Por Andrés Asato*
“Pero cómo ¿acaso nosotros no somos japoneses? ¿Nada pueden hacer ustedes por nuestros hijos?”. Eso les decían los padres de origen japonés a los funcionarios de la Embajada y el Consulado, para obtener una mínima información sobre el paradero de sus hijos desaparecidos. No fue sencillo. No querían hablar. Nadie se animaba a decir las cosas y fue difícil también hacerles entender a los isei mayores -japoneses de la primera generación- de la colectividad japonesa que 15 de esos hijos, nacidos en esta otra tierra -los nisei, hijos de segunda generación-, y uno de ellos nacido en Japón formaban parte de la lista de 30 mil desaparecidos que había en la Argentina.
De aquellos meses de 1976 recuerdo tres momentos: el helicóptero despegando del techo de la Casa Rosada, con la ex presidenta María Estela Martínez de Perón a bordo; al Loco Hugo Orlando Gatti en el arco de la selección argentina, con su gorrito de lana y atajando todos los ataques del equipo ruso en la nieve de Kiev; y la inolvidable pelea de Víctor Emilio Galíndez, en Sudáfrica, defendiendo el título del mundo, con su ceja partida, frente al norteamericano Richie Kates.
Tenía 14 años, entonces. Los suficientes, quizá, como para darme cuenta de la crisis política del país, pero escasos para entender que algo de nuestras vidas podía llegar a cambiar por la gracia de una pelota de fútbol, o la defensa heroica, y a los puños, de un campeón del mundo. Pero siempre hay un antes y un después en nuestras vidas y supe, en mis primeros años de profesión, que había un periodista descendiente de japoneses desaparecido, Juan Carlos Higa.
Quise saber, pregunté, abrí heridas que aún no habían cicatrizado y encontré 16 casos más de nuestra colectividad.
Ellos son Juan Alberto Asato (operario de la empresa Ducilo); Ricardo Dakuyaku (estudiante); Julio Eduardo Gushiken (empleado); Carlos Horacio Gushiken (operario en Rigoleau); Amelia Ana Higa (estudiante de Arquitectura); Juan Carlos Higa (periodista); Katsuya Higa (sociólogo); Carlos Ishikawa (estudiante de Medicina y Ciencias de la Comunicación); Luis Esteban Matsuyama (maestro mayor de obras); Jorge Nakamura (estudiante del Nacional Buenos Aires); Jorge Oshiro (estudiante); Oscar Oshiro (abogado); Juan Takara (empleado en la DGI); Juan Alberto Cardoso Higa; Carlos Nakandakare y Emilio Yoshimiya (empleado). A ellos hay que agregarles el nombre de Norma Inés Matsuyama (estudiante del Nacional de Buenos Aires), muerta en un enfrentamiento.
¿Qué quieren? ¿Qué buscan? ¿Qué persiguen los familiares de los desparecidos japoneses? Verdad y Justicia. Porque como dijo alguna vez el escritor y premio Nobel de Literatura José Saramago, «para conocer las cosas, la política, el amor, hay que dar la vuelta completa. Si uno las mira sólo de frente no sabe lo que son, sólo lo que está viendo. Uno no inventa nada, lo que hace es poner a la vista lo que está oculto. Es como levantar piedras para ver que hay debajo». Y a lo mejor, de eso se trate la vida y la necesidad de ir recomponiendo cada una de estas historias.
*Periodista