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Las palabras del terror (V): el caso de la revista Para Ti

Las mujeres “eran las más fanáticas”.

SOMOS, junio de 1977

La violación, como exacción forzada y naturalizada de un tributo sexual, juega un papel necesario en la reproducción simbólica del poder cuya marca es el género.

Rita Segato (2003)

Martín Gras. Docente de la FPyCS y miembro del Proyecto de Investigación y Extensión “Medio y Dictadura".
Martín Gras. Docente de la FPyCS y miembro del Proyecto de Investigación y Extensión “Medio y Dictadura».

Por Martín Gras*

Controlando los sueños

En El Gran Libro de los Sueños (1978), la Dictadura, de la mano de la revista Para Ti, trató de expandir su espacio de control cruzando una impensable frontera en la construcción de sentidos: la interpretación onírica.

Ese episodio mezcló de tal manera lo superficialmente ridículo con lo sutilmente perverso, que sólo podemos clasificarlo como una variante local de esa “banalidad del mal” que utilizó Hannah Arendt para definir la personalidad de Adolf Eichmann en Jerusalén.

La publicación de Para Ti (citada por Marcelo Islas en su artículo “Revistas Femeninas en la Dictadura”) realiza, entre otras, las siguientes interpretaciones:

Soñar con uniforme “indica gloria y celebridad”.

Soñar con una urna, “un acontecimiento triste”.

Soñar con policía, “exhortación a respetar las leyes morales cotidianas” o que su alma se rebela “contra una criminalidad interior”.

Soñar con un lecho vacío se debe interpretar como “ganas de desaparecer”.

Soñar con dinero es más complejo, pues admite dos variantes: si es hombre, “símbolo de capacidad en el amor y en la vida”; si es mujer, “símbolo de especulación erótica”.

Sería un grave error considerar este listado como una mera antología del disparate. Si interpretamos correctamente, colocándolo en el contexto general del discurso de la revista, lo vemos como un ejemplo de absoluta coherencia en el exceso. Es la extensión de un eje común retórico y argumentativo que tiene un solo objetivo: la naturalización de un espacio disciplinado para la mujer.

Esa reivindicación de coherencia no es un atributo coyuntural de los años de Dictadura. Para Ti utiliza desde su fundación (1922) la consigna “Todo lo que interesa a la mujer”. Su modelo aparece como una adaptación de la revista norteamericana Ladie’s Home Journal (1880), que se identificó a sí misma con la ambigua frase “lo que necesitan leer, lo que quieren leer”. La operación mediática consiste en entrelazar “lo que necesitan” con “lo que quieren”. Se construye así, bajo la propuesta de una aparente selección, la univocidad de una única lectura posible: la lectura debida.

Esta línea de interpretación del rol subordinado de la mujer es permanente y explícita: en 1968, bajo la presidencia del general Juan Carlos Onganía y en pleno apogeo de la Revolución Argentina, Arquímedes Montovani, director de la revista, define a su lectora ideal: “Es la mujer que, dedicada al hogar, a la maternidad y al amor conyugal, no brilla en el firmamento del éxito, la notoriedad y la fama. Esa mujer que es la imagen ancestral de la femineidad, esa que se oculta para engrandecer a todo su sexo”.

 

Mujer y familia: campo de batalla para la acción psicológica

El esfuerzo dedicado por la revista Para Ti al público femenino no debe entenderse como una temática menor, secundaria o complementaria. Muy por el contrario, desde el punto de vista de la lógica del poder que se buscaba instalar, era un trabajo clave orientado hacia dos objetivos. Uno, el más coyuntural, evidente, y justificado en la lógica militar de la “guerra”, era la consolidación de un frente interno. El otro, más estratégico y permanente, tenía como objetivo la consolidación de un determinado modelo de estructura familiar: la familia patriarcal.

Es imposible la reconstrucción de una hegemonía que no se extienda/naturalice hasta los pliegues más profundos de la sociedad civil. Es decir, la reorganización de las relaciones económicas y sociales que constituía la macropolítica de la dictadura cívico-militar requería necesariamente de una micropolítica que contemplara el control de las relaciones de poder/reproducción familiares (lo que implícitamente garantizará, en última instancia, un control individual sobre la erótica de los cuerpos).

Esa relación entre subjetividades/disciplina moral/disciplina política era ya de antigua data en Para Ti. En 1923, la revista opinaba que las mujeres estaban llamadas a remediar los “males morales que afligen nuestra desasosegada época”. En la década de los treinta, en paralelo a la “Hora de la Espada”, proponía a la mujer como esposa y madre, portadora de una misión por mandato natural: ser responsable de futuros ciudadanos y “productores” de la riqueza nacional.

