Por Roberto Álvarez Mur
En tiempos de política convertida en espectáculo «on demand» y donde los debates empiezan a largar baranda a frivolidad mientras los salarios se caen a pedazos, son cada vez más las voces que, a fuerza de Twitter, YouTube y Twitch, buscan nuevas respuestas al malestar de época. En ese panorama, Leyla Bechara se convirtió en una de las referencias más destacadas en los últimos años, generando contenido y discutiendo fuerte en medio del pogo digital entre progres y antiprogres. La politóloga e influencer habló con Contexto sobre cómo pensar la idea de comunidad en lo virtual, el agotamiento de la «rosca» como forma, la antipolítica de estar «basados» y el desafío de llevar adelante un streaming combatiendo al capital del algoritmo. Si acaso tal cosa puede lograrse, ¿podrán?
A finales del año pasado hablaste del problema de «romantizar la rosca» en la política argentina. ¿Qué significa eso y cuál es el peligro?
La idea de que romantizamos la rosca lo planteé sobre algo que pasó en 2022, que imagino nos pasó a todos a los que nos interesa la política. Estábamos saliendo de una pandemia, lo cual deshabilitó muchas de las formas que conocíamos de la militancia, y la única oferta que hubo era el sobreanálisis de jugadas políticas, de negociaciones, de renuncias, de operaciones, como la única forma de acceso a la política. Es decir: si nosotros podíamos ser capaces de interpretar mejor la jugada de Cristina con tal carta, la renuncia de Máximo de tal manera, estábamos más «basados», éramos más rosqueros. Y ahí hubo un compromiso entre la política y quien hace política que para mí era vacío en algún punto. No tenía definición de amigo-enemigo, sino simplemente ver quién era el más rosquero. ¿Ante quién, sobre quién, en defensa de qué intereses? Y después vino el 2023 y, bueno, pasaron cosas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de rosca?
Pienso en la rosca como una práctica política que no tiene nada que ver con el realismo político sino, creo yo, con una estetización de la forma de la política del «hay que cagar al otro». Ni siquiera es una negociación, es como un juego de naipes. Es parte de la dinámica que venimos teniendo desde hace muchos años en la que se reivindica a los más rosqueros como aquellos que cagan más gente, en una negociación que sigue siendo poco transparente. La búsqueda de estetizar eso, hacerlo como lo performático, como lo que se muestra, rompe con el criterio del secreto. La idea de que se muestren tanto las cartas con que uno juega, más allá de la pata negativa que es esta lógica de cagar al otro, en algún punto hace que todos podamos formar parte de este secreto de la política, que es el de no explicitar todos tus movimientos. Es decir, hay un enemigo del otro lado, y reivindicar tus jugadas en un escenario tan público como en el que nos manejamos, en las redes sociales, para mí termina siendo una forma de estetizar la política denigrando su contenido principal que es la lógica del amigo-enemigo y el respeto por el secreto, en el sentido de que tus intereses no pueden estar manifiestos todo el tiempo porque tu enemigo sabe tu próximo movimiento.
¿En qué momento y por qué motivos creés que empezó a darse esto de que la rosca avance por sobre lo político y las ideas?
No sé si tengo una respuesta trabajada realmente. Pero sí me parece que tiene que ver explícitamente con la interna del peronismo. Primera pregunta que me hago: ¿quién no quisiera conducir el peronismo? Segunda pregunta: ¿cuáles son los mecanismos que existen en el peronismo para no solo renovar la dirigencia, sino también habilitar la discusión política? Y tercera pregunta es: ¿por qué no había otra alternativa? Entonces, si uno piensa que el peronismo está muy partido y que hay una interna feroz, y en este momento se logra denunciar el vacío de «no hay conductor, no hay conductora», ¿por qué la última alternativa para pensar la renovación de esa conducción es la rosca? Sospecho en algún punto que tiene que ver con lógicas de control y disciplinamiento sobre la dirigencia y sobre todo de cercenar la discusión política.
