Por Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios (FPyCS-UNLP)
“La decisión de publicar las fotos apuntó básicamente a intentar generar un impacto en la sociedad no solamente para que haya una reflexión profunda sobre cómo el narcotráfico está carcomiendo las instituciones de la República, sumergiendo a una generación de argentinos en una barbarie de violencia sin freno, sino también para que se dé paso a la acción concreta, transformadora”, explica el diario Hoy –ahora paladín del cambio social, aunque es conocido por explotar y maltratar trabajadores– en su publicación con fecha del 14 de abril. “Mostrar la realidad para impulsar un cambio”, señalan, intentado proponerse como modelo de periodismo transformador, cuando toda la ciudad de La Plata y los medios nacionales saben que es una fuente de información poco segura por su amarillismo resaltado y su falta de investigación periodística. Entonces, dicen que muestran la realidad. Y la realidad se presenta como un cuerpo semidesnudo, manchado, rodeado por un charco de sangre espesa. La imagen y el poder de la imagen para contar lo que sucede. Eso es todo lo que el diario Hoy puede mostrar, no sabe si estas imágenes son verdaderas o no, pero las publica porque “transforman”: “Más allá de que las fotos sean o no de las víctimas, decidimos publicarlas no solamente porque guardan mucha similitud con lo ocurrido, sino también porque retratan la triste y sangrienta realidad que se vive a pocos kilómetros del Obelisco, en la capital del país, donde existe un Estado absolutamente ausente y el vacío de poder fue ocupado por los narcos”.
Dedicarle estas líneas a un medio tan falto de profesionalismo y de compromiso ciudadano parece un pérdida de tiempo; sin embargo, el problema se presenta cuando vemos que este tipo de periodismo se propaga como el mal banal que señala Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén: una práctica sistemática, casi irreflexiva, y en muchos casos fogoneada por intenciones políticas y económicas.
No es un medio el que lo hace; son los medios. No todos, pero sí podemos identificar allí una lógica imperante. Una pedagogía de la crueldad puesta al servicio del negocio, del lucro infinito. No sólo el morbo vende, según estas empresas, sino también el hecho de poner a rodar información, más allá o más acá de su veracidad. Lo que importa es que la información ruede, “genere un gran impacto”, se reitere sin descanso, para morir en un cajón de archivos la semana próxima, o la otra, cuando el impacto que se busca generar sea otro y la imagen sea fresca. Es el periodismo concebido como una máquina al servicio de la producción en serie de mercancías novedosas, vendibles.
Y es verdad que muchas veces, en estos casos, se ponen en juego cuestiones referidas a la práctica profesional, al trabajo del periodista y la presión por la novedad, la precariedad laboral y las líneas editoriales. La pregunta que deberíamos hacernos, entonces, es si todos estos condicionamientos resultan suficientes como para relegar nuestro compromiso con la defensa de los derechos humanos. Para nosotros, la respuesta es no.
Lo que no vende, no importa: Luciano Arruga, Sebastián Nicora, Omar Cigarán, Pochita
Ninguno de los dos grandes diarios de La Plata toman estos hechos como relevantes; estos nombres no aparecen entre sus páginas. No les importa la seguridad ciudadana desde una perspectiva comunitaria; no les importan los niños, niñas y jóvenes que son asesinados por la policía o por el narcotráfico; no investigan ni difunden información sobre las víctimas de los múltiples sistemas de violencia. Sólo proponen mano dura. Hablan de malvivientes, de asesinos, narcos y chorros, no hablan de jóvenes.
Esto es lo que el diario El Día escribe sobre Omar Cigarán: “Un efectivo de la Policía Bonaerense mató esta tarde de un disparo a un joven de 17 años que, aparentemente y junto a un cómplice, había intentado asaltar a otro uniformado para sustraerle la moto en diagonal 115 y 122”.
Esto es lo que publica el diario Hoy sobre los jóvenes asesinados en la provincia –que además da cuenta de una sistematicidad en las prácticas policiales que vulneran los derechos humanos–: “En rigor, según esa presentación, en menos de un año, seis chicos de entre 11 y 17 años fueron asesinados a tiros en La Plata. Murieron en situaciones confusas o en tiroteos en los que participó la policía. Eran chicos vulnerables, con escasa o nula asistencia del Estado y con antecedentes delictivos”. Chicos sin futuro. Eso dicen.
