Por Samuel Gallego*
Nueve días después de la victoria del NO en el plebiscito que buscaba refrendar el acuerdo final de paz, los acontecimientos ocurridos desde la noche del pasado 2 de octubre han revivido la posibilidad de empezar a construir una paz estable y duradera, a partir de lo pactado en la mesa de conversaciones de La Habana, tal como debió haber sucedido a partir del 3 de octubre.
Sin duda alguna, la escasa mayoría con la que ganó el NO en las urnas fue un baldazo de agua fría para el 49,78% de colombianos que votaron decididamente por el SÍ al plebiscito, con el propósito de iniciar la construcción de esa paz que tanto anhela el pueblo colombiano en su conjunto. Las primeras interpretaciones y los análisis de ese resultado presagiaban lo peor, pensando que la guerra se iba a reactivar, amenazando con arrojar al abismo todo el trabajo que durante cuatro años –e incluso desde antes– se hizo para llegar a este punto.
Y es que, si se revisa lo que ha pasado en Colombia en el transcurso de estos nueve días, se encuentra una montaña rusa emocional y mediática que ha tenido una serie de altibajos en los que los colombianos han pasado, en un abrir y cerrar de ojos, de un desalentador pesimismo a una renovada esperanza que ha devuelto la ilusión y las ganas de trabajar para empezar a construir la paz estable y duradera, salvando del abismo el acuerdo final de paz.
Las cumbres realizadas en el Palacio de Nariño entre el presidente Santos y los representantes de las principales fuerzas políticas del país, incluyendo al Centro Democrático de Álvaro Uribe y otros representantes de la derecha y la ultraderecha colombina, como son el ex presidente Andrés Pastrana y el destituido ex procurador Alejandro Ordóñez, sumado a los encuentros con algunos de los comités promotores del NO y el SÍ, y los representantes de los sectores radicales de las Iglesias cristianas y evangélicas de Colombia, fueron algunos de los hechos ocurridos en los últimos días, cuyo propósito fue aclarar el panorama para encontrar una ruta que permita llegar a un consenso nacional que permita avanzar hacia la implementación del acuerdo final y la construcción de la paz.
A lo anterior se suma el ultimátum y la posterior rectificación de la continuidad del Cese al fuego y hostilidades bilateral y definitivo, que está vigente desde el pasado 29 de agosto. Primero por el anuncio de Santos de que este sería sólo hasta el 31 de octubre, segundo por la aclaración del ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, de que se podría prorrogar más allá de la fecha dada por el Presidente, y tercero por la declaración conjunta de las delegaciones del Gobierno y las FARC, quienes desde La Habana anunciaron que mantendrían el cese al fuego y solicitarían a las Naciones Unidas mantener su acompañamiento en el monitoreo y la verificación, para evitar que se reinicien las acciones armadas entre las partes, como consecuencia de la incertidumbre por la imposibilidad de implementar lo firmado en Cartagena el 26 de septiembre.
En esa rara mezcla de anuncios y emociones, el anuncio del Premio Nobel de la Paz para el presidente Santos y la confesión hecha por el uribista Juan Carlos Vélez, quien reveló el fraude y el engaño que utilizó el uribismo para inducir a los electores a votar por el NO en el plebiscito, fueron otros de los hechos que por estos días se han robado la atención de los principales medios de comunicación de Colombia y el mundo. Sin embargo, nada de lo mencionado hasta ahora ha sido la verdadera razón por la que hoy en Colombia ha revivido la esperanza de lograr la paz.
La verdadera razón por la que revivió la esperanza en Colombia
Indiscutiblemente, el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz es un reconocimiento que se ha dado no sólo al presidente Santos, sino a todo el pueblo colombiano, que más allá de eso es algo que legitima el valor, la importancia, lo acertado y lo pertinente del acuerdo final de paz, aun cuando el plebiscito para su refrendación fue derrotado en las urnas a base de mentiras y engaños. El Nobel no es otra cosa que la revalidación del respaldo incondicional que la comunidad internacional ha dado a Colombia en la búsqueda de la paz y un llamado para que, a pesar de los resultados del 2 de octubre, se siga trabajando para consolidar el fin de la guerra entre el Gobierno y las FARC, de modo que se pueda empezar a construir la paz pero no a través de un pacto de escritorio complaciente a los caprichos de las élites de la ultraderecha, sino con los aportes de las personas que habitan en cada uno de los rincones de Colombia.
