Por Ramiro García Morete
“Una vez que te pica el bicho del blues, no te lo sacás más”. Como corresponde a cualquier niño de nueve o diez años, no tenía barba ni pelo largo. Por ende aún se llamaba Fernando y no Checho, como de grande lo bautizarían por un célebre futbolista. Lo que sí había crecido en él era la fascinación por la música, quizá por las colecciones tangueras de su padre. Muchos años antes de dejar de “rascar” la guitarra por un asuntillo de salud, sus manos curiosas tenían una costumbre al arribar a casas ajenas: escarbar en los discos. Spotify no existía en 1980. En una de esas bacanales en Berisso, donde los parientes maternos expresaban toda su idiosincrasia “turca”, algo llamó su atención con el poder de una epifanía: un vinilo de Muddy Waters. Aún no explica qué hacía allí, pero ciertamente le voló la cabeza. No sabemos si habrá tocado en ese disco John Primer, quien junto a las plumas indias del jefe Eddy Clearwater y alguna otra leyenda ocupa alguno de sus recuerdos más preciados del ciclo.
Ciclo que podría decirse que comenzó a mediados de los noventa en la vieja casa de una mutual que “como gitanos” recorría el cuadrado con una banda estable y grupos invitados hasta ocupar el desaparecido Hottis. Pero su propio ciclo viene de antes, cuando en la adolescencia los Rolling Stones le dispararon hacia aquel descubrimiento infantil. Como habrán hecho individualmente los cinco que forman parte de la mesa chica del ciclo como los diez o quince que colaboran, no paró de indagar. BB King, Steve Ray Vaghaun, como punto de inicio. Y hacer del blues casi un estilo de vida. Tanto que después de la crisis de 2001, cuando el viejo Club de Blues Local retomó actividades pero se fue inclinando hacia el rock, lo fue decidiendo inspirado en el mítico Blues Special de Buenos Aires.
En 2013 Fernando “Checho” D’Ignazio y colegas inauguraron un espacio referencial del género nacido en el Mississippi y expandido al mundo. Con centenas de notables músicos locales, nacionales e internacionales que desfilaron por el escenario Héctor Bullich, el emprendimiento copó las instalaciones del bar Rey Lagarto un año después. Y desde entonces se convirtió en un rito platense para músicos, aficionados y curiosos, afrontando la crisis económica y las modas del momento. Porque, como canta la banda estable, “por suerte llega el viernes y me voy al Maldito Blues Club”.
“Séptimo año. Sí, el lobizón”, se ríe D’Ignazio. “Es una cosa importante, sobre todo con el género que trabajamos. Como dice una banda amiga: el blues paga mal. No es un género tan popular si bien es muy querido por la mayoría. Porque siempre digo que si llegás a la casa de alguien y el tipo tiene puesto blues, no vas a decir: che, sacá esa cosa. Y por ahí con otros estilos puede pasar. El blues se mastica bien. Y siete años en la ciudad de La Plata es algo valedero”.
El también conductor de un programa radial que se emite los domingos a las 20 hs por FM Cielo considera que incide mucho la continuidad en Rey Lagarto. “No sólo porque es un lugar que nos sienta cómodos. Sino porque la gente tiene un lugar que sabe dónde tiene que ir. Tiene eso de ritual. Hay un eslogan de la banda estable: ‘Por suerte llega el viernes y me voy al Maldito Blues Club’. Sabés que está, sabés el lugar, no tenés que andar buscando en una agenda. O en un diario. Eso da tranquilidad al público y a nosotros”.
Eso ha sido fundamental. “Sobre todo en un 2018 que calculo que debe haber sido uno de los peores años de la historia del país. Y lo sacamos dignamente al córner, porque para lo que fue el año pudo haber sido peor. Tuvimos la suerte de que la gente respondió bastante. Obviamente bajó la cantidad de convocatoria, pero es entendible. A la gente le cuesta tener plata para una entrada”.
Respecto a la curaduría y la elección de números, cuenta que charla con los integrantes del club. “No somos tradicionalistas o fundamentalistas del blues. Eso me lo guardo en mi casa o para escuchar en el auto. Lo nuestro apunta a eso: un tipo que toque delta blues y otro, por ejemplo, que haga blues rock a lo Joe Bonamassa. O una big band o algo más a lo Chicago. El blues es tan amplio dentro de sí”.
D’Ignazio asegura que le gustaría que hubiera muchas más mujeres en el Maldito. “Pero lamentablemente no hay tantas mujeres que se dediquen al género… al menos en La Plata. Sí han venido muchas de Capital”.
Con shows todas las semanas (este viernes se presenta el reconocido Chris Cain) y también lugar para zapadas o improvisaciones, muchas veces público y músicos son lo mismo. “No sabés quién es quién. Son muchos músicos y lo bueno es que le decimos eso a las bandas: esto está hecho de los músicos para los músicos. Hemos armado un grupo de gente que entiende lo que es el blues. Lo complicado era eso: conseguir músicos y que tuvieran blues”.
El expresivo coordinador de Maldito titubea ante la vieja pregunta: ¿Y qué es el blues? “Aunque suene a lugar común, es un sentimiento inexplicable. Esto para tocar se siente. Se estudian sí algunas cosas. Pero básicamente se siente y si no, no lo podés tocar. Yo no lo toco, pero lo siento y lo puedo expresar desde otra parte. Es algo que me moviliza mucho, es parte de mi vida obviamente. No lo dejaría jamás. Cuando estoy mal escucho blues, cuando estoy bien escucho blues. Totalmente movilizador, al menos para mí. Es una pasión más grande que un equipo de fútbol. Pasa por otro carril”.