Por Carlos Ciappina
Cristóbal Colón
No me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar oro.
Cristóbal Colón, Diario del Primer Viaje, 15 de octubre de 1492.
Mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro.
Cristóbal Colón, Diario del Primer Viaje, 1º de noviembre de 1492.
Todo el tiempo la historia nos alcanza, a cada momento nos pone en la situación de revisarla, aclararla, reescribirla. La historia es permeable a las relaciones de poder entre diferentes actores sociales, a las luchas y conflictos por determinados proyectos políticos, y es, la Historia, una de las herramientas claves para que las relaciones de poder entre opresores y oprimidos sean vistas como algo “natural” o para desentrañar su verdadera naturaleza.
Así, nada es inocente en la Historia. En este permanente conflicto, que es un conflicto por la memoria colectiva, los símbolos juegan un rol central para reforzar la mirada instituida y naturalizada o cuestionarla y modificarla. Espacios y lugares reciben así nombres y denominaciones que cosifican determinada perspectiva histórica, la vuelven cotidiana y, sobre todo, permanente.
Es en este punto en donde las calles, plazas, monumentos y estatuas adquieren una dimensión mucho más profunda que la de una mera referencia espacial: simbolizan el triunfo de toda una concepción sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro de las sociedades, y, más importante aún, sacralizan el orden de valores que cada uno de esos nombres y referencias evocan.
Una estatua enorme de un navegante de hace cinco siglos atrás se yerguía en el predio de la Casa de Gobierno de nuestro país: ¿qué significados podemos atribuirle?, ¿qué representa?
Cristóbal Colón era un mercader y navegante como muchos otros que el naciente capitalismo europeo enviaba a los confines de Asia y África para obtener oro, plata, piedras preciosas y especias que se comercializaban a precios exorbitantes pagando poco o nada por adquirirlos: fue el inicio de la permanente depredación y explotación de recursos que aún hoy continúa en buena parte de nuestro planeta.
CRISTÓBAL COLÓN ERA UN MERCADER Y NAVEGANTE COMO MUCHOS OTROS QUE EL NACIENTE CAPITALISMO EUROPEO ENVIABA A LOS CONFINES DE ASIA Y ÁFRICA PARA OBTENER ORO, PLATA, PIEDRAS PRECIOSAS Y ESPECIAS QUE SE COMERCIALIZABAN A PRECIOS EXORBITANTES PAGANDO POCO O NADA POR ADQUIRIRLOS.
Un hecho fortuito, la presencia de lo que hoy llamamos América, se interpuso entre este mercader italiano y el lejano Oriente: Cristóbal Colón no vino a “descubrir América”, sino que iba a depredar al Asia y se topó con el “nuevo continente”. El objetivo de su travesía (portentosa, por cierto) quedó enunciado en la propia palabra de Colón a través de sus diarios de viaje: la búsqueda de oro y riquezas. Es la sed de recursos del capitalismo europeo el motor de la llegada a las costas de este “nuevo continente”. Todos sabemos lo que sucedió a partir de allí: el propio Colón y sus hijos, y luego todo el aparato del Estado español, desataron la mayor empresa invasora, destructora y genocida de toda la historia de la humanidad. Las estimaciones divergen, pero siempre se calcula por millones. Las más conservadoras hablan de 20 millones, y las más abultadas de 60 millones de indígenas muertos en los trescientos años posteriores a la llegada de Colón.
Aún en vida de Cristóbal Colón, la población originaria de las primeras islas a las que llegó casi había desaparecido. Para 1550, la totalidad de la población originaria de las islas del Caribe había desaparecido bajo la espada, las enfermedades, el trabajo esclavo y la cruz.
Durante los trescientos años siguientes, este “orden colonial” transformó a nuestro continente en un proveedor inagotable de oro, plata, piedras preciosas, maderas, perlas, cueros y cuanto recurso pudiera venderse en Europa, a la vez que desestructuró todo el mapa social de los pueblos originarios: sus culturas, creencias, modos de organización económica, familiar. Cuando la mano de obra escaseó o desapareció, decenas de millones de seres humanos fueron capturados en África y trasladados al “nuevo continente” para ser tragados por plantaciones y haciendas como esclavos.
¿Por qué le erigimos estatuas a quién inició todo ese desastre civilizatorio? ¿Por qué lo hicimos nada más y nada menos que en la Casa de Gobierno nacional?
¿POR QUÉ LE ERIGIMOS ESTATUAS A QUIÉN INICIÓ TODO ESE DESASTRE CIVILIZATORIO? ¿POR QUÉ LO HICIMOS NADA MÁS Y NADA MENOS QUE EN LA CASA DE GOBIERNO NACIONAL?
Porque durante toda la colonia y luego en los “gobiernos independientes” que crearon las nuevas élites latinoamericanas, se construyó una historia que ocultó al mercader que ansiaba oro a toda costa y lo sustituyó por el “gran almirante” , “el genio de Colón”, que, como una especie de astronauta desinteresado, se lanzó a navegar buscando nuevas tierras a las cuales “civilizar”.
Por eso parece natural que Colón todavía ocupe un espacio clave en nuestra propia Casa de Gobierno, como si la colonia no hubiera terminado, como si no supiéramos que, lejos de rendir pleitesía, deberíamos exigir que España y las potencias colonialistas pidan perdón (a los pueblos originarios y a nosotros, mestizos de este bello continente) por su antigua obra destructora.