¿Hay algo intencional entonces en esa dinámica, y no simplemente producto del no saber cómo resolverlo?
Hace algunos meses capaz te decía «no, es un error, no la estamos viendo», pero a esta altura creo que no puede ser que no la estén viendo. O sea, algo tiene que estar pasando ahí como para que esté tan cerrado todo. Es importante entender que lo que la rosca hace es tener el monopolio de la información. Quien tiene más información puede cagar más al otro. Ahora, si eso se hace explícito y público y de carácter casi estético, lo que termina sucediendo es que lo que de verdad es político, que son las ideas, su contenido y las formas en que esas ideas pueden ser actualizadas, eso no tiene lugar, porque lo que importa termina siendo la información que circula. Y la información que circula es de una calidad muy baja en términos políticos y además muy limitada.
Hablás de las ideas como lo genuinamente político. ¿Cómo se encara ese desafío de priorizar las ideas por sobre la negociación permanente, la especulación de poder y la «realpolítik» de los resultados?
Eso es algo que se discute mucho en espacios como el streaming de Cabaret Voltaire. Lo más lindo de la época es que estamos dialogando y nos estamos encontrando compañeros y compañeras que quieren ampliar la vara de la discusión. Volver a las ideas como base fundamental, porque la rosca está agotada, porque no tenemos lugares de poder, y además porque las organizaciones y las estructuras burocráticas nos han expulsado. Y en última instancia porque es lo que nos queda. Tenemos las ideas, tenemos el marco teórico del peronismo, el marco teórico del pensamiento nacional. Tenemos la evolución de las ideas en referentes que escribieron. Tenemos material para nutrirnos. Hoy estamos en búsqueda, ya que vemos que lo que circula en lo público, los medios tradicionales y las redes es vacío, es la chiquita. En ese debate que se arma entre el pragmatismo y el idealismo hay que considerar que este proceso va a ser largo. Simplemente porque estoy en contra del «aceleracionismo» como idea. No planeo que la gente se la choque, no planeo que haya muertos, que las corporaciones se hagan con mi patria. Entonces yo tengo que estar en un plano de discusión mucho más abierto y mucho más dispuesto a pensar, fracasar, errar, volverme a formar. Casi como volver al oficio, perfeccionar la técnica.
Algo así como volver al «potrero» de la política.
Si uno piensa cuáles son las condiciones de posibilidad de volver al potrero, vos tenés alrededor tuyo una cantidad de estímulos sorprendentes que todo el tiempo te demandan un lugar, una postura, para ser, donde se juega tu identidad casi, que es la propuesta de este capitalismo que estamos viviendo. Y en un punto es a la que todos adherimos, porque sin celular, sin Twitter, sin Instagram, aparece la idea de que no sos nadie. Estamos todo el tiempo estimulados no solo a consumir esa supuesta política que aparece, sino a producir en esa misma lógica. Abonar a esa lógica para ser, para existir. Entonces es complejo volver al potrero, porque ¿dónde está el potrero hoy? Creo que hay algo destacable en intentar renovar y actualizar esas discusiones e ideas en marcos contemporáneos, pero que en un punto no se trata de volver a coser con aguja si hay una máquina que me permite coser más rápido. El desafío es poder adaptar a esos formatos discusiones e ideas frente a lo que te propone la modernidad.
Sin embargo, siempre suele ser conflictiva la idea de renovación en lo político, lo ideológico. Están los que piden «aggiornar» todo y los que quieren ponerse más tradicionalistas que nunca.
Perón en algún momento en el exilio planteó que «ni los muchachos que quieren hacer la revolución a cualquier costo, pero tampoco los que están esperando que no pase nada». Y yo creo que ahí hay una clave en esa frontera, que creo que tiene que ver con la tradición y el mito fundacional. No se trata simplemente de agarrar del mito del pasado y traerlo a la modernidad, sino justamente es pensar cómo generar un nuevo mito del que todos se sientan parte, del que la cultura pueda ofrecer algo y que efectivamente la política pueda llevar adelante. El desafío es pensar un nuevo ritual. Creo que podemos incidir lo suficiente desde el ámbito de la literatura, de la música, de la poesía, del cine, de la creación de contenidos incluso.
