Por Miguel Croceri
Frecuentemente, cuando se dice que una persona “salió del clóset” se alude a que hizo visible ante sus grupos sociales de pertenencia –y si es una persona famosa, ante la opinión pública– una preferencia sexual que mantenía oculta. Equivale a decir que se dio a conocer, que “se destapó”.
Margarita Stolbizer hizo algo parecido políticamente, y no tiene nada que ver con su sexualidad ni con su vida privada. Lo que produjo fue un cambio sustancial en su estilo político: convertirse en ultra-antikirchnerista, lo cual le está permitiendo un posicionamiento importante que nunca antes tuvo –a pesar de sus 61 años de edad y de haber sido dirigente política toda la vida–, y así salir de la intrascendencia.
Ocupa cargos públicos desde 1985, cuando ingresó como concejal por la Unión Cívica Radical en Morón, ciudad del oeste del Conurbano bonaerense donde nació y reside actualmente. Es diputada nacional casi permanente desde 1997 –excepto en el cuatrienio 2005/2009– y va por su cuarto mandato en la Cámara.
Integró el radicalismo hasta 2005, cuando se peleó con Raúl Alfonsín, se fue del partido, y tiempo después fundó el Partido GEN (Generación para el Encuentro Nacional). Fue tres veces candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires por tres partidos o alianzas electorales distintos, y allí salió cuarta en 2003, segunda en 2007 y tercera en 2011.
En la elección nacional de 2015, hace menos de un año, fue candidata a presidenta –por otra alianza electoral, la cuarta de su carrera– y ocupó el anteúltimo puesto, con el 2,51% de los votos (los cuatro lugares principales, en la primera vuelta electoral, fueron para Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa y Nicolás del Caño, del Frente de Izquierda, en ese orden, mientras que el quinto puesto fue para Stolbizer, y el sexto y último para Adolfo Rodríguez Saa, con el 1,64%).
Genuina representante de la socialdemocracia conservadora, Margarita Stolbizer se proclama “de centroizquierda”, y es una de las mejores exponentes de sectores de la vida pública que se solazan al considerarse “progresistas”. En Argentina, esa definición tiene resonancias autoelogiosas para un considerable sector de referentes políticos, intelectuales y culturales.
Y, sobre todo, para amplias capas de las clases medias urbanas, que conjugan en esa identidad sus aspiraciones de una sociedad mejor, pero sin contaminarse con las crueldades políticas que implica enfrentarse con los poderes fácticos –es decir, “de hecho”, permanentes, concretos y reales poderes que existen más allá de los cambios de Gobierno–, que están representados por las corporaciones económicas, mediáticas, judiciales y eclesiásticas, entre otras, y por su correlato internacional, que es la estrategia de dominación de Estados Unidos.
Alfonsín, un socialdemócrata muy distinto
En nuestro país, quizás el más corajudo socialdemócrata –al menos, el que ejerció el sitial más encumbrado de poder político-institucional– fue Raúl Alfonsín (aunque públicamente prefería que lo identifiquen simplemente como “radical”). Tuvo la valentía, desde ese lugar ideológico y con sus aciertos y errores, de enfrentar a la corporación genocida y ordenar el juzgamiento de sus jefes. Luego, resistió sus embates para derrocarlo, y en ese contexto promovió las infames leyes de Punto Final y de Obediencia Debida. También resistió las presiones de Ronald Reagan y toda la derecha mundial para sumarlo a las operaciones militares de Estados Unidos en Centroamérica.
Se negó además en su Gobierno a privatizar los canales televisivos y radios del Estado, lo cual era exigido por las corporaciones mediáticas (encabezadas por Clarín, que en ese tiempo era el diario más masivo, y que mediante una criminal asociación con su par La Nación y con la dictadura habían conseguido el monopolio del papel para publicar medios de prensa escrita –cuando no existía Internet–, pero que precisaba extender su poderío a los medios audiovisuales, algo que consiguió luego y de inmediato con Menem, para así llegar a convertirse en el cártel que es actualmente, y que tras haber estado a la defensiva durante el kirchnerismo, hoy vive con Macri un nuevo momento de gloria. Y de negocios).
Alfonsín resistió asimismo los embates económicos y políticos, e incluso los agravios personales en público, de la corporación terrateniente/agropecuaria. También resistió las presiones del poder económico local e internacional que le exigía privatizar las empresas públicas. Finalmente, ese mismo poder económico lo atacó con un golpe de mercado, demolió su poder, y el presidente debió irse del Gobierno cinco meses antes de cumplir su mandato.
