Por Roberto Álvarez Mur
Mauricio Macri se calza la banda presidencial y ya se siente incómodo: sabe que luego va a molestarle para bailar la cumbia. Entonces, mientras decenas de flashes fotográficos retratan el momento, el nuevo presidente concluye que tendrá que sacársela de inmediato cuando, en instantes, salga al balcón de la Rosada y empiece la fiesta. Pero, para que eso suceda, todavía debe recibir el bastón presidencial. Recién ahí sonríe.
A su lado está su vicepresidenta, Gabriela Michetti, quien, mientras espera la entrega de los atributos, comienza a memorizar la letra de “No me arrepiento de este amor” de Gilda; en instantes va a cantarla como en un karaoke para miles de personas en Plaza de Mayo. Al lado de Macri también está Federico Pinedo, quien se despide de sus doce horas como presidente provisional de los 42 millones de argentinos. Más al costado, ¿ven a ese señor pelado, de sonrisa brillante y mirada de acero? Su nombre es Ricardo Lorenzetti, es un juez de la Suprema Corte de Justicia y está tan complacido con la llegada del ex alcalde porteño al Sillón de Rivadavia que incluso estuvo a punto de ser él mismo quien le entregase la banda presidencial. Ese honor se le escapó por un pelito, y, por las dudas, ya había aceptado.
Entre los espectadores están Evo Morales y Rafael Correa, quienes observan con sigilo la asunción del primer presidente argentino de derecha electo en democracia. Una cámara de televisión enfoca en primer plano a la presidenta de Brasil, Dilma Rouseff, frunciendo el ceño casi con preocupación.
Sentados en el área más visible de la concurrencia, entre figuras como la conductora Susana Giménez o el padre del presidente electo, el empresario Franco Macri, también están los ex presidentes Eduardo Duhalde y Fernando De la Rúa, quienes acompañan al nuevo mandatario en su ceremonia. Miran atentos el lugar donde, quince años atrás, se escondían de una Argentina enfurecida por saqueos, miseria y ajuste. Duhalde observa la banda presidencial y la recuerda sobre su propio pecho, allá por 2002, en tiempos de extrema pobreza a nivel nacional y cruda represión de las manifestaciones sociales. Mira con atención el paño presidencial y recuerda el día que debió dejárselo a Néstor Kirchner para que se encargase de levantar a la Argentina desde sus escombros. Fernando De la Rúa, en cambio, en este momento sólo puede pensar en el techo de la Casa Rosada y un viaje en helicóptero, en diciembre de 2001, que no olvidará nunca más.
Las cámaras de TV hacen un paneo sobre el salón y toman algunas caras sentadas más atrás, menos visibles, como el caso de Fernando Niembro, el comentarista de fútbol que durante algún tiempo aspiró a ser candidato a primer diputado nacional de Cambiemos por la provincia de Buenos Aires, como hombre de confianza cercano a Mauricio Macri. Tan cercano que una presentación judicial denunció una serie de contrataciones por parte de la gestión de gobierno de Macri en CABA que favorecían a una empresa a nombre de Niembro con 23 millones de pesos. Después de generar un escándalo a nivel nacional, aun con el propio Macri declarando que el tratamiento del caso había sido exagerado, Niembro dio un paso al costado de su fugaz carrera como candidato. Ahora, en silencio, observa desde el fondo a la flamante gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, sentada en la primera fila con una sonrisa de cristal reluciente.
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Una hora antes de la ceremonia en la Rosada, Mauricio Macri brindó un discurso en el palacio del Congreso, transmitido en la primera cadena nacional dedicada a él y no a Cristina; curiosamente, el locutor ceremonial (que pomposamente declaró a los medios ahora oficialistas que no es afín a la «locución militante») presentó la transmisión en cadena sin mencionar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, como es de protocolo, sino que en su lugar utilizó la vieja Ley de Radiodifusión de la dictadura militar.
Entre algunas de las frases más resonantes a nivel mediático pronunciadas por Macri, destacó una: “Este gobierno va a combatir la corrupción. Voy a ser implacable con todos los que dejen de cumplir lo que dice la ley”. Fue contundente viniendo del primer presidente electo procesado por la Justicia. A ello agregó: “No habrá jueces macristas, no puede haber jueces militantes de ningún partido”, en presencia de algunos de los principales miembros del llamado Partido judicial, que junto a dirigentes opositores convocaron a una marcha y cacerolazo en contra del gobierno constitucional a principio de año.
También prometió “urbanizar las villas para transformar para siempre las vidas de millones de familias”, mientras un empresario del sushi sin experiencia deberá afrontar la urbanización de la Villa 31, con más de 50 mil habitantes.
Antes de partir hacia la Casa Rosada, Macri acomodó y guardó con cuidado las hojas de donde leyó todas sus frases y declaraciones.
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Ya es momento, todos se ponen de pie. Macri recibe el bastón de orfebre (no el que Juan Carlos Pallarols amenazó con darseló a la virgen, sino otro que hizo el mercedino Damián Tessore). Durante unos segundos, presiona los dientes y clava una sonrisa para las decenas de fotos que saldrán en las próximas horas en los medios corporativos que lo acompañaron durante toda su campaña. Mira a su alrededor, saluda, y luego se da vuelta hacia Pinedo. Ya es hora de salir al balcón de la Rosada.
Macri mira su bastón reluciente, de noventa centímetros de madera urunday más la empuñadura de plata, confeccionado en once meses de trabajo. Lo mira y, de inmediato, en sus labios se dibuja una frase al aire, en dirección a Pinedo: “Y ahora, ¿qué hago con esto?”.