Por Roberto Álvarez Mur
Desde hace un siglo, la clase media representa el sector de mayor complejidad en el entramado social y político de la Argentina. En la antesala de las próximas elecciones, el sociólogo Gabriel Vommaro –investigador del CONICET y autor del libro Mundo Pro, centrado en el surgimiento del partido macrista– dialogó con Contexto sobre las diferentes claves para comprender la intrincada configuración de este sector de la población nacional.
– ¿A qué intereses responde la clase media a la hora de determinar su voto? ¿Es posible establecer una generalización?
– Creo que, desde un principio, no tendríamos que llamarla la clase media, sino clases medias. Deberíamos pensar cómo en determinadas coyunturas hay controversias públicas o demandas sociales que aglutinan a clases medias muy diversas en vistas al Gobierno, pero que no siempre votan por los mismos candidatos. A partir de allí, subsisten diferentes ideas sobre el rol del Estado en la economía, el vínculo entre Estado y mercado. Hay un discurso que uno puede llamar republicano, o de moral pública, por la división de poderes, y que no es un discurso necesariamente neoliberal, por decirlo así. Y aun así es un discurso de oposición al modo en que el kirchnerismo construyó su poder en los últimos años. Siempre dentro de los márgenes de la ley y de la república, pero que también tiene una fuerte impronta centralista.
– ¿Cómo se configura el electorado de clase media de cada conjunto político?
– Dentro de estos sectores hay una porción que se concibe como enojada, que siente que el Estado controla demasiado sus recursos, que se les cobra muchos impuestos, que el dólar es un derecho universal y humano inalienable. Diferentes cuestiones que tienen que ver con una defensa del patrimonio individual, o de la riqueza privada frente a la regulación del Estado. No obstante, creo que no habría que amalgamar todo en el mismo molde. Existen grupos muy heterogéneos. En primer lugar, hay un sector importante de la clase media que se inclina por el macrismo, pero otro que vota por el kirchnerismo o que vota por las opciones no peronistas pero tampoco macrista, como Unen, Eco y esos estratos. En segundo lugar, esos votos por opciones no peronistas no es un voto solamente anti kirchnerista, tiene más larga data. Imaginate que también se votaba en contra de Menem en su época, incluso cuando sus estragos económicos aún no eran visibles. Hay que realizar muchos reparos a la hora de analizar el electorado de clase media.
– ¿En qué aspectos debería profundizar el peronismo para capitalizar ese espacio?
– Es muy difícil de determinar eso. Cuando mostrás un opción de construcción política que ofrece un anclaje fuerte, inclusión social y política pronunciada, con un discurso político más o menos coherente, con políticos convencidos y movilizados detrás de lo que vos defendés, podés ganar mucho. Pero también podés perder al dejar muy poco espacio para los no tan convencidos, por así decirlo. Dejás poco espacio para atraer a los sectores que ideológica, cultural o políticamente no están tan cerca de tu posición, pero que tampoco están del otro lado. Creo que ese ha sido un modo de construcción que caracterizó al kirchnerismo, y que le dio resultados, pero también muestra sus límites.
– ¿Es posible modificar ese escenario?
– Creo que esto funciona así, te diría, desde el conflicto con el campo, en 2008. Ese fue el punto clave donde el kirchnerismo estableció de manera definitiva su relato, su mística y su posición populista, como lo entendía Laclau. Eso crea dificultades para lo otro, que es la porción de sectores con mayor o menor intensidad, comparte el núcleo duro de ideas de un movimiento político.
– En ese sentido, ¿es posible determinar la tendencia de voto estrictamente acorde a los intereses económicos o de modelos de país?
– Creo que hay una complejidad muy grande en esta idea sociológica o politológica de relacionar clase social y voto. Eso es una cosa. Distinto es una vertiente cultural, que refiere a la amplitud de la ideología y de lo histórico. Ahí es donde cuesta afirmar que la clase media votaría por tal o cual. Son dos registros diferentes. Lo que sí podemos afirmar es que la salida de la crisis de 2001 traía en su seno una interpretación más de anti política o anti Estado, o todo lo contrario, estrictamente politizada o a favor de lo estatal. Muy puristas en cada sector.
– ¿Cuál es el rol de los medios a la hora de reproducir discursos que interpelan a las diversas capas sociales?
– Es relativo eso. En los últimos años, los medios han sido tematizados como actores políticos y fueron puestos en discusión como nunca antes. Esa puesta en discusión lo que hizo fue, en vez de mejorar la calidad de la información o de mejorar la crítica y la autocrítica mediática, explicitar las posiciones políticas de los sectores opositores y oficialistas, y que hoy sea muy difícil informarse en Argentina a través de los diarios y la TV. Para las personas que gustan de consumir información en medios, esto generó un gran picnic mediático cotidiano, en el cual los medios opositores crearon un relato en clave de construir un Gobierno que es una farsa, que les miente, que los engañan. El esquema “lanatesco” de la crítica al Gobierno como una pura parodia. Y, por otro lado, los medios oficialistas exaltan cierta épica de la lucha contra los monopolios.
– ¿Dónde se ve más reflejada esta construcción mediática de la difamación vs. la épica, como definís?
– Sería interesante observar la circulación de la información en las redes sociales. Cuando fueron las inundaciones, por ejemplo, las denuncias cruzadas circulaban por redes más o menos consistentes, endogámicas, cerradas. Cada grupo consumía su propia información, como barrios cerrados virtuales. Eso creo que se ha acentuado y remarca esta tendencia de clases medias consumidoras de información indignada, en contraposición a las clases medias que consumen la información de la épica y de que hay que seguir dando batalla.