Por Roberto Álvarez Mur
Luego de publicar trabajos como Mingus o muerte o Culo criollo, el poeta, crítico literario y licenciado en Letras de la UBA, Rodolfo Edwards, se sumergió en la agitada historia de encuentros y desencuentros entre la literatura argentina y el peronismo. El resultado fue Con el bombo y la palabra, publicado en 2014. Edwards, quien además coordina talleres de escritura para adultos mayores en el ECUNHI (el Espacio Cultural Nuestro Hijos de Madres de Plaza de Mayo en la ex Esma), dialogó con Contexto sobre el terreno fangoso que representó a nivel histórico el peronismo para las letras, y cómo encontró su trinchera de resistencia en el tango, la gauchesca y los grandes poetas de arrabal.
– En tu libro Con el bombo y la palabra realizás un análisis detallado de la relación entre el fenómeno peronista y el mundo literario nacional. En este sentido, ¿podemos hablar de la existencia de una literatura peronista?
– Ese es un punto bastante polémico, porque hay gente que dice que la literatura argentina no existe. Yo pienso que sí existe desde el momento en que existe la poesía popular. Más allá del peronismo, creo que existe una tradición inaugurada por Bartolomé Hidalgo, o más atrás incluso, Pantaleón Rivarola, quien hizo el cancionero de las invasiones inglesas. Casi el primer cronista de guerra podríamos decir. A eso se suma el desarrollo de la gauchesca, con nuestro Martín Fierro, obviamente. En esa línea, se continúa luego la poesía del tango, el folklore y –por qué no– el rock también. Todo lo que pasa por la poesía popular tiene que ver con el peronismo.
“HAY GENTE QUE DICE QUE LA LITERATURA ARGENTINA NO EXISTE. YO PIENSO QUE SÍ EXISTE DESDE EL MOMENTO EN QUE EXISTE LA POESÍA POPULAR. TODO LO QUE PASA POR LA POESÍA POPULAR TIENE QUE VER CON EL PERONISMO.”
– ¿De dónde proviene la gran discusión de la cultura literaria nacional con el peronismo?
– La literatura argentina tiene problemas con el peronismo. Los escritores en general tienen problemas con él. Lo que llama la atención es la manera en la que muchos escritores en la historia reaccionan frente a las clases populares, las maneras en las que las representan, de un modo tan horrendo. Con sólo ir a Cortázar, en cuentos como Las puertas del cielo, donde ha definido a las mujeres de la clase popular como «negras con olor a talco mojado». Cortázar luego se retracta en una especie de mea culpa, durante un reportaje con Paco Urondo. Los que abrieron el juego –podríamos situarlos desde el siglo XIX– son el Facundo de Sarmiento o El Matadero de Esteban Echeverría, que fueron valoraciones desde el racismo. Yo creo que desde esa época ya viene la literatura haciendo una réplica a la política; en el caso de aquellos primeros textos, réplicas al rosismo. Hoy podríamos llamarlos textos destituyentes (risas). Borges, ya en relación con el peronismo, escribe «La fiesta del monstruo» a modo de panfleto, donde hay una patota que parte de Tolosa –casualmente, donde nació Cristina– hasta Plaza de Mayo para elogiar al monstruo.
– ¿Cuál es la clave para entender la comunión entre las letras y el peronismo?, ¿que características posee?
– Creo que hay una precuela de lo que podríamos definir como poesía peronista que es “Arrabal salvaje”, de Celedonio Flores, un poema publicado en 1929, donde lo que se hace es cantar al arrabal, y además jugando de local. Narra el arrabal con sus grandezas, sus miserias, sus injusticias. En mi libro, de manera algo irónica, defino que es el primer poema peronista. La poesía popular siempre mira alrededor; no parte del Yo poético, sino del Nosotros poético. Rompe con ese egoísmo de mirarse el ombligo, que está en todas las grandes avenidas de poesía argentina, con sus poemas especulativos, poemas que analizan lo que es un poema, muy egocéntrico. En cambio, el poeta popular mira alrededor. Basta con recorrer el cancionero del tango, Cátulo Castillo, Enrique Santos Discépolo, quienes hablan de paisajes sociales, paisajes humanos.
