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«La dictadura rompió la vida de la gente», afirmó hija de militantes desaparecidos

Por Gabriela Calotti

Laura Inés Futulis tenía 22 años y Miguel Eduardo Rodríguez, 27. Vivían en Merlo y eran militantes de base de la organización Montoneros. El 6 de junio de 1977 fueron secuestrados en su casa. «Llegaron, rompieron toda la casa. Se robaron un dinero que tenía mi papá de un trabajo que había hecho. Mi papá era albañil», declaró Soledad el martes al Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, en el marco de la audiencia número 63 del juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, con asiento en Avellaneda.

Su bisabuela le contó que esa noche los encerraron en un baño. «Y el que nos encerró le dijo ‘quédese acá, señora, porque estos están todos locos’».

Por Liliana Zambano, una sobreviviente con la que se vio hace más de quince años, supo que sus padres estuvieron en el Pozo de Banfield, luego de su cautiverio en la Brigada de San Justo. «Ella me contó que estuvo detenida con ellos», sostuvo, interrogada por el fiscal Juan Martín Nogueira.

El secuestro y desaparición de sus padres dio paso a una verdadera pesadilla, de la que pudo librarse, en parte, recién a los veinticuatro años. Por ese motivo fue tajante al afirmar que «la dictadura rompió absolutamente todo. Rompieron los lazos familiares. Rompieron la vida de la gente. Rompió todo, todo, todo, y mi propia vida».

Criada por su abuela materna y su pareja, a la que identificó como Osvaldo Bernato, que no era su abuelo, Soledad aseguró que tuvo «una infancia muy difícil». «Mi abuela y su marido eran dos trastornados. Me crié prácticamente sola conmigo misma. Custodiada por dos psicópatas», aseguró, antes de expresar al tribunal que «tengo grandes sospechas de que el marido de mi abuela tuvo parte en la represión, por actitudes», que ella observó durante su vida.

Le prohibían hablar de sus progenitores so pena de pegarle, y por eso «me costó muchísimo acercarme a la historia de mis padres verdaderos», confió. Aquello llegó al punto de que su abuela materna le hizo juicio a la familia de su papá para obtener la tenencia de la nena. Pero cuando ella tenía seis o siete años y empezó el régimen de visitas, su abuela y su pareja le hablaron tan mal de la familia paterna que desistió de verlos. «La familia de mi papá nunca más vino», aseguró. Se vieron muchos años después, «pero el vínculo no resultó». Los años siguientes fueron peleas, gritos, golpes, maltrato psicológico, descalificativos y hasta persecución.

La testigo declaró abiertamente ante el tribunal que tiene «muchas sospechas sobre esa persona», en referencia a la pareja de su abuela materna. «¿Qué hacía ese hombre siempre cercano a familiares de desaparecidos?», se preguntó, antes de indicar que ese hombre empezó a estar con su abuela tiempo antes de que sus padres fueran secuestrados.

Nogueira solicitó al tribunal que envíe a la fiscalía una copia de este testimonio para investigar algunos aspectos de la declaración. Muy seguramente vinculados al individuo señalado por la testigo.

Soledad se declaró «orgullosa» de sus padres y de su militancia, pero consideró que «estos se va a trasladar por generaciones», y contó que hace unos días su hijo le decía «que extrañaba a sus abuelos que están en el cielo y que nunca los va a conocer».

Antes de concluir su testimonio, Soledad reclamó al tribunal que los acusados en general por delitos de lesa humanidad sean también juzgados por la muerte de hijas o hijos de desaparecidos, como Virginia Ogando o Eugenio Talbot, ocurrida días atrás.

«Espero que hagan justicia. Lo mínimo que esta gente se merece es cárcel perpetua común y efectiva, y también me parece necesario nombrar a hijos que se han suicidado […] Creo que ellos también deberían ser juzgados por esas muertes, porque esos chicos no se pudieron recuperar […] Nadie se merece vivir una vida tortuosa por culpa de peones asesinos del poder económico, porque son eso, nada más que eso», sostuvo, antes de insistir «¡Qué se haga justicia y que nunca más se vuelva a repetir. Nunca más!».

Alfredo Emilio Patiño, delegado de SIAT desaparecido

Alfredo Patiño, «el flaco Tito», era delegado obrero en la fábrica metalúrgica SIAT y concurría a una unidad básica en Valentín Alsina. «Ahí se juntaban muchos compañeros de la fábrica», contó el martes su esposa, Marta Susana Ríos de Patiño.

A principios de 1976 la situación política estaba ya complicada. Los compañeros le aconsejaron a Patiño que no fuera más a la fábrica. Así hizo. Dos meses más tarde consiguió trabajo en Molinos Río de la Plata.

El 24 de octubre de 1976, a las cinco y pico de la tarde, la esposa de un compañero llegó a su casa en Adrogué para avisarle que a su marido lo habían secuestrado. Esa mujer, que era la esposa del «Colo» Videla, le aconsejó que se fuera de la casa. Ella se fue entonces con sus dos pequeños a la casa de sus padres y le dejó una notita a su marido, que en general volvía de la fábrica a las once de la noche.

«Llegó a mi casa. Leyó eso y se fue para la casa de mis padres». Al otro día quiso ir a ver qué había pasado. A llegar al barrio, «mi marido se asoma desde la esquina y ve un camión del Ejército de culata hacia el garaje de mi casa, llevándose todo», contó Marta.

Los vecinos le comentaron que a la una de la madrugada de ese día «más de sesenta militares que vinieron del [batallón] 601 rodearon la cuadra. Cerraron las cuatro esquinas y allanaron mi casa».

A partir de ese momento su marido se fue a la casa de un compañero. Cada tanto la llamaba por teléfono a la casa de algún vecino o se veían en las casas de los abuelos paternos. «El 11 de agosto de 1977 me llama a la casa de mi vecina […] me llamó la atención de que cuando estaba terminando de hablar por teléfono me dijo apurado ‘bueno, después te llamo, chau, chau […] y nunca más supe de él», recordó. Después de mucho tiempo supo por un chico hijo de desaparecidos que había visto cómo «levantaban a un hombre de Lanús». «Es muy probable que haya sido ahí cuando estuvo hablando conmigo».

Según un sobreviviente, Rubén Shell, Alfredo Patiño estuvo secuestrado en el Pozo de Quilmes entre agosto y diciembre de 1977.

La testigo mencionó a varios compañeros de su marido: Carlos Robles, Roberto Tedoldi, Américo Agüero. «Eran compañeros de SIAT y éramos compañeros de la vida. A veces nos reuníamos entre familias», recordó.

Tras el secuestro de su marido, «nosotros quedamos todos mal, principalmente mi hijo, quien más sufrió la ausencia de su papá», aseguró, antes de afirmar que su hijo «no justificaba que el padre nos haya abandonado por su militancia y que él se haya criado sin su padre», concluyó con angustia en la voz.

Araceli Gutiérrez no pudo declarar por motivos de salud. Su testimonio será reprogramado para las próximas audiencias.

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, conocida como El Infierno, es resultado de tres causas unificadas en la causa 737/2013.

Este debate oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia. Por esos tres centros clandestinos pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El tribunal está integrado por los jueces Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.

Las audiencias pueden seguirse por las plataformas de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información sobre este juicio puede consultarse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia se realizará el martes 3 de mayo a las 8:30 hs de manera semipresencial en el Tribunal Federal de La Plata.



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