Por Ramiro García Morete
“Todas esas noches que yo no callé/gritando como un loco/una guitarra en la falda/cada madrugada desolado preocupado esperando por ti, mi amada”. Su padre, médico de profesión pero también concertista de guitarra, debía mudarse. Básicamente se separaba de su madre y dejaba esa casa de Río Negro a la que llegaron a sus cuatro años desde La Plata. Allí sonaba de todo: desde tango, bossa, Silvio, Steven Bishop, Beatles a Pedro y Pablo, Sui y lo que él llamará “folk argentino”, que tanto gustaba a su madre. También estaba su hermano y la fallida experiencia en Asquerosa Alegría, banda preadolescente a la que fue convocado a tocar el bajo con un dedo y que se separó a los pocos días de comprar el instrumento que luego cambiaría por una strato.
Lo cierto es que con doce o trece o catorce y un bajo casi sin tocar, allí estaba en esa suerte de Frávega junto a su padre, quien buscaba equiparse para su nuevo hogar. Extrañamente había algunas guitarras criollas y “como quien compra un caramelo”, el señor tomó una, la probó y miró a su hijo: “¿La vas a tocar?”. Poco después vendrían las tardes encerrado en su pieza, aprovechando los breves lapsos entre guardias para que su progenitor le pasara algunos ejercicios o acordes.
Tres semanas después escribiría “Pájaros sin voz” a un amor “mitad real, mitad platónico”, con quien conserva buena relación. “Tres acordes y un vínculo roto”, definirá con humor y honestidad también algo que –cree- no ha cambiado. Por supuesto que vendría luego su regreso a La Plata y la Tecnicatura en Producción y Posproducción en Capital, la experiencia en Timoty (con un disco que no vio la luz) y la carrera de Música popular en Artes. Todas esas herramientas no lo correrían de su eje: la canción. Ese formato en sí, como considera, que guía entre saltos del pop a la fusión, de la balada al casi reggae, el vulnerable e introspectivo “Una guitarra y un diván”. Con un sonido orgánico y pulido de estatura radial, el músico versa sobre vínculos que en apariencia son personales pero también revelan su propia relación con la música. O consigo mismo. Será por eso que el “No puedo olvidar” de aquel tema que quedaría relegado de ese disco debut, se convertiría en un “Hoy puedo olvidar”.
Más firme y optimista, el cantautor deja vislumbrar en su nuevo corte un nuevo repertorio que emergerá sucesivos simples pero que constituye un segundo disco más cohesionado y solvente. “No creo que haya una canción diferente a la de los 14. Es la misma -dirá-. Pero sí mejoran los contextos en los que me voy desarrollando. Eso hace que se traduzca en el track final y es lo que que escucha la gente. Siempre recurro a ese mismo pibe encerrado en una pieza. Siempre es el mismo tipo. Sigo teniendo esa parte mía, que adolece con una guitarra en la falda”. Buscando la canción, Juma F.
Afín a maquetear previamente y hacer “casi todo”, apunta sin embargo a un sonido más clásico y puro: “La música moderna es muy digital y sintetizada. Si bien cuento con esos elementos, estéticamente sigo apuntando al acústico-eléctrico que suena en bandas o en un solista acompañado”. Y explica: “La mayoría nacen de la guitarra. Intento respetar esa cosa de un tipo con una viola en una pieza. Sigo pensando en un sujeto con una guitarra que está acompañado por el resto. No lo sobrecargo”. Juma cuenta que también experimenta otras cosas que conoce el entorno cercano. Pero en lo que se publica reconoce que “está buscando algo radial, es la imagen que doy y lo que quiero hacer. Llegar a un montón de lugares”.
Respecto a las letras, orientadas a vínculos en clave universal, surgen “después de un montón de tiempo que me enroscaba en cosas que podía entender yo. Me pareció interesante poder generalizar un abstracto que cualquier oyente pueda tomarlo. Canciones que entendí solo yo. No quería sentirme solo. Hay vínculos que están rotos. Pero hay vínculos que no son humanos. Pueden ser con cosas. Hay un vínculo con la música que lo experimento como una mujer. Por momentos me frustra, por momento es efervescente. Aunque en lo abstracto siempre hay un otro u otra”.
“El disco anterior es re introspectivo -compara-. Mostré parte del océano interno, lo dejé ahí… me sentí muy vulnerable porque expuse muchísimas cosas propias. Ahora el sonido es más desafiante. Hablo de lo mismo, pero desde un mayor temperamento y optimismo. Empecé a vivir una etapa muy hermosa de sanear y desafiar a mi propio destino. Viene por el lado de un desafío, no de rebelde anarquista, sino una actitud segura, me siento bien, voy afrontar”.
No tanto en lo sonoro pero sí en lo conceptual, se define en relación a la canción: “Soy de la línea Coti o Calamaro. La música está. Esos tipos hablan mucho de la canción como un formato en sí mismo, autónomo. Fusión de música y letra con una estructura coherente. La canción te permite otra cosa. No disociás la música de la letra. La voz cumpliendo un rol melódico e instrumental y a la vez con carga emocional de las palabra. Soy un pibe que está buscando una canción. O la canción”.