¿Cómo dar lugar a este tipo de ideas y debates desde el mundillo de las redes sociales y las plataformas donde, justamente, siempre prima lo autorreferencial y el personaje canchero por encima de un mensaje?
Esto te lo digo en términos individuales, yo eso lo suturo con organización colectiva, con conversación con colegas, con articulación con colegas. Te hablo en tanto influencer o creadora de contenido, no pienso la «marca» como aislada del contexto, del diálogo, de lo que significa aquello que consume la comunidad o la audiencia. En ese sentido trato de tejer redes y dar conversación con quienes están en la misma. La búsqueda es un poco dialogar no en términos de que todos pensemos lo mismo, sino en sentido de generar un marco de conversación parecido. Que incluso trabaje con la frustración de no encontrar todo el tiempo lo que uno quiere en la pantalla. Mi estrategia es un poco «cumplo con los mandatos del algoritmo» y otro poco trato de romper esa barrera. Dislocar creo que es la palabra.
Byung-Chul Han, que ha sido el teórico «de moda» de los últimos años, plantea que en lo digital hay comunicación pero no hay comunidad. ¿Cómo ves esa idea, siendo que planteás lo colectivo desde esas plataformas?
Entiendo que se puede pensar una respuesta en torno a los «rituales de iniciación», cómo alguien se suma a una comunidad, cuáles son los criterios que alguien debe compartir con uno para ser parte de una misma comunidad, y cómo ser legítimo. Y ahí es donde debemos ofrecer esos rituales de iniciación quizás menos frívolos, menos capitalistas, menos liberales. Que la barrera no sea baja, que de hecho está bajísima, sino que demande un poco más de compromiso. La idea de «compartí un flyer y ya soy militante activista digital» me parece que quedó obsoleta. Y es desafío de quienes tenemos el alcance el pensar esos rituales de iniciación con un poco más de contenido. Pensar cuál es el compromiso de una comunidad para sentirse parte y estar pensando y activando por la causa de esa comunidad.
Si hay tanta búsqueda de nuevas respuestas en influencers y referentes en redes sociales, ¿hay una «orfandad» de liderazgos en la política y, en particular, en el peronismo? ¿Qué pasa con las respuestas que debería dar la dirigencia real?
Yo vengo jubilando a la dirigencia desde hace mucho tiempo, me parece que ya no estoy sola en eso [risas]. Pero fuera de chiste, pienso mucho en eso porque la orfandad la sentimos todos. Estamos perdidos, estamos precarizados y deprimidos. Mi diagnóstico generacional es un poco ese. El tema de cómo resolver eso, en nuestro país es el peronismo el que suele ordenar todo eso. Ahora, ha recibido un gran golpe, ideas foráneas sacaron un 56 % de los votos y estamos en pampa y la vía. Hay lugar para mirar que claramente es Cristina y que cada vez que sale molesta un poco más, hay algo de incomodidad por las cosas que dice y cómo actúa, que tiene ver con el enojo en este momento por el resultado electoral. Yo lo planteo en una horadación de la dirigencia en general, que empieza con la interna de 2022, pero que se profundiza con una Cristina proscripta a la que solo le demandan ser candidata. Entonces, si hubo una forma sistemática de socavar la palabra de la conducción, solo me queda pensar que esa conducción ya estaba rota. Que el lazo con el pueblo no estaba consolidado. En el medio está la complicación de no haber formado cuadros políticos lo suficientemente avivados, ágiles, como para contener a las masas en el momento en que la conducción está en crisis. No tenemos nadie que nos calme en términos de programa político, ideales, praxis, que nos diga «chicos, esto es lo que hay que hacer».
