Por Ramiro García Morete
“¿Para qué hacer canciones?”, se preguntó tras el disco “Planes” (2014). Precisamente, algo le sugería cambiar el plan. No sabía si era agotamiento o necesitar otras reglas del juego, justo él que es tan metódico y autoexigente. Todo comenzó jugando, como suele ocurrir con las cosas realmente serias. Fue con los Beatles, como también suele ocurrir. Aquel libro de fotografías que había en su casa – donde sonaban Serrat, Zitarrosa y mucho carnaval– llamaba tanto su atención que no alcanzó con el poster de la disquería o el especial de radio sobre Lennon. Había algo que lo convocaba. “En el fuego pude ver las cenizas de la misma forma que una vez vi en las chispas el fuego”, cantaría muchos años después. Esa fue la chispa para que luego lo anotaran en la escuela de música. Los cassettes de murga irían quedando relegados por discos de Nirvana, Metallica o Red Hot Chili Peppers. Canciones, pero en otro idioma. “Cada uno con su dirección yendo a un mismo lugar”, canta. Desde el Río de La Plata hasta el Mersey River, a los 14 se encargaría de componer para la banda junto a su hermano y amigos que aún hoy conserva y que prepara un nuevo disco: Mersey, precisamente. Pero con la Escuela de Cine llegaría un “universo con mayor desarrollo lírico” de la mano de Dylan, Cohe, The Smiths y Belle & Sebastian. Canciones acústicas y líricas de tono complejamente sencillo, capaces de conciliar lo coloquial con “las grandes preguntas” surgieron como un proyecto paralelo que acabó siendo el principal. Con el engañoso candor del primer Cohen y la herencia de Roos o Cabrera, lentamente se erigió como uno de los compositores más destacados del “paisito”. “Hubieras sido una estrella de haber nacido un poco más allá” cantaría también. Pero la estrella –que siempre fue la canción– se titilaba intermitente. Frases de guitarra como loops naturales y supresión de estribillos encontrarían en sonoridades más electrónicas el tono para la nueva búsqueda que proponía “Desastres naturales”. Y es que a pesar de su lúcida pluma, jamás puso la letra por delante de la música. Pero como quien se va de viaje para volver a disfrutar de su casa y tal como habrá ocurrido cuando volvía de los viajes a Rocha con su abuelo o cuando tocó en EE.UU. o Francia, cada corazón tiene un lugar. Y el suyo está en las “Canciones para el fin del mundo” que prepara y ensaya. Feliz de cantar sobre amor, porque en definitiva todas las canciones son de amor. Franny Glass es el nombre del proyecto y el lugar para poner el corazón que tiene Gonzalo Deniz. ¿Para qué hacer canciones? Quizá para que el mundo no llegue a su fin, detenido en ese pequeño y cautivante fragmento de tiempo, ese lugar para el corazón, mientras afuera sopla el viento.
“Estas fechas en Argentina surgen aprovechando que No Te Va a Gustar me invitó a abrir sus shows en el Gran Rex –introduce el cantante–. Coincidieron varias cosas. En este momento en el que estoy preparando el próximo disco, estuve tocando en un bar en Montevideo una serie de presentaciones a guitarra y voz. Y hacía muchísimo tiempo que no lo hacía. Entonces sirvió como una buena excusa de esta serie de conciertos, repasando la discografía”. Deniz siente una especie de reconciliación con parte de su repertorio. “Como podemos ya no sentirnos identificados o sencillamente ser otra persona, tener otras inquietudes, haber escuchado y hecho más música… es como si no fueran mías. No estoy diciendo quién soy, sino que son canciones que hice en determinado momento, que algunas personas asocian y les gustan más que a mí”. Sin embargo aclara: “Me gusta que eso esté grabado. Por ejemplo y sin compararme, Jaime Roos ha regrabado canciones primarias porque años después sentía que las versiones no eran las definitivas. A mí todavía no me ha sucedido mejor, soy más de pensar que estén así”. Y si algo no le gusta, “Me sirve para enfrentarme a tomar decisiones sobre canciones nuevas”.
“Cuando hice Desastres Naturales creí que había llegado a un periodo de agotamiento –cuenta sobre el proceso que concluyó en un notable disco–. Siempre dentro de los parámetros que manejo, pero romper desde la canción. Tomando ese camino y derrapar”. El músico cuenta que siempre compone en pos de una idea de disco, inclusive con un orden y un relato tácito. Esa meticulosidad se traslada a su poética: “Me gusta trabajar con ese equilibrio. Buscar una frase que pueda significar algo cotidiano y algo… grandioso. Un equilibrio que busco entre lo coloquial y las grandes preguntas. Siempre me interesan frases que invocan a ambas cosas”. Y confiesa: “Desde que empecé a tocar solo siempre encontré la respuesta un especial énfasis en las letras. Eso generaba cierta presión a la hora de escribir. Quizá en algunos momentos ‘hacer una de más’. Ahora entiendo que está la canción, lo que necesita sin hacerte el inteligente”.
“Canciones de amor para el fin del mundo” es el proyecto que prepara con una banda grande: “Violines, chelos, trompetas, trombones, para grabar tocando todos juntos. Canciones estribilleras y enérgicas”. Y añade: “Estaba escuchando música para pensar a nivel estético o de arreglos, como quería que fueran. Cuando escuché todas hablaban de lo mismo. Del amor y de querer a alguien y de volver a tu casa y encontrarse con uno mismo. Pero son cosas que siguen y seguimos atravesando esas situaciones. Son las mismas cosas que nos siguen emocionando. En relación al último disco, es más visceral, más desde las tripas”.
¿Para qué hacer canciones? Gonzalo Deniz a.k.a. Franny Glass responde: “Hacer canciones y tocar es mi actividad principal y lo que necesito. Lo he hecho desde muy pequeño. Lo necesito hacer para vivir, no solo para ganarme la vida. Yo encuentro ese alimento, ese motor. Todavía encuentro valor, refugio… Si a mí me pasa a otra gente también. Lo necesito a nivel de energía que siga fluyendo”.