Por Ramiro García Morete
Ramiro Sagasti, Kubilai Medina y Nicolas Mir lanzan “Drogahdicto”, primer álbum de su nuevo proyecto de electrónica
“No pierdo el tiempo, no sé cuál es/ tampoco tengo miedo porque sé /esa es la corriente que me llevará”. Seguir la corriente no es sentir la electricidad, escribió alguien por ahí. Y a decir verdad, más que la corriente ellos siguen una onda. Su propia onda, esa que viene fluyendo a través de las décadas desde los Hermanos Macana hasta Roto. Como quien no solo ha recorrido un buen trecho sino también dejado algo de obra, no han de subirse a cualquier tren.
Pero sí tomaron juntos el Roca aquella tarde del años pasado. Kubilai ya había comprado una Boss “pero era “algo complicada”. Sin embargo finalmente daría- a través del Marketplace de Facebook- con una pieza tan clásica como moderna y el Flaco lo acompañaría. Desde Blondie a Metronomy, desde el rap de los 80 hasta Georgio Moroder, esta máquina de ritmos ofrece un manejo versátil y sonido característico combinando audios de las TR 808 o las TR 909. Sí: la Groove Box MC – 303 de Roland. La caja de la onda. ¿O como definiríamos la palabra “groove”? Dice la leyenda que Louis Armstrong hizo algo parecido cuando le preguntaron qué era tener “swing”: “Si se lo tengo que explicar, entonces jamás lo entenderá”. Las máquinas tienen ritmos y cumplen con patrones matemáticos, pero ¿tienen onda? En cierto modo, Kubo se lo planteará. Aunque ya sabemos lo que responde el robot de Asimov a un humano cuando le pregunta si una máquina puede crear una obra maestra: ¿Usted puede?
Pero ni el cantante de Mostruo ni el de Pérez estaban buscando obras maestras sino sencillamente divertirse en la ahora denominada Sala Isla de Tolosa. Probando un formato que les permitiera una alternativa a las presentaciones reducidas con guitarras, surgirían algunas canciones. Como “Enroscando”, nacida de un intento de armar una base para “El probador” de Virus. De a poco emergerían bases cuasi robóticas entre Krawferk y Soulwax, con elementos de minimal, de house y drum and bass. Pero sin perder la sensibilidad pop y la notable capacidad melódica de ambos.
Y sin abandonar tampoco el rastro rockero. No solo por “Ian”, ese guiño a dury donde Don Protón suelta: “no soy un rockero ni soy dj, hice de todo pero no me encasilles”. También porque no hay dos sin tres y su buen amigo Nico Mir de Pasto sumaría su pericia para encontrar el sonido justo de guitarras. Tras un verano de juntadas y el posterior trabajo a distancia durante la cuarentena, los seis tracks que puede almacenar la máquina verían la luz con un gran resultado artístico : “Drogahdicto”.
Extraterrestres que preguntan a terrícolas por un lugar para relajar, pistas de bailes donde el amor se aplasta contra el pecho de alguien y otros versos donde lo lúdico se acopla a los riffs mecánicos. El mismo humor con el que se definen como “viejos” y por lo cual se bautizarían “Gah Gah”. Aunque sabemos que solo envejece que quien abandona el juego. Y que no se trata de máquinas ni humanos: la onda es de quien la busca, la encuentra y se deja llevar.
“Gah Gah es un producto del juego con las máquinas, básicamente- simplifica Medina y extiende: “Se fue dando así. Al principio empezamos programando canciones. Algunas de Roto, otras mías y también de Pérez. Pero después tomó vida propia. Entonces empezamos a zapar sobre las bases que íbamos armando mientras jugábamos con los teclados. Y ahí fuero tomando forma. Empezamos a cantar cosas que se nos ocurrían en los momentos o frases anotadas en las libretas”.
El traspaso de esas maquetas al sonido definitivo de disco (donde Gastón Porro se encargó de la mezcla) “es bastante directo. Primero que te permite ir agregando capas y cosas que van haciendo a la orquestación. Grabarlo es súper inmediato. Es transportar esas cosas tocadas en la máquina y pasarlas a la compu. Lo que hicimos fue reemplazar sonidos y agregar más capas. Pero todo salió de la programación de ese aparato”. Más allá de lo tecnológico, hay algo en el espíritu que reivindica la espontaneidad: “La génesis es re garagera. Estábamos grabando y empezó la pandemia. Y lo dejamos casi dos meses en la computadora. Cuando nos volvimos a juntar lo laburamos un montón. Pero sin perder la frescura del juego y el minimalismo. Que no fuera algo pretencioso”.
Ante los diversos proyectos, la razón no pasa por cuestiones nominales sino porque “cada proyecto tiene su universo. Y eso está buenísimo. Yo por fuera de Mostruo, había hecho muy pocas cosas solos. Y con el Flaco armamos Roto y ahora este proyecto. Y eso: armar universos entonces se te ocurren cosas para unas y para otras”. Ambos cantantes versátiles y de buen rango, trabajaron particularmente la interpretación en base al estilo de Gah Gah: “Nos planteamos al toque de que no podíamos cantar como cantamos normalmente con las bandas. Con la banda en vivo, la batería, todo es más físico. Con las máquinas tuvimos que cantar de otra manera. Estuvo bueno y lo laburamos un montón. Explotar solo cuando hay que explotar. Ser claros, precisos. Y a la vez con onda. Las máquina no tiene onda: vos se la tenes que poner”.
Medina se refiere a la tercera parte del proyecto: “Nico sumó un montón porque es un muy buen guitarrista y super intuitivo. Maneja muy bien los delays, pedales, los efectos. Estábamos con el Flaco programando las máquinas, queriendo meter guitarras, pero era tocar demasiadas cosas. Al toque pensamos en Nico, porque además con él compartimos un montón. Es un amigo”.
Sin rodeos pero con humor, Medina confiesa que el nombre refiere al término “gagá”. “Somos viejos haciendo electrónica…¡es la verdad!”. Y además suena re ochentero”.
Volviendo a la onda de las máquinas, “el que tiene que groovear es uno. Porque las máquinas no groovean… van. Para mí el groove se consigue por repetición, cuando llegas al mantra, empiezas a sentir esa sensación de estar metido dentro de algo y flotando”. Y cierra: “Me gusta porque cuando te metes en ese mambo te vas metiendo en las pequeñas variaciones. Tenés un mundo para modificar un solo sonido de mil maneras. Me parece súper divertido”.
(La imágen está tomada de la portada del álbum, diseño de Kubilai Medina sobre una ilustración de Mauro Valenti)