su uniforme dos tiras rojas. «El día que vinieron disfrazados nos hicieron tirar cuerpo a tierra; estaba yo y mi hermano menor. Nos dijeron que a nosotros y a toda la juventud ‘la tenían que eliminar porque éramos la pudrición’».
«Lo buscamos por todos lados. En la casa de los amigos… Y no, no, lo último que se supo fue que estaba saliendo por calle 66», aseguró.
Por un cabo de apellido Obregón de la Comisaría 2ª «supimos que mi hermano había estado ahí», comentó Norma, que mencionó cuando con su madre fueron a una dependencia militar, donde vieron a un militar que resultó ser Federico Minicucci, uno de los imputados en este juicio, que goza de prisión domiciliaria y que entonces era jefe del Regimiento de Infantería Mecanizada Nº 3, pero «no nos dijo nada. Las mismas mentiras de siempre».
La tristeza y el miedo a las tormentas, por ejemplo, son parte de la vida de Norma. «Te queda el dolor, y aunque lo encontramos, desarmó todo. Nos desarmaron a todos. Mi mamá le llevaba flores a los NN al cementerio», contó. «La vida no es la misma. Nos destruyó totalmente», dijo al cerrar su declaración, muy apenada. Durante la declaración de su sobrina, se vio detrás un pañuelo blanco con el nombre de su padre y una remera de Hijos Berisso con la leyenda «30.000».
María Esther y su cuñada Norma coincidieron en señalar a un tal Jorge Gómez, que dicen era «amigo» de Miguel Ángel «y de toda la familia». «Lo que no sabíamos era que era un buchón», sostuvo María Esther. Ambas dijeron que en aquel momento Gómez estaba vinculado al gremio UPCN. Pero que con los años se enteraron que trabajaba para la SIDE, por entonces Servicio de Inteligencia del Estado. Norma comentó en su testimonio que, según supo, Gómez está actualmente en un geriátrico, «loco».
Stella Maris y Norma mencionaron como el responsable del operativo que allanó los domicilios de Berisso y La Plata y que desembocó en el secuestro de Miguel Ángel a un tal comisario Viola, que luego fue trasladado a Lanús. En la Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda funcionó el centro clandestino de detención (CCD) El Infierno. Allí estuvo Miguel Ángel Soria.
En aquellos años, numerosos trabajadores del Astillero Río Santiago fueron blanco de la represión. También fueron secuestrados y desaparecidos trabajadores del frigorífico.
En el TOC Nº 1 acompañan a Basílico los jueces, también subrrogantes, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y el cuarto magistrado, Fernando Canero. El juicio oral y público, que es virtual a raíz de la pandemia, comenzó el 27 de octubre de 2020 por los hechos sucedidos en los CCD que funcionaron en las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús con asiento en Avellaneda, como parte del denominado Circuito Camps, ante el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata. Se trata de un proceso que unifica varias causas, totalizando 442 casos, con 18 imputados y 481 personas que brindarán testimonio.
La audiencia puede seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información: www.juiciobanfieldquilmeslanus.wordpress.com.
La próxima audiencia será el martes 13 de abril a las 9 hs.