¿Hay voces y referentes pero no suenan creíbles? ¿Es una crisis sobre qué es legítimo y qué es «careta»?
Las voces están todas muy deslegitimadas. Tenés a Guillermo Moreno, que parece un loco suelto pero que es un soldado de la doctrina; después tenés a Martín Guzmán, que es el ministro de Economía que básicamente abandonó el Gobierno en un momento crítico; y después tenés al kirchnerismo, que perdió las elecciones. ¿Qué voz es legítima en todo eso, a quién le voy a creer? Una de las cosas que más nos moviliza es saber que hay muchos compañeros que están decepcionados de la política. Que no solo están decepcionados de la política, que están deprimidos, que no ven futuro, que están cínicos. Prefieren tuitear basados antes que encontrarse con un otro y pensar algo juntos. Si en nuestra generación todo lo que se ve alrededor está tan podrido la intención es un poco elevar el espíritu, la voluntad. Que hay algo que nos trasciende, que es la patria que amamos y que amaron otros antes. ¡Esto es una pelea histórica del país, la oligarquía contra el pueblo! Hubo otros antes, el legado es histórico.
En esa búsqueda de generar comunidad y compromiso, ¿no hay un riesgo de caer justamente en lo que señalaste antes de creer que militancia es «compartir un flyer» e irse a dormir tranquilo con uno mismo?
En principio, no creo que la gente que comparte un flyer y así se siente mejor y va a dormir tranquila. Descreo de eso porque literalmente la vida económica que estamos llevando adelante es catastrófica. No hay nada que me pueda hacer sentir mejor, ni un flyer, ni un video, ni un podcast, ni una meditación. Nadie encontró la pólvora para esto. Ahora, respecto a lo que busca el sistema, esas formas que se nos ofrecen de posicionarnos frente a esta crisis, es una propuesta en términos estéticos. Compartir un flyer, posicionarme, seguir a alguien, no es una posición en términos prácticos ni espirituales ni de ideas, es solamente lo que son las redes sociales, una aplicación de autodiseño: me subjetivo en la medida en la que yo le cuento al resto mis intereses, que ni siquiera es al resto, es al algoritmo. ¿Con quién estoy haciendo política?, ¿con el algoritmo al que le digo todo lo que pienso todo el tiempo, o con los míos con quien trato de construir quién soy?
¿Pensás en el riesgo de que a vos misma, a tus ideas, tu contenido, tu mensaje y tu reflexión en las redes digitales se termine convirtiendo en un producto mercantil, en puro consumo, por esa misma lógica del algoritmo?
Todo el tiempo, sí, es la razón de cómo seguir, resguardarse, cambiar de formato, pensar otra cosa, invitar a otra persona. Es la pregunta que aparece para cualquiera que se quiera dedicar a eso. Estás en el sistema, no estás afuera, estás jugando ahí y son las reglas. Pero también el sistema tiene fugas. Y además creo que nos queda todavía inteligencia y soberanía intelectual, en la que las preguntas hacen eco. En vez de adoptar una actitud del «basado», adoptar una actitud más de la pregunta, de la duda, que es justamente lo que el sistema no permite: que estemos en el limbo de la no verdad, de la confusión. ¡No se puede estar confundido en ningún aspecto de la vida! Ni en las relaciones, ni en la ropa, ni en la música. Y ese creo que es un lugar a explorar. En la propuesta del pensador Bifo Berardi, es el lugar al cual fugarse.
Hablaste varias veces de los «basados», de esa soberbia virtual de «son todos giles menos yo que me las sé todas». ¿Hay algo de creer que por googlear tenés conocimiento de cualquier cosa y tenés razón en todo siempre?