En junio de 1931, en un artículo llamado “La Tranquilidad del Hogar”, daba a la mujer consejos sobre cómo mantener su posición de “Reina” del núcleo familiar: “En muchos casos es la joven esposa que por su negligencia destruye ese encanto que le fue propio y que sedujo y atrajo el cariño del que llegó a ser su esposo. Es evidente que la vida en común significa toda clase de deberes, de los cuales pueden algunos ser menos seductores que otros, siendo, sin embargo, igualmente necesarios. Se precisa, pues, de un gran tino para cumplir con ellas discretamente, con el fin de hacerse ver siempre de su marido bajo su aspecto moral más favorable”.

El RC-5-1, el Manual de Operaciones Sicológicas del Ejército Argentino, en su capítulo II, sección I, párrafo 2.003, describía uno de los posibles métodos a utilizar: el llamado Método de la Acción Sugestiva (los otros dos eran la Acción Persuasiva y la Acción Compulsiva), que parece ser el que operaba preferentemente como marco de referencia para el público femenino.

“Toda acción que tienda a motivar conductas y actitudes por apelaciones afectivas. Actuará sobre las emociones y sentimientos, lo afectivo y lo subconsciente. La creencia sugestiva trabajará sobre imágenes yacentes en los públicos y creará una imagen referida a otros que ya existen, para facilitar la influencia por vía asociación afectiva. Obtendrá la movilización sicológica por impacto emotivo sin que, necesariamente, preceda o acompañe juicio alguno. Cuanto más simple y menos evolucionada es la mentalidad de un público determinado, más susceptible y permeable será a la acción de este método. El procedimiento de la propaganda manejará preferentemente el método de la creencia sugestiva”.

Constancio C. Vigil, el fundador de Para Ti y autor de un libro llamado La Educación de las Madres, lo simplificaba a su manera: “Hay que tocar el corazón, el alma, el hígado, algún punto vital de los lectores”.

 

Las argentinas somos derechas y humanas

Es interesante, aunque sea un esquema interpretativo algo lineal, señalar cómo la revista Para Ti, manteniendo permanentemente el mismo patrón situacional de la mujer, va tratando de asignarles diversos niveles de acción y compromiso a medida que va evolucionando la situación política de la dictadura cívico-militar.

Sin abandonar nunca el espacio de protectora/protegida de/por la moral convencional, en sus funciones de esposa, madre y ama de casa, se le va pidiendo una mayor acción de respuesta en lo que podríamos llamar “frente internacional de la dictadura”. Una suerte de eje que comienza con la necesidad de enfrentar la “campaña anti-Argentina en el exterior” y seguirá con el Mundial ’78, y la visita de la CIDH.

Quizás pocas cosas resulten tan simbólicas de este “paso al frente” como cuando, en agosto y septiembre de 1978, Para Ti organiza la “Campaña Argentina Toda La Verdad” y convierte sus clásicas fichas troqueladas con recetas de cocina en tarjetas postales para ser enviadas a personalidades internacionales, de “una lista de todos aquellos organismos y personas que organizan la campaña anti-Argentina en el exterior”. Esta iniciativa fue considerada por el Consejo Publicitario Argentino como “Argentina en positivo”.

¿Cómo combina la revista Para Ti el marco de referencias explícitas que identifica, no tan simbólicamente, la cocina como el espacio propio de la mujer con esta suerte de “politización” progresiva?

Una de las técnicas que la revista utiliza recurrentemente, a modo de editorial encubierto, es la de las encuestas. Esa herramienta no tiene nada que ver con ningún instrumento cuantitativo/estadístico, sino que constituye la trasmisión de la conducta debida que propone el medio, pero presentada como una opinión socialmente validada por estereotipos de corrección social con que se supone que la lectora busca identificarse. Consideremos algunos ejemplos.

¿Qué piensan los argentinos de los políticos? (mayo de 1978). La opinión corresponde a doscientas mujeres y “demuestra que las argentinas tienen buena memoria”: “Estoy de acuerdo con el actual gobierno”; “No digo que represente al ideal, pero había que poner orden”; “Si los políticos quieren ayudar en el nuevo proceso, está bien. Pero que se olviden muy bien de todos los sistemas tradicionales”; “Es increíble, siempre vuelven los políticos. ¿Cómo hacen para no sentir un poco de vergüenza?”; “No hay que intentar más nada con los políticos”; “Felizmente no se hace tanta política como antes y en las facultades se puede estudiar”.

