Por Carolina Muzi
Todo comenzó con los billetes. Y se proyectó al futuro. “Arrancó con Evita, los primeros días que tuve uno, precioso, en la mano. Era la época en la que costaba entregarlos, al menos uno guardaba los nuevos y circulaba los otros, los de Roca; creo que pasaron unos años y persiste algo de eso ¿no?”, se preguntaba ayer Luciano Isabella, cansado y feliz, luego de haberse empapado en la zona de Retiro. Está contando cómo comenzó la idea de su libro sobre la riqueza acumulada en los doce años pasados: Arte y estética en el gobierno kirchnerista.
– Primero fue Evita, entonces…
– Sí. Recién había salido y justo en casa daban vuelta unos billetes de 5 y 10 euros que, al lado del de Evita, se veían muy malos, en diseño y calidad gráfica. Y enseguida siguió el despliegue del Bicentenario, o el impacto de ver a Poncho tocando en un escenario colgante junto al cantante de Damas Gratis, impensado, ¡un delirio! Algo que sólo puede hacer… un Gobierno. Por otra parte, se empezaron a ver la arquitectura, los monumentos, cuestiones que me hicieron preguntar si había una estética que las uniera, eso que se percibía en instancias públicas de índole muy distinta, que no sugerían la posibilidad de ser mezcladas, pero estaban hablando de una línea, ¿tal vez de un arte propio?
Arquitecto por la UNLP y tolosano, para Luciano Isabella (47), ese fue el disparador de la investigación que se convertiría en un libro cuidado y sobrio: 195 páginas en formato casi cuadrado, de 23×25 centímetros, con una portada color malva tenue en la que luce, bella y centrífuga, una orquídea blanca con manchas fucsia y nombre propio: Néstor. Dedicado en la primera página a él y a Cristina, como un inventario preciso y diverso, el libro recopila todas aquellas áreas en las que los gobiernos kirchneristas tuvieron una manifestación artística o una incidencia estética. Y en ese sentido permite dimensionar ni más ni menos que los alcances y la diversidad de esa gran apuesta por lo público. La versión más inclusiva de Estado que hayamos tenido.
Así, dividido en once rubros que comprenden a la Casa Rosada, la arquitectura, los actos y festejos, el Bicentenario, Tecnópolis, los monumentos, la militancia, los objetos, la numismática, la filatelia y la comunicación institucional, el volumen recorre aquello que, en diversas escalas y en distintas posibilidades de apropiación, constituye el contexto material de una época, el zeitgeist con que la Argentina ingresó al siglo XXI.
¿Y la flor? se preguntarán quienes pasaron por alto la noticia de esta hibridación en el año del Bicentenario. Desarrolladas por Damián Sancho en Orquidácea Fábrica de Flores de Villa Elisa, las Phalaepnosis Cristina Fernández de Kirchner y Beallara Memoria Néstor Kirchner integran el Registro Internacional de Híbridos. Y aquí alistan en el capítulo «Otra Militancia», junto con las cervezas Doble K y JP de la Compañía Cervecera de Mataderos, el tango «Virola», de Luis Longhu y Guillermo Fernández, y el Tympanoctomis Kirchnerorum, la rata vizcacha patagonia descubierta por Pablo Teta desde el Cenpat-CONICET.
Y, si al impacto de ver una flor solitaria y hermosa abriendo un libro que compila lo construido materialmente por dos gobiernos, sigue el recorrido visual por todo ese capital, es casi inevitable que el asombro ceda a la profunda emoción agradecida: en las páginas hay escuelas, hospitales, museos, un polo científico, auditorios, Universidades, esculturas nuevas o recuperadas, artistas puestos en valor, está nuestra moneda, los sellos postales, la gráfica de programas como FinEs, RENAR, Ahora12, los festivales… Es posible que sobrevenga cierta nostalgia precoz, sobre todo en este día. Pero enseguida obra el consuelo: se trata del emergente estético de un capital social enraizado, activo, una construcción dinámica y viva. Y sobreviene el orgullo. El libro guarda, claro, gran parte de los motivos del agradecimiento arrollador que hoy sacó a miles y miles a las calles. Luciano Isabella lo siente así, a pesar de que finalmente salió de la imprenta en diciembre, cuando el clima comenzaba a ser ya tan otro.
– Lo tuve listo y me jugué a imprimirlo de todos modos. Lo hice como una apuesta personal con los únicos ahorros que tenía, por eso imprimí sólo trescientos ejemplares.
– ¿Le diste uno a Cristina?
– No aún. El suyo es el número 1, y justamente estaba esperando para llevárselo en estos días hasta la casa…
Isabella cuenta entonces que ya viajaron cinco ejemplares hacia los Estados Unidos: se los pidieron para Universidades, pero no sabe cuáles. Se siente cómodo con la idea de catálogo: “Es que es un poco eso, como un inventario de todo lo hecho; y aunque no lo es, hasta podría parecer una publicación institucional. Bueno, fue resuelto a propósito porque creo que el peronismo siempre logra eso: no sólo la capacidad de gobernar, sino de ser institucional, son gestiones organizadas institucionalmente”, sostiene.
