Por Juan Bautista Paiva
El último 20 de enero, diplomáticos de Corea del Norte y Corea del Sur se reunieron en Lausana, Suiza, sede del Comité Olímpico Internacional (COI), para concretar y delinear la participación de los atletas norcoreanos en los Juegos Olímpicos de Invierno 2018 que se desarrollan en PyeongChang desde el 9 de febrero pasado. Como resultado de este encuentro, se acordó que las delegaciones deportivas de ambos países desfilen juntas en la ceremonia de apertura de los Juegos y que se conforme un equipo unificado en la disciplina de hockey femenino sobre hielo.
En la segunda década del siglo XXI, no es posible pensar los Olímpicos por fuera del mercado y la política. Son un espacio que trasciende lo estrictamente deportivo para situarse en un plano cultural donde la idea del Estado nación, vinculada a la política, la economía y la cultura, aún prevalece en el marco de una competencia entre los diferentes países y nacionalidades. A la vez que constituyen escenarios donde los Estados dirimen sus intereses y proyectos en materia política y económica.
Un claro ejemplo de esto fueron los Juegos de verano durante la Guerra Fría, donde Estados Unidos y la URSS protagonizaron momentos de tensión diplomática y política a través de estos eventos. En primer lugar, los estadounidenses realizaron una fuerte presión política para que se suspendieran los Juegos de 1980 en Moscú. El entonces presidente del COI, Michael Morris, se negó a suspenderlos alegando que “sólo una tercera guerra mundial los puede impedir”. Los Olímpicos no se suspendieron, Jimmy Carter no envió a la delegación estadounidense y varios países, Argentina entre ellos, se adhirieron al boicot. La URSS, se tomaría revancha cuatro años más tarde fomentando un boicot a Los Ángeles 1984.
Los Juegos Olímpicos de invierno llegan a PyeongChang en un momento de extrema tensión política y militar entre las dos Coreas, conflicto en el que EE.UU, China y Rusia cumplen un rol fundamental en la geopolítica del noreste asiático. Desde el gobierno de Corea del Sur se pretende mostrar “los Juegos Olímpicos más grandes de la historia de invierno”, ya que participarán 2.925 atletas de 92 países distribuidos en 15 disciplinas. Este marco deportivo estará acompañado por la cobertura mediática que tendrá el objetivo de vislumbrar los importantes progresos del capitalismo en el país, que especialmente se plasman en un avanzado desarrollo tecnológico. El contraste con el gobierno norcoreano de Kim Jong-un estará presente en cada detalle de la competición.
En este marco de escalada política, la ministra de Exteriores de Corea del Sur, Kang Kyung Wha, anunció ante los empresarios más ricos del planeta, en el Foro de Davos, que su país pretende que los Juegos funcionen como un punto de partida para la paz en la península y la región; desde el gobierno norcoreano se mostraron abiertos al diálogo. Alejandro Cao de Benós, representante norcoreano en Occidente, declaró recientemente que “todo lo que sea paz es mucho mejor que el enfrentamiento entre hermanos”. Más allá de las declaraciones gubernamentales de ambas partes, no se puede terminar de dimensionar este conflicto sin señalar el rol político y las influencias que ejerce Estados Unidos sobre su aliado Corea del Sur y China sobre Corea del Norte, ya que es su principal socio comercial.
En una conferencia de prensa, los presidentes de Estados Unidos y Corea del Sur decidieron suspender sus ejercicios militares durante las dos semanas en que se desarrollarán los Juegos invernales. En las últimas semanas se registró un nuevo episodio de tensión entre Corea del Norte y los norteamericanos en torno a los “botones nucleares” que Donald Trump y Kim Jong-un tienen a su disposición para realizar ataques militares de alcance nuclear. Los norcoreanos vienen desarrollando pruebas con misiles que contienen cabezas nucleares y de alcance intercontinental, lo que les ha costados diversas sanciones económicas en diferentes organismos internacionales. Las fuentes gubernamentales de Corea del Norte argumentan que necesitan “un ejército potente que nos sirva de disuasión contra las maniobras imperialistas”.
En el plano deportivo, las dos Coreas viven realidades totalmente diferentes que se encuentran ligadas directamente a los dos modelos políticos antagónicos que hay en la península asiática. Para Corea de Sur, los Juegos Olímpicos de invierno será la segunda organización de un evento deportivo de repercusión y convocatoria internacional, después del mundial de fútbol Corea-Japón 2002. Al igual que en aquellas oportunidad, se intentará mostrar mediáticamente una organización deportiva perfecta en una sociedad que disfruta de los logros de un país capitalista con un fuerte desarrollo tecnológico. Mientras tanto, Corea del Norte no tiene experiencias en albergar eventos deportivos de este calibre, aunque sí la tiene en la participación de Juegos Olímpicos con un número de 56 medallas entre oro, plata y bronce.
