Por Florencia Abelleira y Leandro Gianello
Miriam Allegre está orgullosa de la capilla “Azucena Villaflor” que inauguraron recientemente en el barrio Las Rosas, en la localidad platense de Melchor Romero. Una puerta de chapa verde es la entrada a un cuadrado de cemento con unos pocos bancos en su interior y un altar que tiene a la Virgen de Luján enmarcada en un cofre de vidrio.
El templo fue construido a veinte centímetros del suelo para que también sirva de refugio para las familias cuando el barrio queda aislado por el agua. En la inundación del 2 de abril de 2013, las mujeres perdieron todo, y a muchas de ellas no les quedó otra que subirse a los techos de sus casas con sus hijos a esperar ser resctadas.
En la inundación del 2 de abril de 2013, las mujeres perdieron todo y no les quedó otra que subir a los techos con sus hijos.
Posterior a la tragedia, Miriam cuenta que pudieron acceder al programa Ellas Hacen. “A través de este programa, no sólo las sacamos de sus maridos, sino que así tienen una fuente para sostenerse. A través de la Asignación Universal por Hijo, las cooperativas Ellas hacen, y otros trabajos que tienen aparte, al menos con eso la reman. Y están tranquilas no solamente las mujeres, también los nenes”, explica Miriam.
La capilla también es el lugar de encuentro de estas mujeres que se reúnen allí todos los martes por la tarde a coordinar tareas y compartir problemáticas. “Ahora estamos peleando para que nos conecten la luz”, cuenta Karina, una de las vecinas. Los postes fueron donados, pero Edelap no hace la instalación y el lugar es una boca de lobo. No hay luz ni en las casas ni en las calles.
“Necesitamos electricidad para cosas esenciales como la heladera, pero también para la noche, ya que los niños necesitan ver, o hacer la tarea para la escuela”, agrega. Hasta ahora, subsisten mediante la electricidad que les prestan algunos vecinos a través de alargues, pero nunca saben en qué momento se puede cortar.
“Necesitamos electricidad para cosas esenciales como la heladera, pero también para la noche.”
El comienzo
Hace tres años, Miriam Allegre ayudó a unas pocas mujeres con sus hijos, que escapaban de contextos de violencia, a que tomaran el predio que ocupa las cuadras de 514 y 158. Los terrenos fueron cedidos por el Ministerio de Salud de la Provincia de Bueno Aires. “Eran un monte de yuyos, troncos, liebres y víboras”, dice Miriam. Pero las mujeres, ansiosas por librarse de sus parejas, trabajaron arduamente para poder montar sus casas.
“Pasamos tres meses muy difíciles: amanecíamos acá a las seis de la mañana y nos íbamos a las doce de la noche del medio del monte. Así como teníamos hombres a favor, teníamos muchos hombres en contra, y a la Policía constantemente que quería desalojarnos”, cuenta.
“Pasamos tres meses muy difíciles: amanecíamos a las seis y nos íbamos a las doce de la noche del medio del monte.»
Primero instalaron unas casillas para resguardarse del frío, y de a poco fueron construyendo las casas de material que están junto a la capilla. Hoy son veinticuatro familias que comienzan una nueva vida y la lista de espera “es infinita”, dice Miriam, y agrega: “Tenemos mujeres que están alquilando y se les hace muy difícil para trabajar, alquilar y pagar a alguien que les cuide a los nenes. A algunas los maridos han ido a romperle las casas donde alquilan o las amenazaban en el trabajo”.
El primer barrio “feminista”
Miriam Allegre es de Corrientes, pero hace más de veinticinco años que vive en La Plata y desde 2007 es la referente de Melchor Romero. Ya sabe lo que es ocupar un terreno. Ese año tomó tierras con su familia y de a poco levantaron el barrio Las Rosas. En honor a él, y para no sentirse apartadas, años después las mujeres eligieron el mismo nombre para el barrio suyo.
Desde ese entonces, Miriam pertenece al Movimiento Evita y coordina comedores, FinEs, Ellas Hacen, copas de leche, y milita en el Frente de Mujeres del Evita. Ante tantos casos que atendió de violencia de género, peleó por hacer un barrio para mujeres.
“Cuando empezamos a hacer Las Rosas –recuerda– se sumaban mujeres con el mismo problema, que era el miedo de abandonar su casa. Yo les decía que había dos opciones: o seguir sufriendo maltrato, o decidirse y luchar.”
Así fue como en tres ajetreados años consiguió conformar el primer barrio “feminista”: “Esta es nuestra primera experiencia de trabajar con mujeres víctimas de la violencia de género. Es un caso único, no hay otro barrio así. Fue un logro muy importante y una lucha también. Estas mujeres son unas guerreras”.
Pero estas vecinas no sólo son guerreras porque son madre y padre a la vez, jefas de hogar, trabajadoras y amas de casa. También son guerreras porque pudieron liberarse del sometimiento en el que estaban inmersas junto a sus hijos, y empoderarse para edificar, ladrillo a ladrillo, nada más y nada menos que un barrio donde vivir seguras, con sus reglas de convivencia y con sus luchas por conquistar.