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Eva de mi vida

Por Araceli Ferreyra*

Hace 96 años Evita llegaba a nosotros. Una mujer, parida pueblo, fue alborada del nuevo tiempo histórico por venir para superar las inequidades y latrocinios sobre los que se edificó la Argentina del primer centenario, extranjerizante, terrateniente, pastoril y agroexportadora.

Con Evita todo fue al revés. Puso arriba lo que estaba abajo; hizo visible lo invisible; la alegría desplazó al dolor; hizo verbo inflamado y furibundo el silencio. Torció el tiempo y la historia y los hizo pueblo. Sin Ella ni el peronismo ni la Argentina de la justicia social hubieran sido la cuna del mejor destino de las masas de trabajadores, mujeres y cabecitas negras que mejoraron sus vidas terrenales con el ascenso social y la igualdad.

Fue parida costilla pero abrió la grieta que se hizo sendero para la participación femenina en la política y en los asuntos públicos y del Estado, cenáculos varoniles, especialmente de una clase social. No fue invento de nadie, se parió mil veces a sí misma y nos enseñó a las mujeres que la pelea y realización de nuestros derechos, tanto políticos como sociales, no podía ser aislada ni separada de las luchas de los trabajadores, descamisados y cabecitas negras, sino inmersa en la lucha por la justicia social.

Llegó a nosotros, parida por la historia, como aura reparadora de las injusticias tradicionales y lacerantes que el granero del mundo impuso a los hombres y mujeres que poblaban hasta los confines de la Patria, humildes y natalmente excluidos por definición de una élite oligárquica ávida y cebada en sus privilegios, que los creía solo merecedores de las migajas de la caridad y no sujetos portadores de derechos. La justicia social, parida de sus entrañas de mujer que nunca olvidó ni renegó de su clase ni su origen, sepultó para siempre la beneficencia caritativa de la alta suciedad, salmonesca y magistral definición contemporánea.

La élite dominante, que repudiaba los derechos laborales, las vacaciones pagas, el aguinaldo y las asignaciones familiares, tiene hoy también sus pichones y herederos que defenestran la inclusión redistributiva, las paritarias libres y la asignación universal por hijo. La Restauración Conservadora, igual que antes, igual que siempre, quisiera poder atrasar el tiempo y la historia, meternos en un túnel espacial y llevarnos lo más atrás posible.

Así como no pudieron manejarla, detenerla, disminuirla ni sofrenarla a Evita, tampoco lo pudieron lograr ahora. Las hogueras inquisitoriales del poder con su corte de traidores, adláteres y voceros la golpearon, vilipendiaron y operaron difamaciones sobre su vida, su pasado y presente, sus zapatos, las joyas, el rodete y los guantes. Cada golpe certero que creían dar se diluía en el amor de un pueblo que cada vez la reconocía y amaba más. Cuando no pudieron detener su marcha huracanada, solo les quedó solazarse con el cáncer y desde entonces se hicieron odiadores seriales cegados en su saña antipopular y antinacional.

Siguen celebrando el cáncer y la muerte, en su universo de pobres corazones, sin entender que Evita llegó a nosotros para quedarse. No se fue ni murió, fue sembrada, igual que Néstor, como Chávez, como los 30.000. Cumple años, y cada vez que un pibe o piba recibe la AUH o tiene la notebok del Conectar, apaga su velita; cuando cada hombre o mujer que tiene un mejor presente cumpleaños, también los vuelve a cumplir Evita. Hay otros que, aunque cumplan decenas de decenas o centuria, no anidan en el corazón popular porque eligieron vivir rodeados de oropeles del poder sin tener la decisión para enfrentarlos y la valentía que Evita nos legó.

Evita no sólo es nuestra, está en nosotros. No hay Argentina sin Evita, ni viceversa.

* Diputada nacional del FpV por la provincia de Corrientes


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