Por Ramiro García Morete
«Todo cambió, todo cambió para ser fuertes/ Si algo explotó supimos que no era la muerte/ Renacer en mí fue una hermosa sensación». 2020. No todo, pero lo suficiente como para sentir que el mundo había cambiado. No solo a nivel global -nada menos que a partir de una pandemia- sino a nivel personal. Algunas personas cercanas partirían y a la vez tendría tiempo para quedarse en casa. Quizá esa combinación hiciera que en las noches de la casa de Sicardi -cuando su hijo y su compañera iban a dormir- emergieran junto a la salamandra numerosas canciones desde su pequeña criolla Gracia. Curioso, remarcará, para alguien que no compone más de dos o tres canciones al año. Quizá fuera también el roce de esa cifra significativa y redonda que asomaba inminentemente en el propio calendario.
Lo cierto es que las canciones surgirían con fluidez y sin mayores rodeos armónicos. Al menos del tipo que -no sin pericia- solían construirse en el seno de Los Pintores del Sonido. La innegable y orgullosa marca de Fito, Spinetta y el rock argentino que arrastra desde Carmen de Patagones y la fascinación inicial con el casete de «La la la», estaría allí. Pero como si alguna energía o ánimo particular sustrajera de aquello la canción misma y postergara algún otro tipo de ambición.
Correría noviembre y vería que «esto se alargaba». La banda «estaba muy dispersa»: el baterista tenía jornadas laborales de nueve horas, el guitarrista trabajaba en un puesto de vacunación de Salto. Sin manejo de softwares pero sí con la flamante placa Focusrite y el micrófono Samson, recurriría a su también compañero de banda y tecladista, Matías Gómez, para encarar un disco. Que en principio sería «algo simple, tirando a lo acústico, con algunos arreglos de cuerdas. Para hacerlo más rápido, más barato».
2021. «Después se fue agrandando la idea», agregará. Gómez se encargaría de la articulación y de pronto las maquetas «pedirían» bajos, guitarras eléctricas… y la fundamental presencia de los teclados. Con una importante lista de invitadxs, conformaría un repertorio de composiciones sólidas y reflexivas sobre las formas del amor, la pérdida y la superación. Canciones midtempo, ejecutadas con notable precisión pero exentas de floreos, casi como interpretando desde lo musical una narrativa atravesada por cierto aire de aceptación y conciliación.
«1981». El año de su nacimiento. Para celebrar sus 40 años de vida y ante la imposibilidad de un festejo presencial, así llamaría a este álbum, personal pero no tan «solista». O el modo que encontró Juane Skrt para pintar su sonido, cuando parecía que todo se ponía oscuro, pero sencillamente estaba cambiando de colores.
«En realidad es el festejo de los 40 que no pude hacer -introduce Skrt-. Es festejar la vida un poco y dejar un souvenir, haciendo la fiesta más grande de lo que podría haber hecho en mi casa en tiempos de pandemia». Excepto dos temas, «el resto son siete canciones bien pandémicas y por ahí son las más nostálgicas. Muy atravesado por las circunstancias y por las pérdidas». Pero aclara: «No fue un disco pensado como algo conceptual, sino más bien accidentalmente. Tuve más tiempo para componer, porque hubo varios meses que tuve que ir a trabajar. Todo muy movilizador. Y se me despertó la situación de volver componer bastante».
«Yo soy compositor pero tengo muy poco de arreglador -cuenta sobre el procedimiento- La mecánica era muy simple. Componía una canción donde más o menos cerraba la idea, la grababa con el teléfono y así se la mandaba a Matías Gómez. Y ahí empezábamos un ida y vuelta de maquetas y de arreglos. Lo deje volar a él. El sonido del disco es el sonido de mis canciones pintadas por él».
«Hay una cosa de aceptación -expresa el músico sobre el disco-. Terminé aceptando que las canciones que hago son esas. Porque si se quiere son más parecidas a las primeras canciones que hice. Después, con toda la movida de Los Pintores, tuve un intento de otra cosa. Por ejemplo, yo soy muy fan de Serú Giran. Y por ahí quise tirar la piedra muy arriba… Le apunté al sol y cayó en el techo del vecino. No la revoleo más al sol. Me relajé: hago canciones, no hago súper obras musicales». Y agrega: «Por ahí los 40 años sean eso. Me sirvió para eso. Y para entender que no me puedo quedar quieto. Tengo que seguir creando pase lo que pase. Porque en definitiva es mi vida. La música es lo único que sé hacer. O lo que más feliz algo».