Por Ramiro García Morete
Cada vez que iba, el kiosco de la terminal de Dolores aguardaba como una valiosa vitrina. Allí resplandecían en colorido papel satinado la Rolling Stone, La García, La Mano y otras publicaciones que agitaban la intensa y compleja actividad contracultural del último año del siglo. Y es que a General Guido no llegaban algunas revistas como Inrockuptibles o el mismo Página/12 y su suplemento No. Sí llegaba el Sí, desaparecida pero esencial sección de Clarín que seguramente leía con la misma devoción -casi arqueológica- con que hoy aborda diversas páginas desde su ciclo radial Los Subterráneos, por FM Universidad.
Pero por aquellos años, Nicolás Arias no solo escuchaba música (The Beatles, Stones y clásicos) o leía sobre ella, sino que también llegaría a tocar el bajo en una pequeña banda de garaje llamada La Maga, por cierto fanatismo del cantante por Cortázar. Sin embargo, la docencia -heredada de su madre- y algunos estudios de historia y geografía en Dolores postergarían solo por un tiempo dos factores ineludibles de su destino: el periodismo y La Plata.
Y es que en esa ciudad en la que vivía su hermano y había estudiado un tío -y de la que solo conocía las referencias básicas de Virus, Redondos, Guasones, Estelares o Gorriones- le abriría un mundo en sí al llegar a estudiar en el 2009. Por entonces, el cuadrado vivía un esplendor de la música independiente y conciliaba un envidiable circuito interno -en cantidad, variedad y calidad- con una proyección nacional inusual. Bandas locales atraían la prensa de todo el país y El Mató -más allá de las diferencias estéticas- se volvería la banda abanderada y representativa de una época.
Tamaño espíritu y agitación requería -como toda buena historia- alguien que la contara. En ese contexto surgiría una experiencia que, más allá de antecedentes o incluso medios contemporáneos, resultaría inédita por dimensiones y ciertas características: De Garage (Diario de rock). Con una edición mensual, en papel obra y una importante tirada gratuita, cubriría durante ocho intensas temporadas gran parte de la vida cultural local.
Con los jóvenes Juan Barberis y Facundo Arroyo como cabezas de un nutrido equipo, el medio compartiría el ánimo autogestivo de lxs artistas pero plantaría una postura en línea con su filosofía. Y es que mientras suplementos importantes como el Joven de El Día o Demo de Diagonales eran curiosamente dirigidos por músicos trabajando de periodistas, De Garage apostaría también a la crítica musical. Algo que -por razones diversas- generaría algunos resquemores, pero también le otorgaría cierto status, en tiempos donde se agitaban llamativas y quizá ficticias dicotomías en la escena platense. De un lado, todo lo que se englobaba bajo el mote del indie, teóricamente más cercano a las vanguardias y la formación universitaria. Del otro, expresiones supuestamente más populares y tradicionales. Casi como un absurdo civilización y barbarie, pero que orbitó como una marca a sortear por el propio medio. Y aunque a veces lo haya logrado con mayor pericia que otra, lo destacable fue la difícil empresa llevada a cabo.
Por eso es que a la hora de su tesis de grado, Arias no dudaría en abordar el caso. Y varios años después -ya con más investigación y experiencia en radio y en medios como Revista Distorsión, Ultrabrit y Pequeña Babilonia- condensarlo en un libro en el que, al igual que el buen periodismo, el tema o la obra solo son vehículos para revelar algún nuevo significado. «Hermanos de Tinta. De Garage y el Rock Platense» emerge entonces no tanto como la historia de un medio gráfico sino como un retrato de época que cobra mayor riqueza en relación a un presente donde el rock, el periodismo y la gráfica en sí se encuentran en crisis o cambio.
Y es que si bien la música es del aire, para gente como Nicolás Arias es preciso bajarla a través de tinta y asumir un papel -si se quiere- histórico. «El libro –sintetiza e introduce Arias- es partir de la historia de De Garage para contar la escena del rock platense, en principio de la época que va del 2007 al 2014. Tuve que ahondar en el rock platense y cómo fue tratado, viendo antecedentes en lo musical pero también en lo periodístico».
Desde el 2016, Arias forma parte de un ciclo radial que se encarga de «repasar la historia de revistas de rock argentino. Con este bagaje empecé a investigar lo antecedentes de publicaciones gráficas de La Plata. Fue una experiencia singular de lo que fue la gráfica independiente, ya que acá las revistas o fanzines no duraban mucho, fuera por cuestiones económicas o por ciclos personales».
Arias señala a De Garage como «una escuela de periodistas, diseñadores, fotógrafos, gente que despuntaba el vicio literario. Formadores de oficio al calor de escribir, replantearse, corregirse y afilar la pluma. Ocho años enteritos -salvo la excepción de las vacaciones- en los que se contaba casi todo a nivel musical».
Arias destaca que el medio estaba «en sintonía con una época muy floreciente del rock platense. Lo que se conoció como indie rock. También hay que recordar que fue inmediato a la tragedia de Cromañón y ciertas estigmatizaciones como rock barrial o rock chabón«. En ese contexto, «muchos medios miraban a ver qué pasaba en LP. Inrockuptibles sacó bastante rápido a Él Mató en LP, como un ejemplo paradigmático de esa movida. Estas bandas tenían ciertas lógicas de la independencia, de la autogestión». De igual manera se movía este «diario», con «la premisa de difundir ese rock floreciente. El diario estaba en todos los lugares: librerías, centros culturales. Y sin cobrarlo, lo cual se puede pensar como contraproducente. Lo que ellos veían era que la escena lo justificaba y en algún momento tuvieron que hacerse cargo de que eran el principal relator de La Plata”. Con 5 mil números iniciales y lo que Arias denomina «prepotencia de trabajo», el equipo lidió con «aprender a vender publicidad y con idas y venidas en su vínculo crítico con el Municipio para recibir ocasionales subsidios».
Arias retoma que el proceso fue «como un aprendizaje» y que el estilo se fue puliendo, al igual que las críticas fueron refutadas dando espacio. Otro asunto fue ir ampliando el concepto de rock e integrar otras disciplinas ligadas a la cultura. Todo debe inscribirse en una «etapa de transición de lo físico a lo digital. Si bien tuvo una web, de alguna manera eran románticos del papel. Así se habían criado y consumido de pibes. Y en cuanto a lo que es el periodismo musical, periodismo de rock… vivieron algunas cuestiones de replanteamiento. Está bueno hacer un medio de rock, pero hay otras músicas. Que quizá son más interesante, más novedosas… más rock que el mismo rock, a veces».
También queda la duda de cómo se hubieran abordado otros temas que emergieron saludable y poderosamente, como las denuncias por abusos, pero en cierto modo el medio «venía haciendo ciertos cuestionamientos».
Sobre el final, Arias reflexiona sobre una actualidad gobernada por video-reacciones y cada vez menos gráfica. «¿Desde dónde se está analizando la música? ¿Desde el sentimiento, desde lo espontáneo o tiene un laburo detrás? Son debates en los que no puedo ser tajante. Y también está esa pregunta: ¿un medio como De Garage podría existir hoy, con el formato papel en retroceso? Inrocks no está mas, La Mano hace años, el Suplemento Sí dejó de salir… es una postura. Es algo que te muestra un cambio de época. Siempre está quien mata al periodismo y después renace. Se habla del fin del papel. Pero por ahí tenés un pibe que hace fanzines, porque dice: a mí me gusta».
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