Por María Belén Rosales*
Horacelia Génesis Marasca (16), nacida en Misiones, Josefina López (17), oriunda de Entre Ríos, y Carina Simonetta (43), de Córdoba, Villa María. Tres mujeres que nos hablan con y a través de sus cuerpos mutilados del mapa actual de la violencia machista en nuestro país, de la maquinaria simbólica objetualizante y rapiñadora de cuerpos feminizados y de la insensibilidad como operatoria de los modos de tratamiento mediático en el relato del caso como dato, como un número arrojado al azar. La rutinización de la mediatización de los femicidios –que se incrementan en número, pero también en la alevosía y el escarnio con que se cometen– nos advierte sobre su inmediato efecto formador de subjetividades, en tanto disciplinante de los modos de tramitar las desaveniencias conyugales y las prácticas y creencias arraigadas en el imaginario social respecto del universo de lo irreductiblemente femenino-sensible: la sumisión, pasividad, entrega, creación, cuidado y preservación; profundamente distanciado de lo propiamente viril-masculino: la autoridad disciplinante que desea, decide, compra/obtiene, usa, somete, destruye y desecha.
Estos sentidos, como hemos venido investigando desde el Laboratorio de Comunicación y Género de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, se producen y reproducen en las retóricas mediáticas argentinas en la cobertura de casos de femicidios y dan cuenta de un ordenamiento discursivo en torno al statu quo que persiste y resiste pese a las grietas: la posibilidad de nombrar las violencias (y sus causales históricas y políticas) que pesan sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres a diario, los avances normativos y las conquistas de derechos.
El registro analítico crítico de los casos y el seguimiento de los hilos de la trama que se teje en la cultura mediática argentina vuelve una y otra vez sobre los modos de percibir e inteligir la vida y nuestros existenciarios de manera dicotómica, binaria y excluyente, en una denominada “hipermodernidad” desbordada que está entrenada para la razón lógica, competitiva, mercantilizante de los cuerpos y la anulación de las interioridades de la existencia humana. Acudimos a un escenario donde se desbordan, corrompen y mediatizan en los medios de comunicación y en la vida cotidiana el diálogo como modo de entendimiento de las diferencias, la individualidad y particularidad que inviste ser un “otro” único e incanjeable, en la consideración y puesta en valor de otras existencias, experiencias y modos de percibir el mundo. La intolerancia visceral ante esos otros modos de tramitar deseos, emociones y libertades se torna violencia explícita toda vez que se diluye, se obtura la posibilidad de ejercitar la empatía humana como fuerza motora de la sensibilidad en ese “sentir su dolor” y el amor que potencia, que nos ayuda a crear nuevas y mejores formas de vivir juntxs. Otra vez, el ordenamiento discursivo y sociosimbólico que se reproduce en los escaparates multimediales nos allana el camino de la lógica y la razón que recuenta casos día a día como un continuum casi inevitable de datos: edades, ciudades, modus operandi, escenas del crimen, fuentes consultadas que perpetúan el orden del sentido de ese statu quo.
Estos tres casos fueron titulados como tanto otros con el cariz de “lo horroroso”, “lo sangriento”, “lo monstruoso” como explicitación de la alevosía deshumanizante, por tanto, animal, desprovista de razonamiento. Otra vez, los zócalos televisivos sobre la emoción violenta, el análogo judicial del tan mentado “crimen pasional” que los medios se cansaron de perpetuar hasta la inclusión del femicidio como tipo penal autónomo en el Código Procesal Penal.
Martín Monzón (34) es el principal sospechoso del femicidio de Horacelia Génesis Marasca, la joven de dieciséis años desaparecida en Misiones desde el 16 de agosto. Su cuerpo fue hallado descuartizado en varias bolsas en la ciudad de Posadas el martes 25 de agosto, después de un rastrillaje. La Policía halló parte de su cuerpo en un descampado ubicado en Concordia y por el hecho se encuentra detenido su pareja y padre de su bebé de siete meses, quien confesó la autoría del crimen. Las extremidades de la víctima fueron encontradas en bolsas a orillas del arroyo Mártires, mientras que otras partes del cuerpo fueron localizadas en una zona más alejada, pero siempre en la ribera de ese curso de agua. Monzón declaró que, tras una pelea ocurrida el mismo día de su desaparición, la apuñaló varias veces, la descuartizó y utilizó el carrito del bebé para sacar sus restos en bolsas en varios viajes.