Sandra Gómez, mamá de Omar Cigarán, se enteró que estábamos redactando esta nota y nos comentó: “no tienen respeto por los que sufrimos el dolor, las familias no les importan. Con El Día estoy enojada y nunca me explicaron por qué siguieron publicando la foto de Omar muerto en el piso con otros títulos, nunca me explicaron nada”, contaba mientras nos mostraba un recorte del diario del 2 de mayo de 2013 en donde aparecía en primera plana la foto de su hijo muerto, la misma foto que había aparecido el día de su asesinato, el 16 de febrero de ese mismo año. Este diario no respetó la normativa que protege la identidad de los niños, niñas y adolescentes y que prohíbe difundir información sobre ellos. Tampoco la respetaron –ni ellos, ni el diario Hoy, ni la miríada de pequeñas agencias locales que atienden su pequeño juego con las migajas que tiran los grandes– en el caso de los llamados “Pepitos”, o el de Alejo, el joven asesinado en El Rincón. La primicia y los intereses oscuros lo pueden todo: hasta el avasallamiento y el pisoteo de los derechos.
Ayer, miércoles 15, se realizó una marcha para pedir justicia por Pochita, una joven de la Casita de los Pibes (Centro de Día para adolescentes y jóvenes de Villa Alba) que fue asesinada semanas atrás. Durante el reclamo, los familiares y amigos marcharon hasta la puerta del diario Hoy para pedir que el medio se retracte y para repudiar la nota que publicaron. “En esta ocasión, la víctima fue una menor de 17 años, aunque las causas que derivaron su deceso aún no son claras: se habló en un primer momento de una bala perdida, en medio de un enfrentamiento entre bandas; pero luego se dijo que en realidad ella misma formaba parte de uno de los grupos antagónicos, que dirimieron sus diferencias a los balazos”, escribió el diario sobre Pochita.
La Pulseada, en una nota redactada por Tony Fenoy, docente de la Facultad de Periodismo y referente de la Obra del padre Cajade, explica: “La Pochita participaba desde siempre de La Casita de los Pibes, un centro de día que es, desde hace 15 años, un espacio de participación para adolescentes y jóvenes de nuestra comunidad. Talleres de reflexión, de expresión por el arte y de capacitación laboral, convivencias y paseos; son actividades que nos permiten mejorar nuestra vida”, lejos de ser de una banda de narcotraficantes que se tiroteaba con otros.
El diario Hoy, además, dice: “Fuentes policiales y judiciales le contaron a Trama Urbana que el episodio se registró en 607 y 124 alrededor de las 21, y que la víctima se llama Alejandra”. Ese no era su nombre: Pochita se llamaba Nazarena; pero, además, es notorio cómo en este tipo de coberturas el medio que se llama a sí mismo “transformador” usa siempre fuentes policiales.
Los medios son los principales creadores de imaginarios sociales que contribuyen a la continua elaboración de estereotipos que llevan a la consiguiente criminalización de la pobreza y, en este caso, de la juventud en partes iguales. Las políticas editoriales de las diferentes empresas mediáticas configuran narraciones juveniles a partir de las agendas del deterioro. Una investigación que realizamos en el Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios muestra que los jóvenes aparecen representados en los medios, en primera medida, como víctimas, y luego como generadores de diferentes tipos de violencias: “según los datos del monitoreo de medios, el 70,9% de los motivos temáticos de las noticias publicadas sobre jóvenes tiene que ver con diferentes formas de violencia. Un claro correlato de esto es que la sección donde aparecen mayor cantidad de noticias sobre jóvenes es la policial”.
Tras la muerte de cuatro chicos en la villa del Bajo Flores, el sensacionalismo volvió a ocupar en estos días las tapas de los diarios y convirtió en espectáculo el fatídico desenlace de sus vidas. Poco les importan las míseras condiciones en las que se vive en zonas de Capital Federal o la ausencia del gobierno de la ciudad que refuerza la custodia policial y la estigmatización y condena a la exclusión y la represión a los sectores más bajos del conjunto social.
Este nuevo hecho forma parte de esa historia que se escribe permanentemente, donde las grandes corporaciones mediáticas se autoproclaman como las dueñas de la verdad y, con esa impunidad que les otorga el poder económico, instalan el pánico, promocionan formas de exclusión xenófobas y clasistas y promueven relaciones sociales basadas en la desconfianza y el desprecio por el otro.