Por Ramiro García Morete
“El ritmo del riesgo es una síncopa caliente/Un fuego negro y las estatuas ardiendo en este calor”. Se toca como se vive, dirá Emiliano Pasquier. Es uno de los mantras que envuelven a los tres. Inclusive cuando eso ocurriera tras una jornada de call center con acúfenos y la voz rota, como chofer y la espalda dolorida o como gruista de Siderar. Será todo ese dolor y hastío que emerge incontenible, “siempre de adentro hacia afuera y no afuera hacia adentro”. Un cable pelado, definirá aquel primer concierto en diciembre de 2017. El televisor apagado, cuando en los ensayos se desmayó de cantar “Estaño” con las entrañas y llevar al límite su nuevo instrumento. Y es que desde los 15- cuando su hermano tocaba la batería y su padre escuchaba “rock suave” , como no querrá (pero sí) definir a The Beatles- el bajo sería el primer amor de Emiliano. Iba al Industrial N° 2 y Leandro le enseñaría a tocar ese Ibanez Silver “con una Z a lo Dragon Ball”.
No sería igual para Facundo Faure, a quien conocía desde los 6 años jugando al básquet en C.E.Y.E. y cuya pasión principal sería -y seguirá siendo- esa. Sociable, voluntarioso y con tres lesiones importantes, el ala pivot seguramente cambiaría todo hoy por volver a jugar porque “es Dennis Rodman”. El ímpetu del admirado bad boy iría más allá de la camiseta en la foto de prensa sino en su tesón para canalizar en la guitarra la frustración de no poder jugar. En ese momento -una década atrás- se reencontrarían estos dos amigos del barrio… o ciudad… o patria.
Se toca como el lugar donde se vive, podrían decir. Dos trabajan en La Plata y uno en Ensenada, remarca. Y es que Berisso -¿o de qué otro lugar hablamos?- ya no responde a “ese realismo mágico” de ciudad industrial. “Hemos visto las ruinas. Fuimos testigos de ver los overoles de YPF a ser comerciantes y taxistas”, narrará no contra su tierra sino contra las políticas neoliberales. Por el contrario, el sonido estará sumamente influenciado por la fascinación que les despierta esta ciudad donde “conviven el monte y la industria de una manera muy tosca”. Y es que más allá de la raíz punk de Emi o el rock&roll de Facu, de Gang of Four o The Clash, está la geografía.
Y del otro lado de Berisso, en el barrio Banco Provincia, Maxi Jasin. Ya lo conocían de pequeño, cuando era más propenso a la palabra. Y de esa extraña banda donde todos cambian los instrumentos y el mismo Facu forma parte: Hagamos Mierda China”. Así que “hará cuatro años” (cuando Emi y Facu se decidieron armar algo y ensayar a medianoche a pesar de los piedrazos de los vecinos) su nombre no tardaría en orbitar. Tras la partida de Nico a Neuquén, la confirmación de todo sería que Maxi ensayara con El Candombe del Parque.
“Siempre está la orilla y el río simbolizando la libertad”. Y el candombe. La pieza y el pulso negro que faltaba para constituir este trío cuyo poder no corresponde al mote tradicional y donde el funk no nace del toque sofisticado. Por lo contrario, se trata de un ensamble frenético y arrebatado, orgánico y honesto, entre la energía punk y la sincopa, con una voz ardida que desde la garganta vocifera existencialismo, poesía y descontento. Un verdadero universo donde conviven Saer, YPF, Baudelaire y Don Cornelio. O como indica el tríptico y trilogía de EP´s, Río Ruido Ritmo. “Hacemos ruido con ritmo”, es otra de las máximas de una esas bandas que tienen claro lo que dicen y te lo dicen en la cara. Por cierto y por si no quedó claro: el nombre de esta banda es Las Flores del Bien.
Recientemente la banda editó una versión poco ortodoxa de “Beibi”, canción del gran Gustavo Pena (“El Príncipe”). “Siempre hacemos versiones -cuenta Pasquier-. Es una especie de juego. Y tratamos de elegir artistas que son diferentes. Tenemos una energía cercana al punk rock y la distorsión. Así que cuando elegimos canciones para versionar se trata de artistas más luminosos. Hemos hecho versiones de Miranda o Virus. Y elegimos al Príncipe porque es un artista que nos parece super luminoso. Un tipo que admiramos porque fue viajero, mutante, muy escurridizo y aventurero. También está esa fascinación por lo uruguayo”.
Aunque en apariencia nada los unes, ahí está el río. O como una de sus canciones, el “Ritmo orillero”. Pasquier asocia “la cuestión del ritmo con los laburos duros”. Y desarrolla: “Tiene que ver con esa alienación, con ir amasando esa bronca. Ir todo ese tiempo tenso, pensar en salir de ahí. Pero siempre siempre está la orilla y el río simbolizando la libertad. Está en todos los ep esa tensión entre el laburo y el ocio, la libertad y encierro. Nuestro esparcimiento es escaparnos al río”.
Esa relación también se palpa en sus vínculos con la literatura. “Nos gusta mucho leer y escritores que trabajan con la cuestión del río. Faulkner, Juan José Saer o Juanele Ortiz. Y tratamos de integrar”. Volviendo a lo musical, “no nos gusta decirnos power trío y nuestro estilo es demasiado angular para ser funk. No tenemos ese groove tan pulido. Es más punzante. Yo toco con púa, que para los bajistas de funk está mal visto”.
Pasquier habla con afecto y admiración de sus amigos, al señalar la sabiduría de Maxi y “los huevos” de Facu. “Me pasa algo y quizá va a sonar cursi:es la banda que siempre quise tener”. Y poco le importa la aprobación del resto. “A mí me gustan mucho la bandas que no te quieren enamorar de una. Y Las Flores del Bien no te quieren abrazar. No somos una torta de dulce de leche. Somos una anchoa. Al que le gusta le encanta y al que no, no. Además el rock está en un momento de transición. Un momento complicado. Si uno se pone a pensar demasiado, no me conviene. Pero uno va. Es pelearse contra los molinos”.
A esa adversidad histórica se le suma el contexto de pandemia: “Estamos tratando de encontrarle el ritmo a la cuarentena. Somos tan de sala que cuando fuimos a grabar, dejamos de lado el metrónomo. Ahora estamos con un proyecto de un tema más volado con un ex laburante de YPF. La idea es hacerle un paisaje sonoro. Y tenemos ocho temas para grabar. Son del 2018 así que son re contra re punk, imagínate”.