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La dictadura militar en el ojo documental

[quote_recuadro]ESPECIAL: Medios y dictadura[/quote_recuadro]

Por María Daniela Allegrucci

Las esquirlas que dejó la dictadura en Jujuy, bien al norte del país, se reflejan en el film “Sol de noche”, una producción audiovisual que pone el foco en la historia de Olga Marquéz y su marido Luis Arédez, que luchó por los trabajadores del Ingenio Ledesma y enfrentó el poder de turno, hasta ser desaparecido.

“Ningún entierro es cualquier entierro. Ningún hombre es cualquier hombre”, comienza el relato con la voz en off de Aliverti, que es el hilo conductor del documental, quien hace visible ese entierro sin cuerpo, ese duelo sin muerto, que rememora a la leyenda de esos lares: hay hombres que son tragados por la tierra antes de la cosecha para que ésta sea buena.

El film habla de una región entera, de su idiosincrasia y de los intereses económicos que estaban en juego en ese territorio. La historia del médico se narra en paralelo entre los hechos históricos de la época.

EL FILM HABLA DE UNA REGIÓN ENTERA, DE SU IDIOSINCRASIA Y DE LOS INTERESES ECONÓMICOS QUE ESTABAN EN JUEGO EN ESE TERRITORIO. LA HISTORIA DEL MÉDICO SE NARRA EN PARALELO ENTRE LOS HECHOS HISTÓRICOS DE LA ÉPOCA.

Luis Arédez es tomado para trabajar como médico de la empresa de Ingenio Ledesma, pero fue despedido tras recetar a los obreros y a sus familias todos los medicamentos que necesitaban. Entre los pasajes de la trama, se cuenta que el médico, tenía una cuenta abierta en la farmacia para que allí acudan los vecinos, cuando requerían medicamentos, pero corría el año 1958 y el lema de la empresa era: “al que no le guste lo que pasa… que se vaya”.

Junto a Olga viajaron a Tilcara y allí se instalaron, donde Luis ejerció como director del hospital en esa zona, hasta que vuelve a Libertador, esta vez contratado por el sindicato y años después, asume como intendente.

El documental muestra, con planos largos y cortos, el trabajo del obrero en el campo, la vida del zafrero, o “pelador de caña”, en ese pueblo donde los empresarios facturan 500 millones anuales y son, en la actualidad, la mayor papelera de Sudamérica (junto con su producción de azúcar, alcohol, cítricos y derivados).

Ledesma se autoproclama como “una empresa agroindustrial argentina y comprometida con el desarrollo del país. Empleamos a 8.000 personas y somos líderes en los mercados del azúcar, alcohol, bioetanol, papel, cuadernos y repuestos escolares y frutas y jugos concentrados”, reza su lema en el sitio web (www.ledesma.com.ar).

Sin embargo, la explotación de la industria azucarera radica en el proceso de concentración económica tras su alianza con capitales extranjeros y la monopolización de las actividades de la región, lo que posibilitó que concentrara su propio poder.

Esos vínculos y negociaciones establecidos, llevaron a la complicidad durante la última dictadura cívico-militar, donde Ledesma cortó el suministro eléctrico y facilitó la logística para el secuestro de trabajadores y estudiantes, gran parte de ellos aún desaparecidos, en los hechos conocidos como la “Noche del Apagón”.

LEDESMA CORTÓ EL SUMINISTRO ELÉCTRICO Y FACILITÓ LA LOGÍSTICA PARA EL SECUESTRO DE TRABAJADORES Y ESTUDIANTES, GRAN PARTE DE ELLOS AÚN DESAPARECIDOS, EN LOS HECHOS CONOCIDOS COMO LA “NOCHE DEL APAGÓN”.

La dictadura exacerbó la impunidad. El ataque a los trabajadores del ingenio, se describe en los testimonios de quienes estuvieron detenidos esa noche: el 26 de julio del ’76. Más de 300 personas del barrio aledaño a la fábrica, fueron llevadas a campos de detención y tortura. El ingenio Ledesma fue partícipe de poder militar: personal, camionetas y traillers, proveyeron a la gendarmería y el ejército.

El relato en la voz de su mujer, Olga, no hace más que abrir las huellas de un pasado cruento y sangriento. Su lucha incansable, se traduce en este trabajo que describe los años de acompañamiento y apoyo a su esposo y, posteriormente, la marcha inclaudicable de cada jueves en la plaza del pueblo Libertador General San Martín, con su pañuelo blanco y el cartel sobre sus manos. Ella marcha, sola y la cámara la sigue detrás.