¿Qué piensa y qué quiere la juventud? (marzo de 1979). En este caso no se enumera cuantos son los jóvenes, pero se aclara que “todos estaban rigurosamente vestidos a la última moda y todos sabían de memoria los nombres de los integrantes de Queen”. Las opiniones son casi asombrosas: Edith Navarro (15) “Mi mayor preocupación es la penetración marxista en los colegios”; Silvia More (16) “Ahora la gente tomó conciencia de su responsabilidad y hay más fe en el futuro”.

La conclusión de la revista es digna de las respuestas: “Para la inmensa mayoría de los encuestados, lo mejor que le pasa a la Argentina es el reencuentro de su gente. Algunos creen que sucedió por obra y gracia del mundial de fútbol; otros suponen que el país se sintió unificado ante el peligro que significó el posible conflicto con Chile. De todos modos, casi todos los jovencitos están de acuerdo en que una de las cosas más importantes del momento es el fin de la violencia de la guerrilla y de la prepotencia callejera”. Cierra la nota con una burla hacia “la chiquilina que aseguró que hoy en día no pasa nada bueno”.

Visita de la CIDH (septiembre de 1979). Opinión femenina no cuantificada. “La paz es un precioso bien humano. Gracias a Dios la hemos conseguido. ¡Déjenos ustedes también en paz!”; “¿Por qué no investigan a los países comunistas?”; “¿Quién pagará por la vida del General Aramburu?”; “Creo que debieran hablar con el ciudadano de la calle, el de todos los días. Vean que gozamos de la más absoluta libertad para actuar y opinar”.

Las “encuestas” se verifican como una constante durante toda la Dictadura. Existe otra, por ejemplo (diciembre de 1981), analizada por Claudia María Cáceres, donde se “reafirmaba la falta de responsabilidad, la inmadurez, indiferencia, desinformación, falta de compromiso, apatía e ignorancia para que las sociedades accedieran a las urnas y poder votar”.

La utilización de esta metodología funciona, tal cual señalamos, como una complementación/validación implícita al editorial que trasmite explícitamente la línea institucional del medio. Las “encuestas” son el sistema de legitimación especular de los editoriales, la “opinión pública” de un micromundo que se presenta a las lectoras femeninas. Los editoriales son, al comienzo, aleccionadores y coloquiales (de mujer a mujer).

 

Las Otras: la soberanía de los cuerpos

Bajo la firma de Lucrecia Gordillo, los editoriales institucionales van adquiriendo, progresivamente, un tono de mayor tensión en la medida que aumenta la exigencia a la participación. De la inicial apelación abstracta donde se busca la confianza por identificación (“Sí, yo soy una mujer como usted y apoyo con fervor a este proceso que ha venido a resolver todos nuestros problemas. El mío y el suyo”), se buscan niveles de mayor compromiso. Es muy interesante notar cómo ese discurso “más combativo” va acompañado de un sutil pero importante cambio en la posición subjetiva del emisor. De mujer pasa a ser madre. Es que está empezando a ser necesario dar respuesta a un “nuevo enemigo”. Se pasará de la subversiva a la madre del subversivo.

Lucrecia Gordillo habla ahora de hijos y se coloca, por lo tanto, como madre. “El país de nuestros hijos lo hacemos nosotras. Dejémonos de comodidades, de distracciones, de egoísmos, de banalidades […] Nuestros enemigos trabajan día y noche por sus ideales, no así nosotras […] ¿Qué mejor ejemplo que la Campaña anti-Argentina? […] Como no pudieron destruir el país desde adentro, ahora desde el exterior levantan la bandera de los Derechos Humanos. Tenemos un gran deber ante nuestros hijos y no les podemos fallar. El día de mañana no seremos culpables por habernos equivocado. Sí pueden reprocharnos todo lo que dejemos de hacer”.

El eje discursivo de las prácticas genocidas constituyó, como se ha señalado varias veces a lo largo de este trabajo, la deshumanización de un otro, el subversivo, figura ambigua que permitió la justificación de un “estado de excepción” y la aplicación de diversas estrategias de terror disciplinante. Ese otro subversivo tuvo también su versión femenina, la mujer guerrillera, la “otra” por antonomasia.

