Por Carlos Barragán
Se puede leer hoy en Página/12 una entrevista al ministro del Sistema de Medios y Contenidos Públicos, el comisario Hernán Lombardi, donde argumenta el porqué del fracaso de su gestión, el porqué de los recortes, del ajuste, los despidos, la baja calidad de la oferta de los medios estatales, la mediocridad de sus propuestas, la destrucción de la audiencia y el desconocimiento de los derechos de su trabajadores declarando la guerra a los sindicatos. Los argumentos del comisaro son sencillos, son falsos y en el fondo también estúpidos. Expresando que están “felices y satisfechos por lo que se hizo” supone que le alcanzará para demostrar que sus gestión no es pésima. Con los conceptos de austeridad, sinergia y racionalidad cree que explica el vaciamiento y la destrucción. Y con el concepto de “seisieteochismo” cree explicar que sus medios son plurales y de calidad.
Esta vez no voy a dedicarme a opinar sobre Lombardi. Apenas quiero dejar un testimonio sobre su persecución política, que ratifica dedicándole varias frases a esa cuestión que para él es central.
“El seisieteochismo había penetrado todo. Hoy no está más. Hoy se expresan todas las voces.”
“A 678 yo fui solamente una vez. Quería derecho a réplica y me dejaron dos horas en la puerta.”
“Si pensamos que los conductores de ese programa conducían todos los programas de la radio, salvo uno que era conducido por el director de Tiempo Argentino… No es un solo programa. Es seisieteochismo.”
“Básicamente lo que se hacía en 678, el seisieteochismo, era mal periodismo, porque tenía una visión unívoca.”
“Sí, estamos convencidos de que hicieron mal periodismo. Un periodismo sesgado.”
El comisario Lombardi, que estrenó sus jinetas haciendo una razia en Radio Nacional contra todo aquel que, según él, hacía “mal periodismo”, hoy utiliza ese operativo policial como un logro de su gestión democrática. Lo de policial no es un eufememismo ni un chiste, es que durante varios meses el comisario se dedicó a hacer público que esos periodistas en realidad eran peligrosos fanáticos, corruptos, violentos, ñoquis, mentirosos y venales que saqueaban las arcas del Estado (lo pueden encontrar en los diarios de la época). Nada de esto es nuevo. Tampoco es nuevo que me ponga a escribir al respecto. Lo que sí es nuevo, y me mueve a escribir nuevamente, es que a veintiocho meses del comisariato de Lombardi, y cuando ratifica y se jacta de perseguir periodistas por hacer “mal periodismo”, no haya todavía una reacción de las asociaciones de periodistas del país ni de los políticos. Cuando un ministro expresa públicamente que es su potestad decidir quiénes hablan y quiénes se callan en los medios; cuando un ministro públicamente expresa que él decide qué es buen periodismo y qué es mal periodismo; cuando un ministro públicamente expresa que fue su decisión quitar de los medios a un grupo determinado de periodistas; cuando un ministro confiesa orgulloso que ejerce la censura y la persecución política sobre un grupo de periodistas, sería esperable que las instituciones democráticas y las agrupaciones del sector lo denunciaran, le pidieran explicaciones y también su renuncia. El Poder Judicial, si recuperara un mínimo apego a las normas y valores democráticos, con cualquier fiscal lo podría llevar a un juicio, y estas declaraciones alcanzarían para encontrarlo responsable directo de difamar, calumniar, hostigar, discriminar, perseguir, promover el odio, y desde su lugar de poder condenar al ostracismo a una docena de periodistas. Los legisladores podrían convidarlo a dar explicaciones de cómo es que se jacta de perseguir y silenciar periodistas en un Estado democrático. Hernán Lombardi nuevamente nos enrostra y se enorgullece de llevar adelante su gestión como un comisario, violando el derecho humano a la información. Me recuerda a otros comisarios orgullosos.