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Familiares y amigos de los chicos de Monte marcharon exigiendo justicia

Por Javier Biasotti

Son las 2 de la tarde del día en que se cumple el primer mes de la cacería policial que segó las vidas de Camila López (13), Danilo Sansone (13), Gonzalo Domínguez (14) y Aníbal Suárez (22), los amigos casi adolescentes de San Miguel del Monte que vieron truncados por la barbarie uniformada sus sueños de skate, rapeo, estudios y futuro compartido, en una ciudad que ahora duerme una siesta intensa y penetrante.

Es la hora prevista para el encuentro y la concentración en el Skate Park que mira a la laguna –el lugar en el que los chicos despuntaban sus piruetas sobre las tablas voladoradas–, y sin embargo los pobladores parecen darle la espalda a la cita. Tímidamente comienzan a llegar en grupitos, algo sorprendidos por la presencia de los móviles de televisión porteños. Caminan entre las banderas que descansan sobre el pasto, con los retratos de los pibes enmarcando el espacio verde, antes de marchar hacia la céntrica Plaza Alsina, esa en la que los chicos se juntaban a compartir sus horas rapeando.

Entre ellos ya se mezclan el premio Nobel de la Paz y titular de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), Adolfo Pérez Esquivel; el militante social Nacho Levy, de La Garganta Poderosa; el abogado de la Correpi Ismael Jalil y desde la calle avanzan los casi dos metros de altura del diputado nacional Horacio Pietragalla. Cada uno, a su tiempo, va saludando a los familiares, que sacan fuerzas quién sabe de dónde para seguir con sus vidas. «Todos los días voy hasta la cama de Danilo y le digo ‘en qué kilombo nos metimos, Danilo’, y él me contesta ‘nos mató la policía, papi'», escucho que dice a mi lado Juan Carlos, su padre, que se gana la vida vendiendo las mojarras que pesca en la laguna todas la mañanas. 

El sol acompaña el Festival por lxs pibes que reúne a familiares con militantes políticos y de derechos humanos, a vecinos con desconocidos que llegaron para solidarizarse y repudiar a la policía y su gatillo fácil. 

Entonces la mamá de Danilo da la voz para que la columna arranque su caminata hacia la plaza, pero antes pide «marchar en orden, sin hacer quilombo y para pedir justicia». Mientras una batucada abre camino, los alrededor de quinientos manifestantes gritan los nombres de los cuatro, y la muchedumbre responde con el clásico «¡Presente!». También pronuncian el nombre de Rocío –la única sobreviviente de la masacre, que se repone de varias heridas– a la que le piden que tenga «fuerza» para sobrellevar sus días de recuperación.

De tanto en tanto se canta «Yo sabía, yo sabía que a los chicos los mató la Policía». Néstor Pitrola, Vilma Ripoll y Pablo Díaz –sobreviviente de la Noche de los Lápices, otra carnicería de jóvenes– se suman a la marcha, en la que no sorprenden las ausencias de la intendenta Sandra Mayol o de otras autoridades locales, sospechadas de encubrimiento del accionar policial.

Se grita «Vecino, vecina, no sea indiferente, nos matan a los pibes en la cara de la gente», y también «Atención, atención, no es un policía, es toda la institución», justo en el momento en que una señora, apoyada en el pilar de su casa y mirando hacia la calle, le pregunta al cronista «si todo eso es por los chicos». Le respondo que sí, y avanzo hasta la próxima parada, en la intersección de las calles Belgrano y Pedro Rojas. Allí se levanta el Colegio Nacional en el que cursaban Camila, Rocío, Danilo y Gonzalo.

Sólo sus familiares posan para las cámaras detrás de la gran bandera que clama «por la verdad», cuando irrumpe la voz enérgica de Susana –la mamá de Gonzalo, el único de los chicos a los que se le encontró una bala alojada en su cuerpo–, quien explica que «esta es la escuela en la que estudiaban nuestros hijos, a los que asesinaron con alevosía, y que esto se les grabe, señores: ¡yo voy a estar de pie buscando justicia!». Espontáneos surgen los aplausos, hasta que el papá de Danilo pide un minuto de silencio en homenaje a los chicos, que se transforma en un estruendo doliente.

La columna llega a la plaza principal, donde se ha levantado un palco justo delante del edificio de la Municipalidad que luce con sus puertas y ventanas cerradas, una suerte de clausura que sólo quiebran las grandes escarapelas en sus paredes que recuerdan al Día de la Bandera. Tres agentes de la Bonaerense se agrupan a un costado, y son los únicos miembros de la fuerza –al menos uniformados– que se muestran en los alrededores. Como refuerzo, un móvil de la Gendarmería estacionado en una de las esquinas monta una sigilosa guardia.

Mientras los manifestantes toman ubicación, otros skaters y raperos de la plaza pintan un mural para homenajear a sus amigos muertos. Muchos chicos y chicas se abrazan con lágrimas y sollozos, entre árboles que han sido intervenidos con retratos de Camila, Rocío, Danilo y Gonzalo y frases que claman por memoria y justicia.