Leticia Diaz Bessone (la segunda esposa del general Ramón Diaz Bessone) comentó a Marie Monique Robin, en una entrevista que su marido concediera a la periodista francesa en el Círculo Militar en mayo de 2003: “Usted sabe –me dice ella– las mujeres de la guerrilla no tenían ninguna moral. Cuando entraban en una célula revolucionaria se acostaban con todos los hombres de la célula, para mostrar que rechazaban todo orden burgués. Evidentemente quedaban embarazadas, y utilizaban su estado para ejecutar misiones terroristas más fácilmente. En el quinto mes de embarazo, tomaban una aguja y se la metían en el vientre para abortar…”.

La revista Somos publicó, en junio de 1977, una nota llamada “Perfiles del Subversivo”, donde “un grupo de detenidos” contestaba un cuestionario que se les había entregado. Ello permitía determinar “las características psicológicas, las motivaciones a que responde y los temores y marginación a que se ve sometido un subversivo”. Del estudio se desprendía que las mujeres “eran las más fanáticas”, que una constante era la “falta de un modelo paterno” y que los síntomas mayoritarios del grupo eran de “insociabilidad o marginalidad social” y el odio dirigido “contra los que detentan dinero antes que poder o status”, siendo sus dominantes “envidia, resentimiento o frustración”. Estas apreciaciones científicas explican, en alguna medida, la opinión de la Sra. Diaz Bessone.

Las mujeres reales sobre quienes se construyó ese perfil de perversidad, amoralidad, crueldad e insensibilidad, esa especie de contrafigura, casi esperpéntica, de la “mujer normal”, fueron dos: Norma Arrostito y Ana María González. Ambas compartían “el peor de los pecados”, participar de la muerte de dos generales del Ejército Argentino, que habían además ejercido dos cargos de gran representación simbólica: la Presidencia de la Nación y la Jefatura de la Policía Federal. Pedro Eugenio Aramburu y Cesáreo Ángel Cardozo, dos “jefes de guerra”, habían muerto a manos de dos mujeres. Esto no podía ser aceptado.

Esa construcción demonizadora de género conocerá un largo y terrible recorrido en el oscuro mundo concentracionario. Como señalan María Sonderéguer y Miranda Casino, “la violencia sexual y las violaciones a las mujeres en el terrorismo de Estado tienen una función domesticadora. En los cuerpos se inscribe la disputa política: así, mientras el cuerpo violado de los varones es destituido de su masculinidad, en el cuerpo violado de las mujeres la agresión sexual inscribe la ‘soberanía’ de los perpetradores. La ‘ocupación’ del cuerpo de la mujer se asimila a la ocupación del territorio enemigo”.

En la recién comenzada etapa final del tercer juicio oral por crímenes en la ESMA, una de las querellas privadas pidió ampliar la acusación a 39 imputados, incorporando los delitos sexuales cometidos en este centro clandestino de detención. El escrito sostiene que esa clase de vejaciones que busca “causar dolor, doblegar la resistencia de las víctimas, conseguir información, producir efecto de control y disciplinamiento […] forma parte del plan criminal como un instrumento más de ataque”. El crimen dentro del crimen, el cuerpo de las mujeres como espacio de lucha contra el olvido y la invisibilización.

 

De maternidades y locuras

Volviendo al desarrollo de la política comunicacional de la Dictadura y a sus distintas etapas discursivas, el punto de transición entre las dos construcciones de otredad que venimos describiendo, de subversiva a madre de subversivo, se da en la revista Para Ti con la nota que publica el 16 de enero de 1978 con el título “A ellos no les importaba Alejandra” (sic). Esta cierra una serie de artículos interrelacionados de las revistas de Editorial Atlántida. El primero, “Los Hijos del Terror”, apareció en Somos, el 30 de diciembre de 1977; y el segundo, “Esto también es terrorismo. Alejandra está sola”, en Gente el 5 de enero de 1978.

Textos son contextos. La maternidad indebidamente ejercida se vuelve un objetivo, no sólo para la construcción de sentidos, sino que paralelamente se convierte también en blanco para la ultraviolencia clandestina. No es casualidad que esta minicampaña de prensa, donde se “van a confrontar” dos modalidades de maternidad, comienza solamente veintidós días después de que el GT 3.3.2 haya secuestrado a parte del grupo fundador de Madres de Plaza de Mayo, en el famoso caso de la infiltración de Alfredo Astiz.