Hay algo de la actitud de «basado» que tiene que ver con una forma de pensar la política y la comunicación de la política que es una visión cínica de las cosas. El basado es cínico respecto a lo que sabe y respecto a lo que saben otros. Es una persona que puede adoptar la forma incluso hasta de descreer de sí mismo, porque el que está basado es cínico de por sí y tiene que descreer de la verdad de las cosas porque si no deja de estarlo. El efecto riesgoso de eso es la imposibilidad de acceder colectivamente junto a otros a una verdad superior, a una causa, a un programa político, al Mito. El basado está aislado, muy solo, y se regodea de esa actitud porque puede puede ser Dios de algún modo, «Wikipedia soy yo».
Hay algo de antipolítica detrás de eso, de creer que uno está más allá de todo para no hacerse cargo de nada.
Sí, totalmente. Hay un crítico de cine que queremos mucho, Ángel Faretta, quien habla del progre y antiprogre como dos caras de una misma moneda, en términos de decir «lo revisamos todo y somos re posmodernos y todo es una verdad relativa», o efectivamente «hay una verdad que yo tengo y nadie más tiene y no voy a dejar acceder a otro porque me quita mi lugar de poder». La reflexión de Faretta es: ¿no hay otra moneda de curso, no hay otra forma de hacer que circule la idea sin descreer de todo o sin ser totalmente un mago?
Respecto de eso, están los que consideran que internet es una matrix que tiene a todo el mundo hipnotizado como zombie y los que creen que es una especie de democracia global sin intermediarios donde todos pueden opinar libremente. ¿Vos cómo lo ves?
Alguna vez llegué a creer que estaba haciendo una revolución porque tenía una comunidad de seguidores, y después me encontré con la ansiedad y la depresión que da estar todo el tiempo conectada. Nosotros como una generación que las vio todas, que vio todos los avances, que pasó de jugar en la calle y andar en bici a estar en pandemia jugando «Among Us» vía Zoom encerrados hasta las 6 de la mañana. La novedad parece revolucionaria, pero el efecto es completamente restrictivo.
A tu generación se la suele ligar a la idea de éxito y progreso que propone el neoliberalismo, el dinero fácil, salvarse como puedan lo antes posible, o al menos eso es lo que se intenta instalar. ¿Cómo ves eso en la juventud?, ¿qué preocupaciones, miedos, perspectivas y deseos se juegan ahí?
Yo vengo del interior, de un pueblito de la provincia de Buenos Aires que se llama Santa Regina, y hace poco en Twitter se armó un debate sobre la Universidad pública. Me puse a sacar cuentas de que la única de mis compañeros de escuela que fue a la Universidad fui yo. Hubo compañeros que hicieron terciarios o profesionales técnicos, pero en término de carrera de grado fui yo. Eso no es comparable con la experiencia de un chico que fue al Carlos Pellegrini en Buenos Aires. Lo cual me hace pensar en qué tanto hay de realidad y virtualidad en las demandas y preocupaciones de los jóvenes que viven en Argentina. Están en planos distintos, pero hay uno claramente material, que tiene que ver con la idea de que ya no te podés hacer una casa, o que es más difícil armar familias. En el interior se celebra que alguien se case, que tengan hijos y una casa. Recuerdo que en un momento, cuando un compañero se compraba un auto, se sacaba una foto con el auto, después de mucho esfuerzo, lo mismo con una casa. Esas cosas ordenan mucho. Y creo que hoy el problema mayor es que se nos ha convencido de que a esas cosas uno llega solo. Y si no llegan, son fracasados. La idea de éxito y fracaso está atada a lo material en algún punto. En las aristocracias intelectuales de las grandes ciudades esas son preocupaciones que aparecen por lo bajo, en general se toman como solventadas y resueltas, pero que por empatía o análisis social uno ve que no están solventadas para todos. Creo que hoy es completamente vital entender que no tenemos resuelta la subsistencia y que el fracaso mayor que se juega es que lo tenemos que resolver solos. La idea de que tu familia o que el Estado te banca en tu proyecto se fue perdiendo. No compartimos más que la desesperación por falta de futuro.