En tanto, en Córdoba, la ciudad de Villa María está conmocionada ante el femicidio de Carina Simonetta, de 43 años. Hugo Barrera, de 39 años, se presentó en la comisaría de esa ciudad a última hora ensangrentado y anunció que «había matado a la yegua». Hablaba de su pareja. Barrera decapitó a la mujer y la descuartizó aparentemente después de una discusión por un perro que tenían en la casa. También mató al animal. Repartió las partes del cuerpo de Simonetta por el lugar, incluyendo el horno de la cocina. La mascota también estaba despedazada.
En Entre Ríos ya cuentan con la penosa estadística del tercer femicidio del año 2015 y el 67º entre los años 2007 y 2015. La víctima reciente es una chica de diecisiete años que se encontraba desaparecida desde el 29 de julio pasado. Durante un gran operativo de rastrillaje que llevó adelante la Policía provincial, con la colaboración de canes y un dron que sobrevoló la zona conocida como el Naranjal de Pereda, fueron encontrados los restos esparcidos en esa zona de Concordia.
El primer hallazgo de los restos de Josefina López ocurrió durante la tarde del martes 25 de agosto: el torso y las piernas; en tanto la cabeza y los brazos se localizaron recién el viernes 28 pasado. La primera pista que comenzó a seguir el fiscal surgió del propio entorno familiar de la chica, y concluyó con la detención de la pareja de una tía materna, el ex boxeador Juan Carlos Acuña, apodado El Víbora, un hombre de 47 años, oriundo de Baradero, en la provincia de Buenos Aires, donde había purgado una condena por haber abusado de una adolescente. Acuña quedó detenido, sindicado como principal sospechado del femicidio de Josefina.
El modus operandi del desmembramiento en estos tres casos ocurridos casi en simultáneo en distintos puntos de nuestro país remite al caso de Wanda Taddei, que puso de relieve la violencia de género. La difusión del caso también causó la multiplicación de ataques por parte de hombres contra sus parejas o ex parejas mujeres, utilizando elementos de combustión, lo que se denominó «efecto Wanda Taddei».
La metodología del incineramiento para borrar las huellas del crimen y dejar marcas imborrables en el cuerpo de las mujeres nos hablaba del poder y el dominio masculino sobre las víctimas. En este sentido, el desmembramiento como acción femicida operaría también como mensaje disciplinante y, como analiza Rita Segato, “en las marcas inscriptas en estos cuerpos los perpetradores publican su capacidad de dominio irrestricto y totalitario sobre la localidad, ante sus pares, ante la población local y ante los agentes del Estado, que son inermes o cómplices”.
El orden simbólico genérico producido y reproducido en la cultura mediática argentina se despliega a través de lo que Pierre Bourdieu denomina «violencia simbólica», una violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, y el “sexismo automático”, término que utiliza Segato para hablar de la violencia moral que opera como expresión cotidiana y común, la naturalización del femicidio como hecho diario y ordinario de la sección policial.
En la cobertura mediática de los femicidios analizados, el escarnio sobre la víctima y la moralización juegan un juego esquizofrénico junto a la invisibilizacion, porque la mirada, lejos de estar dirigida a los procesos y a las relaciones de dominio, desamparo, vulnerabilidad y exclusión que provocan las violencias (patriarcales, feminicidas, simbólicas, económicas, sexuales, institucionales, etcétera), las invisibilizan para dar protagonismo a los datos y detalles escandalosos que aseguran la venta en el mercado.
Acorde con las indagaciones que venimos realizando en el marco del Laboratorio, el tratamiento mediático de los femicidios analizados ha cristalizado la crueldad del exterminio ya no de la materialidad del cuerpo, sino de la muerte simbólica y moral a la que someten a la víctima las lógicas de mercado que objetualizan los cuerpos para la complacencia del deseo masculinizante y las ideologías patriarcales que lo tornan desechable ante la afrenta al deseo macho o el mansillamiento de su honor. Estas determinan la ley de la dominación simbólica masculina que reside en un poder soberano, ya que es necesaria la subordinación psicológica y moral de las mujeres junto al sometimiento físico, económico y el poder de muerte, que por sí solo no garantiza la soberanía irrestricta del dominio masculino sobre las vidas de las mujeres.
* Laboratorio de Comunicación y Género, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.