Por Ramiro García Morete
“Algunos se sientan a pensar/ que es lo que sigue cuando llega un final/ por ahí no es el más esperado/ y por última vez recorres las historias…» Sin eufemismo alguno, la pregunta quedó servida junto a la cena: “¿Qué es esta boludez de no estar tocando?”. Es que si bien habían dejado de tocar porque Gustavo Grazioli había optado por la escritura y el periodismo, jamás dejaron de juntarse. Como a los quince, ya fuera en la Unión Vecinal a puro pool y rockola o en alguna esquina, sacando con la criolla temas de Divididos o los Redondos. Vecinos de Aldo Bonzi, desde adolescentes compartían partidos de fútbol pero sobre todo recitales de bandas masivas o de culto como Naranjos: la música siempre sería el nexo. Y la ilusión de armar una banda.
Por eso alrededor de los veinte comprarían una batería para el garaje de Rita y Sergio, los padres de Gustavo que al día de hoy reciben amablemente los ensayos e inclusive se construyó una sala en la parte alta. Los primos Gabriel Bastone y Nacho Marcora ya tocaban la guitarra y Gustavo –que aprovechó para estudiar batería unos meses– relegaría el puesto a su también primo Mauro, primer baterista antes de Juan Baquetas. “Vos vas a cantar –lo desafiaría Mauro–. Si sos un caradura…”. Sus improvisaciones públicas en Bar Aldo y el clásico interno “Bonzi no es Palermo” avalaban la teoría, igual lo apoyaba esa convicción por decir cosas. Desde Patti Smith a Luca, pasando por consejos como los de Javier Martinez (“solo me junto con músicos que lean libros”), su concepción del acto musical siempre estuvo ligado a la palabra y a los que su padre decía: libros y adoquín. Un Laney 65 que aún conservan amplificaría un sonido al cual siguen abrazados: la distorsión. Sin micrófono, el declamador se haría cantante a gritos. “Oh amada libertad” o “Nazisociedad” emergerían como primeros temas y un rumbo afiliado a cierta herencia de guitarras filosas, sonido orgánico y un discurso poético pero empapado de realidad. Ya fuera el debut en la plaza de Tapiales o aquella noche mágica en San Justo junto a Chanfle –cuando el público les devolvió algo que no cabe en palabras– la banda cuyo bajista y uno de los compositores es Pablo Prandi, sostuvo amistad, búsqueda y dirección. Por eso el 23 de febrero pasado Gustavo no solo decidió festejar su cumple sino hacerlo de nuevo con la banda celebra diez años y sigue dándole para adelante: Manzanitas.
“Ahora puntualmente estamos con la cabeza metidos en el festejo –introduce el cantante a la fecha de este sábado 30 a las 21 en el JJ Circuito Cultural junto a Free Anguila–. Y maqueteando canciones con la idea del año que viene de grabar un disco. Focalizando para un show largo, como si fuere un cuentito: principio, desenlace y final”. Esa concepción narrativa se traslada a las canciones: “Las letras son importantes para nosotros. Desde el principio dijimos: tengamos en cuenta que si vamos a hacer canciones que las letras sean importantes. La voz es importante en la ubicación porque está contando algo o narrando algún tipo de desencuentro con las cuestiones actuales de la música o alguna situación sociopolítica. No hacemos música de protesta, pero siempre tratamos de poner algo”. Y agrega: “Lo que pasa es que es muy difícil abstraerse del contexto. Y más en estos tiempos porque pega muy fuerte. Hacerse el sota sería de un hipocresía muy grande”.
Ese lugar preponderante de la voz se vio potenciado por la dinámica inicial, en la cual “los chicos empezaban a tocar algo, yo metía la letra y se iba armando el Frankenstein. Después empezamos a trabajar más con el bajista y el violero. Por ahí Pablo me tira unas líneas y yo le devuelvo algo cantado. Que suenen las palabras con la música. Pero sin perder la espontaneidad de la sala”.
Trabajos como “El gusano máximo” expresan la potencia de una banda que apela al sonido orgánico de sal: “Somos vieja escuela y nuestro lenguaje sonoro o pasa por ahí. Si bien queremos abrir un poco el juego, nuestros corazones están arraigados a la distorsión. Y es muy difícil salirse de ahí. Todos los integrantes escuchamos música que está muy ligada, muy guitarrera con base poderosa de batería y bajo. Indudablemente nos vemos unidos por eso. Hace diez años que nosotros, por lo menos, nos sabemos comunicar de esa manera. Después, sí, también escuchamos banda como ArcadeFire o Radiohead”. Y con humildad confiesa: “A nosotros nos tomó diez años empezar a sonar. Recién ahora estamos satisfechos con lo que venimos haciendo musicalmente. A veces hay que abarcar menos: a nivel objetivo fue dediquémonos a los instrumentos y hagámoslo sonar. Y que no quede dudas. Hacerlo bien con lo que hay, no es fácil. Y que suene funcional a la canción”.
Con libros como “Juguete Rabioso” de Arlt o “El gusano máximo de la vida misma” de Alberto Laiseca, Manzanitas parece remitir a bandas surgidas de la bohemia y los sótanos porteños de los ochenta o noventa. “Creo que la asociación es acertada. A nosotros toda esa época y esa escuela nos sirvió para volver a retomar esas armas en una actualidad que está procesada por otras cuestiones. No tanto por la calle y la lectura en papel, sino por la pantalla y videítos. Y las cuestiones y maquillajes nuevos en la música. A nosotros esto nos aportó una nueva forma de decir las cosas”. Y en la charla no puede omitir a la gran Patti Smith: “Me enseñó a pararme delante de la gente y leer un texto de un poeta maldito. Y después cantar una canción. El espíritu de decir y amplificar la voz artística”.
Nacidos en el 2009, Grazioli reflexiona sobre esta década de vida: “Yo creo que el premio mayor es que la banda siga en pie. Hace nueve meses nos habíamos separado. Dije: ‘yo me quiero dedicar a escribir’. Y me di cuenta que lo que había hecho era una pelotudez. Los chicos me querían matar (risas). El premio más grato es a la amistad, de soportarnos diez años en un proyecto artístico, no solo para pasarla bien. Reconociendo el valor del trabajo del otro. El premio más grande es la amistad. No puede caminar si uno se baja”.