En los tres artículos se toma como eje del relato el supuesto abandono en Uruguay de una niña de unos tres años, Alejandrina Barry, a partir de la muerte de su madre, la militante montonera Susana Mata. La guerrillera no es tanto cuestionada por sus actividades militantes (lo hecho), sino por las circunstancias de sus “fallas” como madre (lo no hecho). El eje de la conducta negativa sancionada pasa a ser el “incumplimiento maternal”.

La pequeña Alejandrina es presentada como un objeto de empatía (impresionan sus fotos mirando un muñeco de trapo en paralelo a las de una cuna llena de armas y explosivos) a partir del cual se busca una asociación descriptiva primaria: orfandad/soledad/falta de futuro y una asociación causal secundaria: la situación está producida por la conducta antisocial de sus padres. Quien mejor (y con mayor brutalidad) sintetiza esta situación es la nota de la revista Gente: “Asesinos que dejaron de ser padres para fabricar huérfanos”.

El impreciso responsabilizante “ellos” del título de Para Ti permite, a contrario sensu, crear un diferenciado “nosotros”, que posiciona al autor y a la lectora en una situación externa, que es a la vez de sensibilización y de preocupación/reprobación (en el contexto de una revista femenina, el núcleo conceptual cuestionado es el rol materno en cuanto responsabilidad de protección).

La interpretación que realiza hoy Alejandrina Barry nos permite incorporar no sólo la visión actual del sujeto de la operación comunicacional, sino también completar la historia: “Me entregaron a mis abuelos después de varios días en los que estuve a cargo de las Fuerzas Armadas Uruguayas, apropiada. Creo que lo hicieron porque decidieron que yo era más conveniente para hacer esta campaña de prensa. La foto se hace en Uruguay, mientras me tienen los militares de allá. Y la campaña aparece después de entregarme a mis abuelos. Y tiene que ver con que los hijos de desaparecidos éramos un botín de guerra. Y a mí me usaron como un conejito de indias. Servían más para que ellos hicieran su publicidad, que apropiada. No es que me entregaron sin más a mis abuelos. Fue una decisión política. Me entregaron a cambio de poder hacer esa gran campaña. Me usaron para decir que los subversivos merecían morir porque dejaban solos y abandonados a sus hijos.”

Cada vez más la imagen de lo femenino peligroso pasa a identificarse con la concepción de maternidad antinatural (en cuanto contrapuesto a un estereotipo maternal naturalizado).

Es muy interesante, en ese marco, uno de los comentarios de Ignacio Lozana (propietario del diario La Opinión de Los Ángeles) y Edward Seaton (propietario del diario Mercury de Kansas) en un informe a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en 1978: “La mayoría de los diarios ignora la mayoría de los secuestros. Por ejemplo, pocos quisieron cubrir la desaparición de 10 dirigentes de las llamadas Madres Locas que se reúnen los jueves frente a la sede presidencial”.

Lo que se trata de remarcar en esta frase no es el hecho operativo del secuestro del primer grupo de Madres en la Iglesia de la Santa Cruz, sino la forma en que son presentadas y definidas por los editores de la prensa argentina ante sus colegas norteamericanos: Madres Locas. Dado que su presencia no puede ser ocultada o destruida, se busca desprestigiarlas negándoles la doble legitimidad de su maternidad en rebelión: se trata así de desconocerles el estatuto simbólico materno y la racionalidad de su demanda, estableciendo una exclusión social por locura.

Los años 1977 y 1978 constituyen, pues, un momento de transición en la identificación del nuevo perfil del enemigo femenino y en la búsqueda de estrategias para neutralizarlo; oscilando entre la eliminación física, que va resultando progresivamente inviable, y la deslegitimación moral, que va apareciendo como una opción de enorme dificultad. Esta última alternativa es, sin embargo, imprescindible. Recordemos que Antonio Gramsci nos enseña que, para construir eficazmente poder, los sectores dominantes requieren que su discurso hegemónico sea emitido desde una pretendida “superioridad moral e intelectual”.

El año 1979, la Dictadura se prepara para recibir la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y enfrentar lo que prevé será un duro golpe a su imagen internacional. Para tratar de impedirlo, va a utilizar todos sus recursos y ello la llevará a montar una operación comunicacional en la que vinculará, en forma conjunta, recursos de los aparatos clandestinos y de los aparatos mediáticos: el reportaje en Para Ti a la madre de un desaparecido que es a la vez una desaparecida. Está por concretarse lo que quizás sea el momento más oscuro del periodismo argentino.

 

* Docente de la FPyCS y miembro del Proyecto de Investigación y Extensión “Medio y Dictadura».


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