“LA POESÍA POPULAR SIEMPRE MIRA ALREDEDOR; NO PARTE DEL YO POÉTICO, SINO DEL NOSOTROS POÉTICO. ROMPE CON ESE EGOÍSMO DE MIRARSE EL OMBLIGO. EN CAMBIO, EL POETA POPULAR MIRA ALREDEDOR. BASTA CON RECORRER EL CANCIONERO DEL TANGO, CÁTULO CASTILLO, ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO, QUIENES HABLAN DE PAISAJES SOCIALES, PAISAJES HUMANOS.”
– ¿Esto genera un punto de encuentro entre cierto pedestal en que se pone a la literatura y el acontecer mundano, del día a día?
– Sin duda. Y si vos hablás del barrio, enseguida te acusan de barrialista, de grasa, chabacano o bajo. A mí, en lo particular, siempre me molestaron esas categorizaciones académicas y progresistas de la cultura alta y la cultura baja. La cultura es una sola y hay matices. Si vos analizás a Borges en los años veinte, escribía cuadernos dedicados a lo urbano y la vida en Buenos Aires, pero al mismo tiempo, Nicolás Olivari escribía “La musa de la mala pata”, donde hablada de otra cosa, desde una denuncia social. Cuando abordás temáticas populares quedás al costado. Cuando se abre el juego y en la poética aparece gente, personas concretas, se historiza, eso se vuelve bajo, de inmediato se lo tilda de chabacano.
– ¿Este prejuicio de la alta cultura persiste hasta la actualidad?, ¿notás continuidades?
– Por supuesto. En relación con el peronismo, Borges fue el gran “matricero”, aludiendo a la matriz de zapatería. Borges decía que el peronismo era una mentira, una alucinación barroca. Esta idea se ha continuado. Lamentablemente, en todas las generaciones siguen emergiendo escritores que mantienen esa idea borgeana. Autores como Daniel Guebel o Alejandro Katz son ejemplos. Y el peronismo se sigue tomando como un aquelarre, una cosa de locos, grotesca.
– ¿Qué nombres podrías situar en una historización de esta corriente popular y peronista de la literatura?
– Sin dudas, nuestro gran novelista es Leopoldo Marechal, y otro gran hombre que rescato es, por su participación militante y su legado poético, Enrique Santos Discépolo. El laburo que hizo con “Mordisquito” es extraordinario; visto hoy, es muy actual. Se puede aplicar tranquilamente al kirchnerismo, a esta etapa histórica. A eso sumale grandes letristas del tango como Homero Manzi, Cátulo Castillo. También resalto el trabajo de Leónidas Lamborghini o Joaquín Gianuzzi, yendo a poetas de libro. Después rescato como escritura netamente peronista el ensayo. Creo que ahí gravitan autores como John William Cooke, Scalabrini Ortiz, Jauretche. Nuestros grandes ensayistas trabajan un lenguaje de barricada que tiene mucha fuerza.
– ¿Y en la actualidad?
– Creo que el caso de Washington Cucurto, a quien analizo por su poema “Hombre de Cristina”, se acerca no desde un lugar ideológico, aunque sí participando de una poesía popular. Rescato la obra de Diego Incardona o Sebastián Pandolfeli, quienes narran historias maravillosas de la resistencia peronista, por la vuelta del líder.
– ¿Existe aún la cuenta pendiente, en nuestra letras, de darle al peronismo el reconocimiento que amerita?
– Claramente. Yo escribo mi libro por eso. Tratando de plantar bandera contra el gorilismo literario y académico que anda por el aire. Está inspirado en el trabajo desarrollado en Crisis y resurrección de la literatura argentina, de Jorge Abelardo Ramos, quien en el año 54 se le planta a Borges y Martínez Estrada, los dos popes de la literatura argentina. Es un desafío meterse en ese terreno, ya que hay que meterse con el canon literario.