La frase de Hegel “El arte no es un juguete agradable ni útil, sino que es en sí mismo, precisamente, un despliegue de la verdad”, abre la introducción de Isabella y Néstor Fernández, que arranca con la invocación y la pretensión, justamente porque cada capítulo cierra con alguna cita vinculada a la estética kirchnerista. Por supuesto, el texto no le escapa a la problemática que supone encuadrar la construcción material y de la comunicación visual del kirchnerismo en los dominios de la estética. Y, aunque asumen lo pretencioso que podría resultar hilvanar el concepto de estética a un proceso político complejo y de dificultosa conceptualización como es el kirchnerismo, redoblan la apuesta: se animan a plantear que existe, que eso sucede en momentos históricos en que el Estado reivindicó una conciencia igualitaria, y que esta estética de la que dará muestra el relevamiento fotográfico de 180 páginas no sólo supera el momento de su ejecución, sino que “trasciende la capacidad reflexiva hacia una mirada retrospectiva de nuestra historia reciente y no tanto”.
Es interesante cómo la argumentación por la que caminan Romero Brest, Paul Celan y Walter Benjamin termina en el señalamiento de Eric Hobsbawm sobre la democratización del consumo estético, que permite reflexionar sobre los actos públicos contemporáneos por fuera de las lógicas partidistas, propagandistas y condescendientes. “Al hablar de estética, hablamos de algo más que esta versión reducida de los hechos y, consecuentemente, de la vida misma”, dicen los autores. Diferenciando entre la gestión y el gobierno del kirchnerismo, Isabella y Fernández suponen dos pares conceptuales en su lógica estética: reciclaje y modernismo / accesibilidad y calidad.
El primer par apunta a la infraestructura del kirchnerismo, basado en un espíritu modernista que se replantea con cierto condicionamiento y adaptación del hábitat. “Asímismo, ha emprendido grandes tareas de reparación y conservación de las instituciones. Estableciéndose, como en el caso del Centro Cultural Kirchner o el Museo del Bicentenario, una conjunción entre estos dos elementos. Tomar en cuenta estas consideraciones también permite avizorar una (su) perspectiva política”. Respecto del siguiente par, los autores remarcan que el kirchnerismo ha pugnado por garantizar la accesibilidad al consumo, en este caso, estético: “La gratuidad de los eventos y espectáculos propuestos, como su organización federalizante, tienden a evidenciar esta situación. Sin embargo, este principio de accesibilidad muchas veces se confunde con la masificación del consumo, ya que, si bien hay una valoración de lo popular, no se asimila la cultura popular a los productos masificantes o comercialmente consolidados. Subrepticiamente, el kirchnerismo ha puesto en crítica los alcances de lo popular y lo ha puesto en discusión con la pretendida calidad artística-estética.” Los autores señalan que las manifestaciones artísticas que podrían categorizarse como kirchneristas no provienen exclusivamente del Estado, sino también del conjunto de organizaciones de militancia, simpatizantes, colaboradores o de voluntades solitarias. “El kirchnerismo introdujo, en realidad recuperó bajo su forma y su estética, la dimensión festiva y participativa de lo conmemorativo, y de su relación con lo político, llevando no sólo a un revisionismo histórico, sino también a un profundo análisis crítico del pasado y del presente”, apuntan.
Acto seguido, en la sucesión de las páginas, aparece Dante Palma con el análisis «Contornos de una estética», que arranca: “Cuando Hegel afirmaba que la filosofía, como el búho de Minerva, levanta vuelo en el crepúsculo, nos estaba diciendo que la reflexión filosófica siempre llegaba tarde, que entraba en acción cuando las cosas ya habían ocurrido. En tiempos de necesidad de vértigo anticipatorio y de tiranía de los aquí y los ahora, esa característica parece transformarla en una actividad extemporánea y hasta inútil, pues necesita ‘despegarse’ de su objeto, distanciarse, y cuando ese objeto es el signo de una época que ‘está siendo’, la situación parece aporética. Así que aquí tenemos un primer problema: analizar la posibilidad de pensar algo así como lo que podríamos llamar una ‘estética kirchnerista’ en tanto campo monolítico del pasado cuando lo cierto es que el kirchnerismo es un fenómeno que, en el año 2015, tiene desarrollo, mutaciones y vigencia”.
Quedan por recorrer los edificios, la arquitectura en años K, que en el libro, además de fotos de cada obra, tienen un texto de Juan Molina y Vedia sobre el Programa Más Escuelas. Y analizar cuestiones invisibles atadas a las cosas, como el surgimiento de nuevas variantes para la (no tan) pequeña industria del souvenir. Con las diferencias de cada caso, se trata de una cultura material habitada, un capital que ha quedado, activo y contenedor, haciendo historia. Por eso con estos temas, con esta nota, también vamos a volver.