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Iemai: buen chico, loco mundo

Por Ramiro García Morete

“No te gusta que sea un antisocial/ pero hasta en la liga de escritores del rap nacional/ estoy solo y no es ego trip”. Fue hace un buen tiempo. Las cosas llevan tiempo, remarcará en varias ocasiones. Ocho o nueve años atrás, más o menos. El pibe de Chacabuco recién se iniciaba en el hip hop. Había una página llamada Portal Rap -o algo así- donde el sello de Dr. Dre (Aftermath) subía novedades. Allí conocería el nombre de Kendrick Lamar por  “The recepy”, su colaboración con el legendario productor. Luego escucharía “Good kid, M.A.A.D. City” e indagaría en su significado. “Ser un chabón medio tranquilo en una ciudad re bardera”, recordará su primer pensamiento, reconociendo que así como encajó con la música no lo hizo tanto con el arquetipo de rapero. “Yo tengo que hacer esto”, pensó. Pero “a los 14 no se tienen las mismas herramientas que a los veintipico”, dirá con tino.

Y es que las cosas llevan tiempo. No solo en el aprendizaje sino en el disfrute: escuchar música requiere tiempo. Como esos discos de Eminem donde no solo cada track era una historia, sino el álbum en sí. En tiempos de vértigo e información procesada y fragmentada, ¿alguien se pondría a escuchar un álbum? Y no solo eso: a grabarlo.

El 2020 lo hallaría de nuevo en Chacabuco. Si bien en algún momento había cedido a la dinámica del mercado basada en singles, el pequeño home-studio montado reflotaría esa idea postergada. “Mi historia como la quise contar”, dirá sin rodeos. El Google Keep estaría lleno de notas y líricas de esas que surgen cuando se le ocurre previamente un título. También revisaría viejas grabaciones cuyo sonido no le conformaba.

El fan de Twin Peaks que vino a La Plata a estudiar cine volvería a contactarse con Cristian Villareal, ese talentoso productor que a veces puede tardar dos días en responder el WhatsApp pero que interpreta el universo planteado por el MC. Y hablamos de un universo oscuro y psicológico, lleno de tensión y estructura, donde el boombap se abre a sonoridades como el drill, trap o electrónica, pero siempre hay barras. Barras que eluden los lugares comunes del “forreo” o el slang como regla del centeniall. Hay calle, pero en ella se mezclan palabras del diccionario, del viejo lunfardo, una cita de La Renga o de donde sirvan para avanzar. Porque esas barras no están sueltas: todas hilan una historia. Incluyendo hasta inserts teatralizados, erigirían un relato mucho más complejo que la manera en la que –no sin algo de humor- su autor resume: “Un chabón se come el flá, lo cagan a palos y se encuentra con su otro yo”. De una u otra manera, más o menos todes hemos vivido esa línea argumental. Así es que excede al ego trip y se asemeja más a una ópera rap sobre la violencia, la masculinidad y los miedos. “Survival Horror” es lo nuevo de Iemai, un buen chico en un loco mundo.

“Es como mi bitácora, para no hacerla tan larga -presenta Iemai.- Un registro de quién soy yo y cómo llegué a quien soy ahora. Mi historia como yo siempre la quise contar”. Y destaca la búsqueda de “el equilibrio entre contar una historia personal y lograr que el que lo escuche se sienta identificado. Es como una deconstrucción del lado oscuro de alguien”.  

El disco se corre de algunos lugares comunes: “Siempre se me hizo una etiqueta de que era muy bombapero y que siempre me gustó el rap yankee. Pero nunca me sentí identificado con ese estereotipo, el personaje. Hay una época a la que querés pertenecer, pero si no lo viviste no es así.  Yo digo que antes quería ser rapero y hoy quiero hacer música. Tratarlo como género y no como la ideología impregnada”. Respecto a los cuestionamientos hacia la masculinidad impuesta, remarca que “está en la vida en sí, no solo en el rap. Yo crecí en un entorno donde para ser respetado había que bancársela o ser un forro. Nos han traspasado a todos. Uno ha convivido con eso y el pensamiento sociópata de que´para que te tomen serio tenés que ser un hijo de puta´. La critica va por ahí… si vos querés ir por el lado de ser una basura y la violencia, te carcome. Lo que tratamos de decir es que nunca es tarde para tratar de cambiar”.

A nivel musical entiende que “hay un balance entre seguir las pautas para que llegue a la gente pero no consumirnos por eso. Tratar de acoplar nuestra esencia a lo que dicta el mercado pero sin dejar de ser nosotros”.

En su búsqueda también está la formación de una banda orgánica, experiencia que plasmó en tres video-sesiones. Destaca la dificultad de coordinar horarios pero no se amedrenta porque en todo sentido cree en la paciencia y la dedicación: “Hoy mi misión es hacer entender que las cosas llevan su tiempo y que para encontrarle un significado a las cosas no alcanza con escucharlas una sola vez”.

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