Cada 24 de marzo sale a flote la memoria, el recuerdo y las sensaciones que marcaron a fuego una generación entera, modificando también los modos de pensar la ética y la estética, en este caso del cine argentino. Ahora bien, ¿alcanza solamente con mostrar lo que pasó? ¿Qué tiene el cine para ofrecer en la narración de un período tan espeluznante como la última dictadura militar?.

El cine documental “interpreta la realidad y no es un tipo de mímesis”, define Brian Winston. En ese interpretar, el productor crea y recrea bastas realidades que suponen dar cuenta de los hechos. El ojo crítico busca generar una “propia conciencia”, basada en la experimentación poética influida por las vanguardias de la época, la narración y la retórica desplegada por el documentalista para elaborar un contrato de lectura con el espectador.

Construir el relato

Sol de noche, está conformado por seis capítulos: “Olga y Luis”, “Olga y sus hijos”, “Luis”, “Golpe de Estado”, “Democracia” y “Olga sola”, cada uno narra la trama en determinados momentos de la vida en pareja, en el ámbito profesional de Luis Arédez, la relación con los vecinos y el posterior desenlace.

El relato de su mujer y el testimonio de sus hijos, refuerzan al unísono la voz y experiencia del propio médico que, comienzó adentrándose en el trabajo de los zafreros de Jujuy, describiendo, por ejemplo, el olor insoportable de la caña de azúcar de la ciudad; para terminar relatando la desaparición de Luis y la lucha, muchas veces solitaria, de Olga.

Además, los testimonios de amigos, enfermera, cura, entre otros, reconstruyen una historia invisibilizada. Las fotos familiares, las imágenes de archivo recuperan momentos puntuales tales como el comunicado del dictador Jorge Rafael Videla, el 24 de marzo de 1976, o la asunción presidencial de Raúl Alfonsín, en 1983.

Recorrer el pasado y el presente, en escenas que se completan y se van resignificando a lo largo de la película: las que ilustran los preparativos de la marcha que lidera Olga, cada aniversario del “Apagón”, y las vistas panorámicas del Ledesma, con sus incansables chimeneas de humo.

La cámara toma, en los rostros de los trabajadores, la barbarie del genocidio. El cielo desmesurado, desolado, infinito que recubre a la fábrica. La carga de sentido y emoción en un trabajo que hace un barrido histórico desde lo general a lo particular, no escatimando en los detalles, sino más bien reforzando el compromiso de denuncia y visibilidad de una de las tantas historias que se apropió la última dictadura militar.

Al decir de Miguel Grinberg, el éxito de un film, radica “cuando toca la vida misma -pasada, presente o futura- y cuando produce una descarga en la conciencia humana”. La memoria en SOL DE NOCHE, es el hincapié inicial para dejar una huella en el reclamo, la denuncia y todos esos hechos que marcaron a sangre la historia argentina. “Todo cine que perturbe al receptor, es de lucha”, refiere el autor.

Apagar la luz para secuestrar, torturar, desaparecer. El plano se funde a negro y el sonido no deja ver más allá. La imaginación rearma el rompecabezas silencioso, tortuoso de la tragedia.

Eduardo Aliverti explica en una entrevista en Página 12, del año 2002: “En líneas generales es una historia muy fuerte en dos planos: en la soledad de Olga y en la relación poder económico-dictadura, una alianza tan clara. Un pueblo apagado a partir de una sociedad de los militares y el terratentismo azucarero”.

Es este sentido, resulta necesario entender el cine documental, como aquel que hace uso de documentos audiovisuales para reconfigurarlos de acuerdo a parámetros estéticos cinematográficos que superen el grado de registro de la realidad. Esto es, en un comienzo imágenes, y luego también sonidos, que no solamente funcionan como un registro de lo real sino que también lo ordenan, modifican temporal y espacialmente, fragmentan y modifican los sucesos; en definitiva, elaboran discursos.

Los realizadores, aquí permiten conocer la historia más de cerca, desde el centro, donde todo se gestó. Al decir de Olga, la de ella es una de las tantas historias que hubo en Ledesma. Pero hay más, en cada rincón, en cada lugar, siempre aparece la secuela del genocidio de estado.

El sentido por la vida sigue lantente, como la imagen detenida en esos pies que marchan, en silencio, sobre el piso, dando vueltas en círculos la plaza, como todos los jueves, en memoria de su esposo, en ese amor trascendental, en reclamo de Verdad y Justicia.

 

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