Por Leandro Quiroga y Ramiro Coronel Román
La noche del 2 de abril quedó para siempre en la memoria de los vecinos de la ciudad de La Plata. Aquello que parecía casi un cuento fantástico se fue haciendo carne en todos los que sentíamos que ya nada volvería a ser lo mismo. Para muchos, los recuerdos, los sueños, los deseos quedaron bajo el agua oscura. Un agua negra que no sólo inundó, sino que arrastró, que lastimó, que mató.
Por esos días, una ciudad, un pueblo, que fue pasando de las angustia a la solidaridad, de la desesperación al encuentro con los otros, de un llanto en soledad a la reconstrucción colectiva. Del dolor inconmensurable de la muerte de un ser querido, de un afecto, al abrazo infinito de un pueblo. De aquella desgarradora experiencia aparecieron las flores. Esas flores que Néstor sembró. Esos jóvenes que desde los lugares más remotos empezaron a llegar a la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Primero para paliar la angustia insoportable que brotaba en los barrios, en las calles, en las casas. Para después, casi como un acto reflejo, convertirse en una solidaridad que unió y organizó la recuperación de la ciudad de La Plata.
Cristina Fernández, la Presidenta de la Nación, en nombre de un Estado militante, fue a buscar a sus vecinos, los de Tolosa, los de su juventud. Caminó, los abrazó y los escuchó. Y entonces nos reconfirmo que “la Patria es el Otro”. Que lo más importante es la gente, el pueblo. La solidaridad se hizo carne en los jóvenes. El pueblo creyó en ellos, se entregó, confió. Jóvenes militantes, voluntarios, los vecinos. El ejército represor, asesino, resignificado en solidario. Y en, por qué no, ejército militante lanzado en la recuperación de un rol patriótico.
La Universidad Nacional de La Plata como parte del Estado Nacional, en una definición práctica de qué significa una universidad al servicio del pueblo, se constituyó en la sede logística de la solidaridad y la recuperación. Una universidad pública que en nombre de la “autonomía”, transitó muchos momentos de la historia disociada de los proceso populares. Que al calor de este nuevo proceso histórico, se puso y se pone, en discusión los modos de ser y hacer la universidad. Autónomo no puede ser sinónimo de autista y esto se demostró en el modo en que se volcó hace dos años la comunidad universitaria a resolver la emergencia concreta y a pensar y repensar de qué modos, con qué proyectos, y desde múltiples lugares se buscan respuestas estructurales a los vecinos de la ciudad. Esto no es casual, es producto de una convicción que se gesta en el vértice dónde la razón y el corazón se encuentran para dar una respuesta militante. Porque donde hay una necesidad, nace un derecho sentenció Evita.
En un mundo paralelo el relato, el de los medios hegemónicos, el de los dueños de todo. Los de la frivolidad, el plano corto, los de la miseria por la miseria misma. Y la estigmatización perversa, la de la pechera “maldita”, la de la no identidad. Trabajando en la deslegitimación de una militancia que desde el amor y la convicción pone el cuerpo por el otro, por el vulnerable, por el desprotegido, y se entrelaza con él. Una militancia que lucha a cara descubierta, que cree en la identidad colectiva y en la política como eje de la transformación, de la reparación.
Aquí es donde aparece la eterna paradoja de nuestras naciones. Pensando en la Patria Grande y en el rol que cumplen los medios hegemónicos en todo el continente. La mentira, las falsas dicotomías, el teje y maneje que en función de sus intereses económicos construyen una única realidad posible, es lo que permite construir una plataforma de discusión que agota las hipótesis, que estrangula casi hasta la asfixia todo lo que se produce desde otros paradigmas. Todo lo que no se hace a favor de la reproducción del capital. Todo aquello que se elige invisibilizar. Aquello que produce otros sentidos y que se decide, mediante operación mediática, estigmatizar, demonizar e incluso ridiculizar hasta el hartazgo, a fin de producir un único sentido posible: el hegemónico.
Aquel detenerse en discutir la pechera, fue una forma de negarse a ver todo lo otro. Negarse a ver que el sentimiento solidario de muchísimos argentinos estaba más vivo que nunca. Fue abandonar la posibilidad de mirar que las organizaciones militantes, miles de voluntarios, la Cruz Roja, universidades nacionales, los Cascos Blancos, militantes religiosos, la Gendarmería y el Ejército, trabajaron juntos en una de las campañas solidarias más importantes de la historia de nuestro país. Y esto fue posible por una decisión política de la Presidenta de la Nación, que en persona supervisó lo hecho. Y entonces la contradicción fue clara mientras los medios-empresa ponían en duda la libertad de expresión y hablaban de censura, un periodista de la TV Pública (Ex periodista de Clarín), decidió que lo importante para contarle al país era que los militantes usaban pecheras para entregar donaciones. Y ahí estallaron las preguntas. Ahí pareció que explotara todo lo vivido, todo lo trabajado, todo lo sentido por muchos que desde distintos lugares ideológicos pusimos el cuerpo a aquella ardua tarea. Porque desde el posicionamiento hegemónico se hace un cuestionamiento moral a aquello que no tiene más forma que simplemente ser. Miles de militantes, que asumen su identidad como tal y que trabajan en función de qué hacemos con lo que tenemos y cómo construimos un país cada vez mejor. Desde la convicción de ver que el Estado también es militancia. Porque en los días que siguieron al 2 de abril hubo pecheras de todos los colores, porque hubo remeras de rock, de futbol y sí, también de La Cámpora.
Pero desde el discurso dominante, se discutió una simple pechera, tiñiéndola de oscuridad y estigmatizándola para que lo único que se reprodujera en el sentido común sirviera sólo para desvalorizar lo que ocurrió. Y eso no fue algo aislado, fue una operación más de los poderosos de siempre porque como escribió Rodolfo Walsh, “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.