Por Ramiro García Morete
La foto que no sacó le tomó más de seis horas de espera. La protagonista de un triste y célebre caso que sacudió a la opinión pública era aguardada por decenas de periodistas a la salida de una audiencia judicial. Igual que cuando comenzó asistiendo a su hermano Marcelo en fotos sociales, más por el deseo de escapar de San Pedro que por vocación, pudo ver algo distinto mientras bajaba la escalera.
“Mirás todo desde otro lado. Estás como más liviano. Si sos pillo, captás un montón de cosas. Que a través de la cámara no lo ves”, recordará sobre aquellos tiempos de asistente y che pibe “solo por hacer unos mangos”. Poco después y con los restos de rollo de la Nikon F70 de su hermano practicaría con Agustín en aquel luminoso departamento con solo dos colchones junto a La Terminal. De chico no había tenido mayor vínculo con la cámara que ser retratado, casi como hoy hace con su sobrina Ernestina. Sin mucho más que algún curso y las bondades digitales de la prueba y el error, “después me fui enamorando”. Al igual que jamás sale “a buscar fotos” sino que se las “choca” yendo de aquí para allá con su Olimpus o Canon G15 de bolsillo, encontraría más que un oficio: un amor. Porque así como en un semáforo podés cruzar a un Papa Noel hedonista mirándote de la ventanilla de un 275, hay señales y momentos que no se pueden dejar pasar. Es como la luz: si no se captura, se pierde.
Mucho más claro lo tendría al trabajar haciendo “sociales”, donde esas ceremonias también le enseñarían algo más que la delicadeza de lo irrepetible: todo el mundo quiere verse bien. Quizá fue allí, además de su capacidad de generar confianza con los músicos, que desentrañó uno de los secretos para ser sin dudas el mejor retratista de rock de la ciudad. Son los artistas los protagonistas y los que tienen “algo para decir”. Verborrágico en lo cotidiano, pero concreto cuando de conceptualizar el oficio se trata, recurrirá constantemente a esa expresión. La foto debe tener, además de buena luz, algo que decir. Y la vez, no significar algo concreto. Como aquel matrimonio cenando en Mar del Plata, que al parecer “llenaban su boca porque no tenía nada para decir”. La escena, en un hotel semivacío, sería suficiente para sacar la cámara en medio de un viaje al cual había ido solo para pasear. Faltarían unos años para obsesionarse con sacar fotos todo el tiempo al punto de correrse un poco y abrir paso a la música. Pero lo cierto es que en la fotografía todo se trata de elegir.
Y aquella foto eligió no sacarla. Con la cámara baja y la decepción en el rostro del entonces corresponsal de Diagonales, sus colegas no entendían a la par de disparar flashes sobre esa mujer que rodeada de policías y la cara tapada salía de la audiencia. “¿Por qué no sacaste la foto?», le preguntarían en la redacción. “Porque no era ella. Yo vi que era otra persona. Ella no era la que salió”. “Hubieras sacado igual… ¿la gente qué sabe?”. Para bien o para mal, el muchacho de los grandes retratos, de una notable intuición y exquisito manejo del contraste, no suele tener mucho filtro. Si piensa algo lo dice, si le gusta algo lo hace. Y si no, deja de hacerlo. Posiblemente no fuera por ética periodística o alguna bandera de la noticia ni por no ser “pillo” que no sacara aquella foto. Sencillamente no debía sacarla. No tenía nada que decir. No era verdad. Y –en cierto modo– sin verdad no hay luz, que es lo que más importa en una foto según Manuel Cascallar.
“La luz. Y qué es lo que estás diciendo –reafirma el fotógrafo–. Veo las cosas a través de la luz. Después… los hechos… Podés ver miles de cosas”. Y extiende: “Puede ser la belleza en sí, o que te haga ruido porque sí. Este último tiempo estoy reencontrando fotos y son cosas que me fui cruzando en la calle. No que es que son de un trabajo o desarrollando algo. Todo casual. Las miro y siento que tienen una cuestión documental e irónica, medio ácido”. Sin embargo, aclara que el significado de una foto es “como con una canción. El chiste es no contar nada. Y que interpreten lo que les guste interpretar”.
Limitado como todo el mundo por la pandemia, Cascallar no solo extraña los escenarios cantando al frente de Borrego sino que padece la falta de trabajo. Por ello es que ha decidido poner algunas de sus fotografías a la venta a precios más que accesibles. “La cuestión de venderlas no tanto como arte sino como un objeto visual que tengas en tu casa. Sé que hay fotos mías en el baño y está buenísimo”. En cierta manera, ha oficiado de inconsciente retrospectiva: “Son documentales de mi vida. No las fui a buscar, me las fui chocando. Me acuerdo cada situación de mi vida en cada foto.”
“Me acuerdo de una foto de unas nenas en San Pedro –evoca–. Soy una bola de nervios antes de laburar. Iba a trabajar saliendo de la casa de mi viejo en San Pedro. Y veo un Renault 12 destartalado con un carrito y las nenas atrás. Una se tapaba con ese plástico que reventas. Automáticamente saqué la cámara. Algo me transmitió, algo me conmovió de la situación. No me dio tristeza sino ternura. Porque a esa edad capaz que lo mejor que le puede pasar… viajar detrás de un carro, con una amiga o una hermana. Es hermoso. Mucho tiempo después se la vendí a una piba que está escribiendo una novela y le disparó ideas para seguir escribiendo una banda. Y es una foto de hace diez años”.
Si bien su nombre se ha destacado y está muy ligado al mundo artístico, Cascallar rescata su experiencia y trabajo como fotógrafo de casamientos y eventos de esa índole: “Puedo pelearme con cualquier fotoperiodista y discutir qué te da más herramientas. El que me dice que no, que me lo discuta. Porque el social está subestimado. Vos si hacés fotoperiodismo, sos artista. Después te das cuenta que podés llegar a laburar para lo peor de lo peor y que te explotan. En el social estás vos solo. Y aparte de tener la foto, tenés que sacar linda la gente”. Esos conocimientos lo han llevado a ser muy solicitado por musiques por su capacidad de interpretar la estética o actitud. “Es que se trata de ellos, no de lo que quiero contar yo. Aunque por supuesto lo hago con mi mirada”.
Estilísticamente, Cascallar dice que “no me gustan las etiquetas. Sí creo que si ves una foto y más o menos sabés algo de mí, te das cuenta que es mía”. Con cuatro EP y un simple con su banda, más cinco simples en colaboración con otros cantautores, Cascallar sigue trabajando en fotografía pero la música se ha vuelto su prioridad. El frontman intenta responder sobre una posible asociación entre lenguajes: “Conceptualmente a lo mejor. Inconscientemente hay una relación. Imaginate que me puse a hacer canciones por ver un montón de cosas del otro lado. En la cuestión estética de un concepto musical. Y quieras o no algo voy armando, más allá de que van variando los estilos”.
Galería:
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