Aunque la noticia del Nobel se robó la atención y el despliegue mediático de la mayoría de los medios de comunicación nacionales e internacionales, lo que no se ha dicho es que la verdadera razón por la cual ahora más que nunca hay una esperanza real de paz en Colombia han sido las multitudinarias movilizaciones ciudadanas que desde el pasado 5 de octubre se han realizado en las principales ciudades del país, las cuales tienen el único propósito de perseverar en la consolidación de lo pactado en La Habana, con un claro mensaje en el que se indica que la paz no la construirán quienes con sus acciones han prolongado el conflicto armado, sino los colombianos de base que han visto cómo la guerra ha acabado con la vida de miles y miles de personas.
Bogotá, Soacha, Medellín, Cali, Manizales, Pasto y otras ciudades han sido el epicentro de apoteósicas concentraciones de ciudadanos, marchas y otras manifestaciones de respaldo al acuerdo de La Habana, la búsqueda de la paz y el fin de la violencia en Colombia.
El impacto de estas acciones colectivas ha sido tal, que tanto las FARC como el Gobierno nacional y sus delegaciones han reiterado su compromiso de no dejar de trabajar hasta que el acuerdo que ya existe sea ajustado (hasta donde sea posible), para decirle a Colombia que los esfuerzos hechos hasta ahora no se perderán y que finalmente la guerra terminará para siempre.
Coincidentemente, el comunicado emitido desde La Habana ratificando la continuidad del cese al fuego se dio justo mientras la gente en Colombia salía a las calles, tal como ha sucedido con otros anuncios igual de importantes a este que se han hecho en medio de la movilización y el clamor ciudadano, como son la posibilidad de convocar un nuevo plebiscito que someta otra vez a la deliberación de los colombianos el acuerdo final de paz, y la propuesta de que en la costa caribe se repita la votación, debido a que esta región se vio afectada por el paso del huracán Matthew.
Lo que está pasando en este momento específico es un fenómeno que pocas veces se da en Colombia: la ciudadanía está empezando a entender que la paz no llegará si sólo espera a que los actores del conflicto ajusten el acuerdo final, pues es algo que debe involucrar a toda la ciudadanía de manera activa. Ya lo decía el ex presidente de la Corte Constitucional de Colombia, Eduardo Cifuentes, quien aseguró que una de las alternativas que quedaban para salvar el proceso de paz y el acuerdo final era la activación de los Cabildos Abiertos contemplados en la Constitución Política Nacional, con miras a que en discusiones abiertas y ampliamente participativas los ciudadanos decidan cuáles deben ser esos puntos a ajustar a partir de sus mismas propuestas y no de los caprichos de la ultraderecha (como pretende Álvaro Uribe, buscando su beneficio particular), con el fin de llegar al esperado consenso nacional que resuelva de una vez por todas la incertidumbre y permita iniciar la construcción de la paz estable y duradera.
Esta vez los colombianos no se están uniendo por los triunfos deportivos, lo están haciendo por una causa nacional de la que depende el futuro del país. Esta vez no son sólo los estudiantes y la juventud activa quienes protagonizan la movilización ciudadana, es la ciudadanía en pleno que anhela un país en paz. Esta vez la esperanza es que esta luz que se ha encendido dure mucho más que unas pocas semanas o unos cuantos meses. Esta vez la unión y la solidaridad de todo un país debe ser indefinida e infinita, para lograr construir no sólo la paz, sino también esa nueva nación que sea resultado de la reconciliación y la unión de todos y cada uno de los colombianos.
Hoy los ojos del mundo están puestos en Colombia, el país ha adquirido un importante rol protagónico a nivel internacional, que constituye una de las más grandes oportunidades que tiene para alcanzar un anhelo histórico de paz que en otras ocasiones y procesos de negociación se ha visto frustrado por las ambiciones y los errores de quienes han interpuesto sus intereses personales ante el interés y los deseos de más de 47 millones de colombianos. Sería un error irreparable que el despertar que están empezando a tener los ciudadanos se quede solamente en un estímulo temporal producto de la coyuntura y no sea más que un fugaz florecimiento de primavera.
Los colombianos deben entender que en sus manos está la responsabilidad de construir el nuevo país que sueñan, con una paz estable y duradera, libre de corrupción y con oportunidades para cada uno de los seres humanos que habitan este territorio. La paz va mucho más allá de lo que suceda entre el Gobierno y las FARC, y así lo deben hacer entender a las élites que aún creen que tienen en sus manos el futuro y la paz de Colombia.
La movilización debe seguir y la ciudadanía debe empoderarse todavía más. El futuro de Colombia sigue en juego y lo que pase a partir de ahora será responsabilidad de la decisión que tomen quienes hoy están en las calles: si seguir y persistir, o conformarse, volver a su zona de confort y dejar que los mismos de siempre hagan el país que sólo les beneficia a ellos.
*Comunicador Social, periodista de Colombia.
Twitter: @GallegoSamuel