Por Ramiro García Morete
“Acá yo estoy subido a una escalera apoyada sobre dos sillas. Parezco un acróbata chino”. En una comparación nada despectiva, sino descriptiva, Augusto Turallas sonríe al pensar en los confortables elevadores que operó tras una capacitación para pintar un mural de nada menos que cuarenta metros cuadrados. Y por si fuera poco, en un edificio de Brookyln, New York. Sí, la cuna del grafiti y la ciudad que impuso el arte pop. Todos esos colores saturados y esas líneas llenas de movimiento que lo fascinaron desde siempre. Porque el chico clase 79 que dibujaba en la escuela, que con la misma velocidad que decidió inscribirse en Bellas Artes se recibió y luego siguió dando clases hasta la actualidad, siempre supo qué quería. Pero fue hace cuatro o cinco años que, cansado de otras construcciones (las del negocio de su padre), tomó la decisión. Le pidió a su progenitor que lo “segundeara” un par de meses. Con más tiempo que excusas, se dedicó a pintar. Ocho y hasta diez horas diarias, preguntándose quizá por el destino del artista a lo Van Gogh: “Un genio, pero pintando en tu casa encerrado y cortándote las orejas como un gil”. Siempre acompañado de música, como la que suena hoy en su precioso taller de Tolosa y que lo acompaña inclusive desde tantos retratos de amigos dedicados a ese oficio. Algunas veces, casi como en un mantra, repitiendo durante una tarde entera la misma canción para concentrarse en la imagen.
Con más tiempo que excusas, empezó a aceptar propuestas. Mucho en poco tiempo y, si se puede, bien grande. Como en el pop. Desde murales en departamentos a cervecerías, su trazo empezó a distinguirse y divulgarse también con ayuda de las redes. Y entonces llegaron los primeros trabajos bien pagos y la esencia del dinero: más tiempo para hacer lo que se quiere. Desde aquella charla con el padre, a veces haciendo acrobacias y otras operando con comodidad, Falopapas (así es como firma, así es como se lo conoce) no volvió a trabajar de otra cosa que no fuera pintar. Muestras, murales, tapas de discos. Y sus orejas siguen ahí, firmes como su trazo.
“Te estás clavando un edificio de quinientos metros en Brooklyn. Va a venir un grafitero y te va a bajar de un andamio de un tiro”, se ríe respecto del notable trabajo que realizó recientemente junto al arquitecto platense Ariel Rouco, quien fue convocado por los dueños del edificio. La idea era tomar una portada de The New Yorker sobre la comunidad judía en esa ciudad. “Cuando le dijeron y vio que era una bestialidad, me convocó. Vamos… yo voy a la guerra. La idea fue duplicar la apuesta.” El resultado suma al judío ortodoxo un hipster, una mujer negra, un jamaiquino y demás signos de diversidad bajo las consignas: “Amor, igualdad y respeto”… además de algún guiño platense. Con gran interacción de los habitantes del barrio y repercusión en medios, para Falopapas representó una experiencia importante. “NY es una fiesta total. Lo ves laburar en un nivel buenísimo.”
“Yo creo que la diferencia entre un mural y pintar en estudio, es como grabar un disco y salir a tocarlo. Si vos grabás un disco y no salís a tocar, queda ahí. Con un cuadro es muy difícil hacerlo circular. Salir a pintar es salir a tocar, es activar, mucho más físico… la dimensión grande permite el movimiento corporal.”
Falopapas oscila entre distintos proyectos dentro de sus lenguajes y las demandas. “Estos son los verdaderos motoqueros acá”, anuncia respecto de su inminente serie “Escrache”. Allí se despega un poco del color y retrata elementos o vestimentas asociados a lo que las redes han estereotipado como chorros.
La muestra, a llevarse a cabo este 24 de noviembre en Galería Cariño, no es la primera vez que demuestra la obsesión del artista por Internet. “Stalker” se trató en su momento de trabajar sobre fotos de perfiles de usurarios.
“Internet es una genialidad. El 90% de mi laburo lo agarro por redes. Para mí fue la gloria, como para muchas bandas. Permite la exposición de otro nivel. Vos sólo podías ser artista si exponías en una galería. ¿Qué tenías que hacer? ¿Abrir el garaje de tu casa a ver si pasaba un vecino y te compraba? Estaba monopolizado por una pequeña esfera de Buenos Aires y caerle bien a un tipo. Ahora el que te juzga es el otro, ya no es más sólo el galerista. Hay un contacto real de primera mano.”
«el que te juzga es el otro, ya no es más sólo el galerista. Hay un contacto real de primera mano”
Figurativo y con colores saturados, su fuerte es la línea ya sea usando acrílicos, aerosol, esmaltes al agua o fibrón. “Me encanta el fibrón que tiene la fluidez del aerosol. El pincel me frena mucho la línea… pintás un cachito y tenés que cargar. Lo otro es más físico. Por eso me gustan las pinturas grandes. Se nota el movimiento corporal, el brazo en los semicírculos. Vos ves que el tipo estuvo por todos lados, recorriendo los espacios”.
“Me gusta la monumentalidad y en el pop es uno de los ítems. Sus puntos de valor son la monumentalidad, la cantidad, lo seriado. Y después uno de los valores es el valor monetario. El pop mueve dinero. Son valores fuertes de esa vanguardia. Todos tenemos el ejemplo de Van Gogh. El tipo que pintó toda su vida y lo descubren cuando se muere. Yo quiero pintar ahora, vivir de esto. No quiero estar encerrado en una cloaca hasta que me descubran y yo muerto… Y mi manager se llena de guita. No, es un bajón”.
“Por ahora estoy viviendo de esto”, cierra con una sonrisa de oreja a oreja.