Arranca el acto y desde el palco se denuncia. «Mi hijo me acompaña todos los días en mi casa, y no salgo de ella porque lo veo presente en su habitación, con sus animales. Para mí, mi hijo está vivo. Pasó un mes desde el día en que todo cambió para mal en la vida de cinco familias, y también para la historia de Monte. Hubo quienes mataron, quienes ocultaron, suprimieron, sustrajeron y tergiversaron los hechos para ocultar la verdad. Un vademecum turbio, inhumano e incomprensible. No estamos a favor de nadie, nuestro único reclamo es saber la verdad y que todos los responsables paguen. Reclamamos saber quiénes son los responsables de sus injustas, brutales y anticipadas muertes, y quiénes son todos los que desviaron la investigación y retrasaron el accionar de la Justicia. A mi hijo lo asesinaron alevosamente, grábenselo en la cabeza, y por eso esta madre está en pie y va a seguir así hasta el último minuto de su vida», enfatiza Susana y la plaza estalla en aplausos.

Enseguida le cede el micrófono al papá de Danilo, que le pide «al juez de Garantías que deje presos a los asesinos y que caigan los responsables, que este no sea un caso que quede en el olvido. Estoy muy quebrado –confiesa–, hoy me levanté a las 5 para ir a trabajar porque tengo otros nueve hijos para alimentar».

Ahora toma la palabra Gladys, su esposa, que pide que levanten la mano los familiares que tengan un chico asesinado por el gatillo fácil. «¿Hasta cuándo vamos a ser manos levantadas pidiendo justicia por nuestros hijos», pregunta. Y de inmediato arremete: «Quiero a los doce adentro, y a los que están afuera con el culo sucio, que se preparen. Les digo a los policías, ustedes tienen una ropa y una placa, pero si se las sacamos son personas comunes y corrientes a las que les podría estar pasando lo mismo que a nosotros».

Encendida, fustiga a los familiares de los detenidos «que lloran por televisión» porque los suyos «están presos y no tienen en cuenta que nosotros lloramos porque los nuestros están muertos, están cuatro metros bajo tierra, por eso queremos a los culpables».

Es el turno de la mamá de Camila, que lo primero que dice es que «hace un mes veía por la tele a gente que había perdido a sus hijos por el gatillo fácil. Hace un mes que no tengo a Camila en casa, que siento un dolor inmenso, un vacío terrible, porque me falta un pedazo de mi vida. No quisiera estar en este lugar pero me comprometo a luchar para que esto no le pase a nadie más. ¡El Estado es responsable! Y lo repito: ¡El Estado es responsable!», grita y pide que «no se quede mi pueblo dormido», que «si alguien vio o escuchó algo» colabore con la investigación.

Ahora habla Luana, la mamá de Rocío, la única sobreviviente, que tiene mucho para aportar a la Justicia en cuanto se reponga de las múltiples intervenciones quirúrgicas que debió soportar durante su internación en el hospital El Cruce-Néstor Kirchner. «Pido disculpas por no haber estado desde el primer momento, porque estaba cuidando a Rocío, pero de ahora en más los voy a acompañar porque mi hija también iba en ese auto. Que el juez se dé cuenta: quiero justicia en nombre de Rocío y de todo Monte, pido castigo y cárcel. Quiero que el Estado se haga cargo, porque es responsable».

El hermano de Aníbal también recuerda que aquel 20 de mayo «él me dijo ‘voy y vengo’, y no vino más». Pido a la policía que deje a los chicos jugar en la plaza, que no los corran, porque merecen jugar», dice antes de pasar el micrófono a su tío. «Hay gente que anda diciendo que Aníbal era malo, que andaba sin documentos… ¿Por qué nos tratan de esta manera?».

La mamá de Danilo pide hablar de nuevo para advertir que «hay gente entre nosotros, acá en la marcha, que es policía y que anda diciendo ‘ya los mataron y con eso no les alcanza?’. Todavía hay funcionarios que dicen que fue un accidente de tránsito. A la intendenta le digo, ojo con los policías que vaya a traer, que los que traigan no vengan a hacer daño porque la plaza es de los chicos, de los que venimos acá a tomar mate. Por qué tenemos que tenerles miedo?».

Tras los testimonios de otras madres de jóvenes víctimas del gatillo fácil que relatan sus duras experiencias, Pérez Esquivel sube al palco y dice que lo «impresiona que la Municipalidad esté cerrada y que sus funcionarios no estén aquí. Si no están aquí es porque son cómplices», denuncia para luego afirmar que «hay que terminar con la policía únicamente como fuerza de represión». Enseguida pide la destitución de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad de la Nación, moción que la plaza aplaude.

En tanto, en la fila de la panadería de una de las ochavas de la plaza, un grupo de señoras se indigna por lo que ocurre a sus espaldas. «¿Tanto lío por esos vagos?», se pregunta en voz alta una de ellas. En eso, traspone las puertas el papá de Danilo, el mojarrero, quien se disculpa por adelantarse a su turno y pide comprar «un par de gaseosas para que tomen mis hijos en la plaza». La panadera, entonces, dice que no se las vende, que «se las da porque en este local somos solidarios con los que sufren».

Sin esperar su turno, la señora que despotricaba contra los vagos agacha la cabeza y se pierde entre las veredas angostas de esta ciudad golpeada y dividida.