Toda elección de autoridades políticas del Estado tienen por naturaleza la incógnita acerca de sus resultados. Sin embargo, por la simple observación de datos políticos de la realidad, y entre ellos en las últimas décadas los estudios de opinión pública, gran parte de esos resultados pueden preverse a grandes rasgos. Existe información que anticipa con cierta probabilidad –a veces muy alta, otras veces menor– quiénes serán ganadores/perdedores de una contienda electoral.
Pero la elección del 22 de octubre en la provincia de Buenos Aires concentra una tensión política y un valor simbólico para las disputas de poder actuales y futuras que de cierta forma la convierten en “dramática”. Entre los “datos políticos de la realidad” hay uno que marca particularmente ese eventual dramatismo: en la elección primaria del pasado 13 de agosto, la boleta de Unidad Ciudadana encabezada por Cristina Kirchner como candidata a senadora nacional ganó por apenas el 0,21% (ese es el resultado final oficial que se obtuvo mediante el escrutinio definitivo, y que fue aceptado por todas las fuerzas que compitieron. Este comentario pasará por encima el fraude informativo y la estafa electoral que perpetraron el macrividalismo y sus cadenas mediáticas aliadas para engañar a la población y hacerle creer que habían ganado ellos).
En concreto: una observación elemental acerca de cómo puede terminar la votación que tendrá lugar dentro de tres semanas indica que en provincia de Buenos Aires será extremadamente reñida, y que el triunfo puede ser favorable a la expresidenta de la nación o a la coalición de derecha gobernante.
En cualquiera de los dos casos, la disputa continuará. Ni el macrividalismo estará definitivamente derrotado si pierde la elección bonaerense, ni el kirchnerismo habrá quedado en el pasado como una etapa política cerrada y concluida. Esto último es lo que desean los poderes de facto locales e internacionales, y también sus adversarios políticos, incluidas las distintas variantes del peronismo antikirchnerista en el ancho espectro ideológico del justicialismo.
En ese sentido, si bien el resultado de esta elección legislativa particularmente en provincia de Buenos Aires quizás pueda ser considerado como “dramático”, también es posible “desdramatizarlo” para pensar seriamente las complejidades de las disputas de poder, su carácter permanente e interminable, sus contradicciones y paradojas, su contexto histórico actual y –para quienes así lo desean– las perspectivas de las luchas populares en el futuro inmediato y en todo el porvenir.
Dos escenarios distintos
El referido dramatismo, o la posibilidad de atenuarlo y en cambio elaborar productivamente los términos de la reflexión y la acción política, no aluden solo al resultado de la votación. Dicho resultado será un factor determinante, pero después de eso quedará algo más perdurable, que será una nueva distribución de espacios de poder no solo en las Cámaras legislativas nacionales. Reflejará el nivel de consenso que tienen en la sociedad los líderes y fuerzas políticas que participan de las elecciones, y las corporaciones y poderes ocultos que actúan en la clandestinidad.
O sea que no solo lo reñido de la votación en provincia de Buenos Aires tiene esa característica doble y contradictoria –dramatismo que puede ser desdramatizado–, sino todo el escenario de disputas que a partir de allí quedará planteado.
Por un lado, si Cristina gana significará que una mayoría electoral le puso límites al oficialismo nacional y provincial, y que el bloque de poder dominante habrá encontrado su primer escollo importante en el plan de restauración oligárquica que aplica desde que llegó por los votos a conducir el Estado desde fines de 2015.
Si, en la alternativa contraria, gana el macrividalismo, los poderes de facto locales –las corporaciones económicas, mediáticas, judiciales, del espionaje, etcétera– y los centros de poder mundial que los respaldan tendrán la legitimación de una parte considerable de la población para continuar defendiendo sus intereses en contra del bienestar popular, el patrimonio de la nación, las reglas democráticas y el Estado de derecho.
Esos dos escenarios serían los “dramáticos”, y serán las percepciones prevalecientes en la noche del domingo de elecciones, las cuales determinarán las acciones y hechos que producirán los distintos actores políticos y corporativos en los días y semanas siguientes, y en los primeros meses de la segunda mitad del mandato de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Al mismo tiempo, uno y otro caso presentan la paradoja de poder ser “desdramatizados” y analizados con detenimiento en cuanto a sus implicancias a mediano y largo plazo.