Tras el fin de la guerra de Corea en 1955 y la recuperación de la democracia en 1987, Corea del Sur se ha ido insertando en el tablero internacional en base a una economía capitalista que se destaca por su fuerte industrialización en áreas como la automotriz y la tecnológica. Aunque en el último tiempo la tasa de desempleo ha ido subiendo escalonadamente, llegando al 3,7% a finales de 2016. En cuanto a sus políticas deportivas, se destaca la solidez de una estructura deportiva que alcanza el ámbito amateur y el profesional. Según un censo del Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo, para 2013 se contabilizaron 90.386 clubes barriales con 4,13 millones de miembros activos, es decir, el 8,1% de la población nacional surcoreana se encuentra vinculada al deporte. Mientras que en deporte de élite, el equipo nacional alcanzó una destacada quinta posición dentro del medallero de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Desde su asunción en 2011, Kim Jong-Un decidió revitalizar las políticas deportivas en busca de convertir a largo plazo al país en una potencia del deporte a nivel global. Para lograr esta meta se construyeron varias instalaciones de alto rendimiento en distintos puntos de la nación a través de la Comisión Estatal de Cultura Física y de Deportes. Según Yang Song-Ho, decano de la Universidad de Educación Física de PyeongChang, los centros son parte de un proyecto que “responde al objetivo de desarrollo del deporte fijado por el Estado”.
En Corea del Norte, el proyecto deportivo es impulsado, diseñado y llevado adelante íntegramente por el Estado y destinado a atletas que llevan adelante sus disciplinas en el país. Mientras que en Corea del Sur las grandes estrellas deportivas realizan sus prácticas en diferentes ligas del mundo patrocinadas por empresas privadas que sustentan sus carreras. A través del deporte se ponen en evidencia los antagónicos proyectos políticos, económicos, sociales y culturales que conviven en la península desde el fin de la guerra.
En una reciente entrevista a un medio deportivo español, Thierry Zintz, profesor de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y asesor en diplomacia deportiva de la Unión Europea, declaró que ante el escenario internacional de complejidad que se atraviesa “el deporte tiene el potencial para ser la nueva palanca de mejora de la política exterior”. Esta premisa resulta interesante, ya que sirve para pensar al deporte como una vía más de diálogo entre los diferentes Estados. Por lo tanto, partiendo de esta afirmación, se puede reflexionar y entender las prácticas deportivas como un hecho político. Si bien el conflicto entre las dos Coreas lleva siete décadas, no es posible pretender que un acontecimiento como los Juegos Olímpicos de invierno resuelvan las diferencias del enfrentamiento, pero sí que sea una vía de diálogo para una pacificación de la península.
Entre los objetivos que establece la Carta Orgánica del COI se busca “la construcción de un mundo mejor y más pacífico, educando a la juventud a través del deporte”. Si se pretende realizar una revisión histórica y una selección de acontecimientos históricos en los que el deporte cumplió un rol primordial como herramienta de diálogo se pueden mencionar varios episodios. Entre ellos, la diplomacia ping-pong, que sirvió para abrir la comunicación entre la República Popular de China y Estados Unidos a comienzos de los años setenta o el mundial de rugby 1995 en Sudáfrica, con el fundamental rol del entonces presidente Nelson Mandela para inspirar al equipo nacional que alcanzó el título y de esta manera el campeonato aportó para poner fin al Apartheid.
En los Juegos de verano de Sidney 2000, las dos Coreas desfilaron juntas en la ceremonia de apertura. Dieciocho años más tarde se repetirá tal suceso. Asimismo, participarán de los Juegos con un equipo unificado en hockey femenino sobre hielo. Ambos sucesos tal vez sirvan para establecer el primer antecedente de un consolidado canal de diálogo, que tenga como objetivo la promoción de la paz, la cooperación internacional y el respeto por los derechos humanos. La tensión entre Corea del Sur y Corea del Norte es un conflicto que pone en vilo la paz internacional ya que involucra los intereses políticos y económicos de varias de las mayores potencias militares del mundo, como Estados Unidos, China y Rusia. PyeongChang 2018 aparece como una oportunidad para el diálogo político y la paz en la región y el mundo.