Por Carlos Barragán
“Llegó el turno de los artistas K…”, así empieza la nota cuyo título es “Tiemblan los actores K: 70 citados a indagatoria por subsidios al cine”. No importa en qué portal o portales de noticias apareció de esta manera la noticia. Ni importa quién fue el fascista que la redactó. Lo que sí hay que reconocer es la gran capacidad que tuvo el fascista de comprender de qué se trata esto: llegó el turno de los artistas K. Porque la amenaza explícita es que le llegue el turno a todos los K, a cualquiera que tenga o haya tenido alguna identificación con los gobiernos kirchneristas. A cada uno de ellos les llegará el turno de ser “indagado” como promete el lenguaje penal. Porque aquí hubo un crimen, el kirchnerismo, y todos los que hayan estado cerca de él serán registrados, examinados, escrutados y expuestos a la luz pública para ver si son culpables. Aunque esto es el fuero mediático (el término no es mío sino de Cristina) y para el fuero mediático ya son culpables y por eso son condenados. Tiemblan los actores, y tiemblan todos los K. ¿Por qué tiemblan? ¿Acaso no están tranquilos de saberse inocentes? ¿Tiemblan porque conocen sus crímenes? Los K tiemblan porque llegó el momento de la justicia y saben que deberán pagar por sus delitos.
La escena es medieval. La lógica es: nadie inocente será acusado ni sospechado. El fuero mediático es la inquisición que sirve a la derecha más feroz, sus espadas más agresivas y laboriosas extrañamente son mujeres: Stolbizer, Carrió, Ocaña. Inquisidoras que cuentan con la ventaja de haber sabido borronearse sus precisas marcas ideológicas y partidarias para contar con ese halo de falsa neutralidad tan necesario para ejecutar acciones punitivas. Y ellas son las encargadas de presentar sus persecuciones en el fuero mediático y después llevar los oficios al fuero penal para que apoye con sus acciones al fuero principal. Porque así llegarán los culpables a las tapas de los diarios. De estas inquisidoras surgió hace tiempo el proyecto de “la Conadep de la Corrupción”. Una animalada miserable que compara la investigación de un genocidio brutal con sus propios intereses de políticos sucios, que, a falta de votos democráticos, requieren de la criminalización de sus adversarios. No quiero significar con esto que no haya más actores detrás de la inquisición de la derecha (hoy están todos empeñados en la tarea); apenas señalo quiénes han sido desde tiempos anteriores sus más célebres verdugos.
La inquisición es formidable. No llega solamente a los funcionarios y políticos, y se extiende a artistas, pasa por intelectuales y periodistas, sino que alcanza literalmente a cualquiera. Me contaron varias veces (a mí no me pasa porque soy un corrupto K reconocido) que ante cualquier defensa del kirchnerismo, en un ámbito tan poco académico como una verdulería, al defensor K se le responde con un “¿y a usted quién le paga?”. Un gran triunfo de la inquisición.
La verdad, no sé hasta dónde ni qué consecuencias puede tener esta inquisición. La derecha ya la probó otras veces en nuestra historia, y con métodos más expeditivos como puede ser la muerte del culpable. Y no tuvo los resultados esperados. Pero el sector popular, los perseguidos, nosotros, parecemos aceptar que esto debe soportarse cíclicamente. Como si fuese parte del orden natural de las cosas. Como si existese una ley que dijera que siempre, después de un Gobierno que toma medidas a favor de los sectores populares, después de un Gobierno que le quita al capital concentrado un cachito para repartirlo entre los que durante años, a expensas de ser más pobres, hicieron más ricos a los ricos, debemos pagar soportando persecuciones y castigos. Persecuciones y castigos que nunca llegan para los Gobiernos que saquean al país, empobrecen al pueblo, endeudan a generaciones, hambrean a la población, y persiguen y silencian a quienes se atreven a oponerse.
Quizá haya que plantearse romper con ese ciclo violento, injusto y abusivo. Porque, si las políticas que defendemos buscan una sociedad más justa y razonable, será lo más justo y razonable que la inquisición esta vez no vuelva a quedar impune. Por supuesto que no tengo la menor idea de cómo se logra ese objetivo. Pero lo primero es que abandonemos la resignación y la aceptación de esta práctica fascista como si fuera un imperativo de nuestra historia. Como si la injusticia de la inquisición argentina fuese parte de una lógica indestructible. Como si hubiese un monstruo egoísta y brutal al que sabemos que cuando lo molestamos después deberemos hacernos cargo de su enojo. Bueno, no es así. Si el monstruo egoísta se enoja, que se la aguante.