Un triunfo de Cristina Kirchner desataría la ilusión de que el pueblo le dijo al gobierno que “hasta aquí llegó”. Eso será verdad si tal desenlace electoral se produjera. Pero al mismo tiempo debe preverse que el aparato de poder del bloque dominante, que es mucho más que el gobierno, deberá recalcular sus movimientos pero sin embargo continuará con su plan para reorganizar el modelo de sociedad en función de sus intereses, y para ello redoblará sus ataques contra la líder del kirchnerismo, que es la única figura pública que representa un obstáculo importante para su estrategia.
En la posibilidad contraria, un segundo lugar para Cristina en el resultado de la votación, sería la primera derrota electoral de su vida, y constituiría un golpe muy grande a los intentos por constituir un espacio de poder popular que frene la actual ofensiva devastadora. La militancia kirchnerista y la ciudadanía con ella identificada vivirían esa situación con una legitima depresión emocional, con frustración e impotencia políticas, y con una desazón inmensa respecto de “en qué país estamos viviendo”.
Perder o ganar
Todos los sentimientos y estados de ánimo son nobles respuestas humanas ante situaciones adversas de la vida, pero a la vez la reflexión, el debate, la observación y el análisis de las condiciones en que se producen los hechos colectivos, son necesarios para la acción política. El “resultadismo” es una trampa. Perder o ganar es propio no solo de las disputas electorales, sino de toda acción que se emprenda en la vida, y de manera particular las que están relacionadas con los asuntos públicos, es decir, con la política.
Por lo tanto, si bien una derrota de Unidad Ciudadana está dentro de las hipótesis probables en la elección del domingo 22, ese eventual resultado sería reflejo de una disputa que se produce en condiciones de extrema adversidad, donde la tarea política e institucional de Cristina Kirchner como senadora de la nación a partir del 10 de diciembre próximo marcará un avance de la resistencia popular y de la construcción de una alternativa política que represente los intereses de la mayoría de la sociedad.
Si perdiera la elección, la expresidenta sería víctima no solo del escarnio político del gobierno, de las cadenas mediáticas, del sistema judicial que amenaza con meterla presa y de toda la constelación de poderes de facto, sino que los buitres del peronismo antikirchnerista se abalanzarían políticamente sobre ella para aplastarla y ocupar su lugar.
Y, lo peor de todo, la derecha se sentiría envalentonada para continuar y agravar la actual masacre contra los puestos de trabajo, el poder adquisitivo de los salarios, los derechos de trabajadores/as activos/as y jubilados/as, la producción nacional, el patrimonio público de la nación y las garantías constitucionales y democráticas. Argentina seguiría retrocediendo hacia modelo de país con mayor injusticia social y menos libertades públicas.
Al mismo tiempo, la sociedad civil continuará movilizándose como lo hizo durante este año y diez meses desde que asumieron Macri y Vidal, las fuerzas políticas y sociales que defienden los intereses populares seguirán enfrentando al bloque de poder dominante y sus políticas de devastación, y Cristina Kirchner será, como desde hace una década –cuando ganó por primera vez la elección presidencial, con Néstor Kirchner como líder de su espacio político–, una figura fundamental de la política argentina y latinoamericana.
Esta vez desde el Senado de la nación, será la referente ineludible de grandes sectores de la población que se niegan a perder el bienestar conseguido y las libertades esenciales. Esos sectores pueden o no conformar una mayoría electoral. Pero seguirán existiendo, son activos, y tienen a una líder que mamó la lucha política desde joven y no irá al Congreso a ocupar su banca como una burócrata acomodaticia, inocua e intrascendente, sino como una líder popular consciente de su rol histórico.
Aunque ella quizás nunca haya expresado públicamente la frase atribuida a Ernesto “Che” Guevara, y que también levantaron las Madres de Plaza de Mayo entre muchos/as otros/as figuras históricas, su conducta pública permite asegurar que mantendrá el espíritu que esas palabras contienen: “La única lucha que se pierde es la que se abandona”.