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Ficción y estigma: los medios, la militancia y el Estado

Por Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios*

El 10 de diciembre de 2015, una nueva concepción de Estado comenzó a ejecutarse desde el seno de la alianza Cambiemos. Un Estado acotado, meramente burocrático y lejos de la concepción de derecho que se había gestado a lo largo de los últimos doce años. A partir de esto, las decisiones que se tomaron para achicarlo incluyeron despidos, disminución de tareas, estigmatización de los trabajadores y, consecuentemente, la caída de programas, capacitaciones y proyectos destinados a diversos sectores sociales.

Por otro lado, la desprotección de los derechos laborales y la falta de control desde el Ejecutivo nacional llevaron a una suerte de libre albedrío en el sector privado que vio la oportunidad de acoplarse al nuevo escenario y reducir sueldos y personal escudado en la excusa de la competencia de mercado.

Frente a esta situación, la acción mediática jugó y juega un papel central al momento de justificar los despidos y propiciar un clima de enfrentamiento social entre aquellos que se entendían perjudicados y demonizados por cuestiones político-partidarias y aquellos que aplaudían las decisiones del gobierno.

La decisión del Poder Ejecutivo nacional de llevar adelante los despidos en la Administración pública nacional afectó a más de 11 mil trabajadores, lo que representa el 5% de los aproximadamente 217.000 contratados en ese sector, según datos del propio Gobierno a comienzos del mes de abril. Esta política de la alianza Cambiemos se sostiene a lo largo de estos meses desde una perspectiva que implica la persecución política y la estigmatización del trabajador del sector público.

Para llevar adelante esta ola de despidos, no sólo se implementó la persecución política de las y los trabajadores desde las propias instituciones estatales “revisando los contratos”, sino que fue acompañada de un discurso mediático que buscó desprestigiar la figura del empleado público y que se implantó en la agenda de los grandes multimedios del país bajo el concepto de «ñoqui».

Tomando como referencia al politólogo Ernesto Laclau y entendiendo que los significados son inestables y se hilvanan a partir de sus relaciones sociales, algunos medios masivos fabricaron la siguiente cadena de equivalencias: clientelismo, amiguismo político, nepotismo, militancia rentada, contratos de puestos políticos y empleados de papel. Construyeron así la figura del empleado público en torno a este grupo de significados que circulan alrededor del “ñoqui”.

Bajo este concepto, el Gobierno nacional y los grandes grupos mediáticos construyeron la figura de aquellos que no son trabajadores ya que no cumplen “funciones específicas”, “cobran un sueldo sin trabajar” y no aportan a la “eficiencia” del Estado.

Los grandes medios no hablan de despidos, porque a los únicos que se puede despedir son a los trabajadores, y los ñoquis no son trabajadores, son militantes, puestos a dedo. Personas intercambiables. Contratos que no se renuevan.

La ola de despidos conlleva consigo la desarticulación de políticas e instituciones públicas que se habían consagrado como un derecho hasta el 10 de diciembre de 2015. Uno de los casos que más repercusión mediática tuvo fue el del Centro Cultural Kirchner (CCK), que, debido a la decisión de despedir a más de ochocientos trabajadores y trabajadoras, se vio obligado a cerrar sus puertas. Cabe recordar que el CCK fue inaugurado bajo la gestión del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner como un espacio democrático y popular de producción y circulación cultural, de acceso gratuito para todas las personas.

Los masivos despidos que se vienen produciendo en nuestro país tienen como objetivo estructural achicar el Estado para ponerlo al servicio de los grandes poderes tradicionales. En esa búsqueda, cuentan con un gran aliado: los grandes medios de comunicación, actores que ocupan un lugar central en la desarticulación de los lazos de solidaridad entre quienes se reconocen como trabajadores y trabajadoras. Así, parece que hay unos que merecen trabajar y otros que no. Remitiendo al gran Rodolfo Walsh, que tanto nos alumbra en momentos de profunda oscuridad: «Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan».


* Alma Carrasco, Juan Bautista Paiva, Juan Sottile y Manuela Papaleo. Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.