La estatua de Colón nos decía que la mentalidad colonial nos habitaba y, más grave aun, que hacemos propios los valores y principios que significaron muerte, dolor y sufrimiento para millones de nuestros hermanos y compatriotas en nuestro continente.
Juana Azurduy
Me enamora la patria en agraz.
Desvelada recorro su faz.
El español, no pasara.
Con mujeres tendrá que pelear.
Félix Luna, Mercedes Sosa, «Juana Azurduy».
La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, mas no al que defendía su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego.
Juana Azurduy, 1813.
Juana Azurduy también es un símbolo. Fue una mujer libertaria, valiente, decidida, que luchaba contra varios mundos coloniales: el Imperio Español que había destruido durante trescientos años a las comunidades de la Sierra Boliviana, el Imperio de los varones que pretendían (y aún hoy pretenden) relegar a la mujer al rol de paciente compañera doméstica que nada tiene que ver con la política y la lucha por un mundo mejor, y el imperio de la gerontocracia, ya que tenía apenas 29 años cuando se sumó a la lucha contra la monarquía y el imperio español.
Juana Azurduy hablaba quechua y español, y tempranamente se sumó a la lucha en el año 1809 en Chuquisaca junto a su esposo Manuel Ascencio Padilla. Cuando el Ejército del Norte llegó a batallar contra los realistas, Juana y su esposo no dudaron y se sumaron. El general realista Goyeneche confiscó todas sus propiedades y bienes logrando capturarla junto a sus cuatro hijos. Padilla los liberó en 1811 y, lejos de abandonar la pelea, se pusieron a las órdenes de Manuel Belgrano un año después.
Colaboraron en la organización de la epopeya popular que la historia ha denominado Exodo Jujeño, y en 1813 Juana organiza su propio batallón: el “Batallón Leales”, que se sumará a la guerra de guerrillas contra los realistas en los territorios de Salta y lo que hoy es Bolivia.
En 1814, el general realista Pezuela ordenó a su ejército dedicarse exclusivamente a destruir a la pareja de revolucionarios. Juana, junto a su familia, se escondió de la feroz represión en la zona pantanosa de La Laguna: sus cuatro hijos, dos varones y dos niñas, murieron como resultado del paludismo y la disentería que contrajeron escapando. Seis meses después, pelea en batalla casi a término del nacimiento de su quinta hija, que pare escondida de la persecución de las tropas realistas.
En el año 1816, Juana toma el simbólico Cerro de Potosí (un monumento a la depredación y la locura destructora del orden español, donde millones de personas murieron extrayendo la plata que se llevaban los galeones a Europa) y comanda las fuerzas que derrotaron en el Combate del Villar a los ejércitos del Rey. Fue nombrada teniente coronel, y el propio Belgrano le hizo entrega de su sable debido a la valentía demostrada en los campos de batalla.
Herida poco después, fue rescatada por su esposo, quien murió tratando de liberarla.
Juana continuó combatiendo y se sumó a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes, con quién logró detener el avance realista por el norte asegurando la conformación del Ejército de los Andes y el desarrollo de las campañas de Chile y Perú.
Llevaba dieciséis años de lucha por la libertad cuando la visitó el Libertador Simón Bolívar en 1825 y la ascendió a coronel, otorgándole una pensión debido a las condiciones de pobreza en la que se encontraba. El general Sucre aumentó su pensión, pues apenas podía sostenerse.
Desde 1830 hasta su muerte, en 1862, vivió alternativamente, como podía, en el Chaco argentino, en Salta y en Bolivia. Murió a los 82 años, un 25 de mayo, en la más absoluta pobreza, por lo que fue sepultada en una fosa común.
Y sí, nuevamente se articulan los poderes hegemónicos, la prensa monopólica, los partidos conservadores, los cuidadores del “patrimonio cultural” (del poder). A todos ellos les pareció una barbaridad remover a Colón, trasladarlo. Resulta cuanto menos curioso que les parezca extraño que una de las nuestras, una patriota, habite un espacio central en la simbología argentina y les parezca natural que un conquistador extranjero permanezca allí.
RESULTA CURIOSO QUE A LOS PODERES HEGEMÓNICOS, la PRENSA MONOPÓLICA, los PARTIDOS CONSERVADORES, los CUIDADORES DEL “PATRIMONIO CULTURAL” (DEL PODER) LES parezca EXTRAÑO QUE UNA DE LAS NUESTRAS HABITE UN ESPACIO CENTRAL EN LA SIMBOLOGÍA ARGENTINA Y LES PAREZCA NATURAL QUE UN CONQUISTADOR EXTRANJERO PERMANEZCA ALLÍ.
Cómo decíamos algunas líneas arriba, el pensamiento colonial se niega a deshabitarnos, pero la fuerza de la determinación presente de los pueblos de América Latina irá desmontando paulatinamente la simbología del poder hegemónico para sustituirla por la de las luchas para la libertad.
Que en nuestra Casa de Gobierno ocupe el lugar de Colón la patriota Juana Azurduy tiene también un valor simbólico: Juana Azurduy representa las luchas emancipatorias, por mujer, por mestiza, por americana. Juana Azurduy representa la lucha por una Latinoamérica mejor para todos y también representa la continuidad de esas luchas hoy, doscientos años después.
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