Por Juan Manuel Artero
En el barrio de La Boca, a pasos de la autopista La Plata – Buenos Aires, el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken es uno de los más importantes refugios de la memoria fílmica argentina. Se resguardan allí antiquísimos juegos ópticos, fotografías, películas, afiches y publicaciones del cine clásico, del cine político de los setenta y del Nuevo Cine Argentino. El pasado 24 de agosto, en el marco del ciclo Viernes de VHS, se llevó a cabo un evento con una significación especial para el cine de la ciudad: la proyección de Hamlet Finge, película realizada entre 1991 y 2000 por Carlos Vallina (profesor emérito de la FPyCS) y el realizador Santiago González.
En el lejano 1991, un grupo de ex estudiantes y docentes de la UNLP llevaba adelante la Coordinadora por la Reapertura de la Escuela de Cinematografía. Luchaban por la recuperación de la carrera intervenida en 1975, declarada «en extinción» en 1976 y finalmente cerrada en 1978 por la dictadura.
Desde la Coordinadora movilizaron el reclamo con diversas actividades, una de ellas fue la realización de películas, reactivando la producción fílmica que la represión intentó también desaparecer. En este marco se produjo Hamlet Finge, una adaptación libre del clásico de Shakespeare, registrado entre los andamios y las enormes fosas de la obra en marcha del nuevo Teatro Argentino, incendiado en 1977.
Intervinieron en Hamlet no solo los mencionados Vallina y González, sino también estudiantes de la Escuela de Teatro que hacían sus primeras experiencias en cámara (Julieta Vallina, hija del director y hoy reconocida actriz, es una de ellas), músicos locales, actores de trayectoria (Armando Di Coco, José María Gutierrez), artistas plásticos, sonidistas, entre tantos otros y otras que años después serían activos representantes de la cultura platense. El reclamo por la Escuela de Cine culminó con la reapertura de la carrera en 1993, pero el proyecto Hamlet quedó suspendido, atravesado por la vorágine histórica hasta el año 2000, cuando el realizador Santiago González fue incorporado al montaje final, valiéndose de la ayuda de la por entonces precaria y novedosa edición digital. Hamlet resulta una cápsula en el tiempo, que viaja desde la lucha por la recuperación de la Escuela hasta los inicios de las contemporáneas camadas de realizadores y realizadoras formados en las tecnologías digitales.
En Hamlet Finge, el príncipe de Dinamarca (interpretado por Fernando Arizaga) deambula por la escenografía postapocalíptica de la obra de teatro tramando la venganza contra su tío Claudio. Para realizar su amor con Ofelia, debe resolver la trama política en la que se ve envuelto, encomendado nada menos que por el fantasma de su padre. La voz del espectro resuena entre las paredes de concreto, entre la eterna lluvia platense, entre los recovecos y escombros de una obra en construcción (teatral, fílmica y arquitectónica) que remiten tanto a la recuperación democrática como al comienzo de la noche neoliberal. El príncipe viaja en una moto por los suburbios de la ciudad, los antagonistas visten trajes y corbatas, el telón de fondo no es la Dinamarca que huele a podrido sino la propia Argentina de los noventa. Allí donde siempre, según las palabras de Horacio, «algo hay que hacer».
Hamlet incorpora registros de ensayos y entrevistas a los actores reflexionando sobre su personaje, un recurso que vincula la película a una tradición anclada en el cine de la Universidad Nacional de La Plata, que comenzó con Los Taxis (1970) y Single (1970), y puede rastrearse hasta la actualidad, en películas como Los Muertos 2 (Manque La Banca, 2017), obras en las que se producen interesantes cruces entre ficción y documental, tal como señaló el crítico Álvaro Bretal en la revista Pulsión. En esta línea, Hamlet Finge sigue suscitando interés, y se espera para este año el estreno de un documental sobre la película, dirigido por el cineasta Gustavo Alonso.