Lejos de ese legado, Margarita Stolbizer representa todo lo contrario, aun desde una matriz ideológica similar. Es la socialdemocracia que establece alianzas con todas las corporaciones. Que encontró en sectores corrompidos de la judicatura y de los servicios de inteligencia la articulación de intereses clave para difamar y desgastar a Cristina Kirchner, a su familia y a todo su espacio político, y que busca meter presa a la ex presidenta para eliminarla de la política.
En este momento es figura estelar del Grupo Clarín, y sus apariciones en TN y Canal Trece, en el resto de la cadena nacional de veinticuatro horas de ese cártel, y en los demás medios más poderosos, le van construyendo una de las imágenes políticas más rutilantes de la actualidad. Que sirve con toda eficacia a los planes de Estados Unidos para destruir lo que las derechas llaman despreciativamente “populismo” latinoamericano, cuya versión en nuestro país es el kirchnerismo.
Volcado al bando conservador, el de Stolbizer es un sector que apuesta todo a constituirse en el ala progresista del nuevo bipartidismo que los poderes fácticos y la estrategia norteamericana manipulan para el futuro argentino. Un bipartidismo donde haya una fuerza política de derecha empresarial más fanática del libertinaje de los grandes capitalistas –liberalismo económico–, encabezada por Mauricio Macri; y como opción de recambio, una fuerza política de derecha más moderada y desarrollista, con peronistas y aliados diversos, encabezada por Sergio Massa (quien busca un posicionamiento opositor al macrismo desde el centro, y se refiere a su propio sector como un espacio de “gobernabilidad moderna y pluralista”).
Imágenes y competencia entre mujeres
Stolbizer tiene a su favor muchos rasgos que son de gran utilidad para construir su perfil político en una sociedad fuertemente mediatizada –como la argentina y casi todas las actuales–, donde la imagen se determina en gran medida por percepciones afectivas y emocionales de los públicos. Ella es sobria, habla pausado, no se exalta nunca, es serena, guarda hilación argumentativa y coherencia interna, tiene “cara de buena” y “cae bien” en ciertos sectores sociales con algún grado de potilización.
Tal vez la favorezca incluso su timbre de voz (ese sonido “de pito”) e inconscientemente quizás genere simpatía su marcada pronunciación de la letra “ese”. Hasta es posible que la beneficie su nombre de pila, porque “margarita” se llama también una bella flor, y el hábito de que periodistas y políticos la nombren de tal manera tiende a crear, en el imaginario de sectores sociales proclives a la influencia del discurso dominante, una sensación de cercanía, de afectividad, de alguien querible.
Completamente opuestos son los rasgos de Elisa Carrió, quien se destaca por su virulencia agresiva, su carácter destemplado, su propensión al desequilibrio emocional y sus desvaríos retóricos. En cambio, las dos comparten el trasfondo ideológico, sus alianzas pasadas y presentes, una relación personal y política de amor/odio, y un futuro hacia el año que viene donde, casi son total certeza, se enfrentarán inexorablemente por conveniencias electorales.
Es que Stolbizer y Carrió desean ocupar el mismo sillón en el Congreso: las dos quieren ser senadoras nacionales por la provincia de Buenos Aires, o sea que aspiran a los cargos más significativos y de mayor visibilidad que se disputarán en las elecciones legislativas de mitad de mandato.
Y aunque separadas por sus ambiciones personales, ambas están unidas por el ultra-antikirchnerismo y la obsesión compartida de destruir a Cristina, así como por un común posicionamiento público en el lugar de la moral impoluta y el “combate contra la corrupción”. Pero como este año Stolbizer “salió del clóset” y pasó a tener potencial arrastre electoral, ahora la cortejan tanto Mauricio Macri como Sergio Massa. Allí el macrismo tiene un dilema gravísimo, porque también necesita tener de su lado a Carrió.
A Stolbizer, el oficialismo podrá ofrecerle cargos ejecutivos, legislativos y hasta judiciales. Un puesto en el gabinete, o una candidatura al Parlamento, o quizás (aunque poco probable) un lugar en la Corte Suprema, para el cual ella ya se autopostuló.
Mientras tanto, dirigentes de su pequeño Partido GEN ocupan funciones en el Gobierno: el ex diputado Gerardo Millman es secretario de Seguridad Interior, mientras que un asesor de la legisladora, Alberto Föhrig, era hasta el momento uno de los subsecretarios de ese Ministerio, y acaba de ser ascendido a secretario de Coordinación, Planeamiento y Formación en Seguridad.
Asimismo, Stolbizer ubicó a su ex asesor Alejandro Pereyra, un defensor de los intereses del Grupo Clarín (así lo informaba la edición digital del diario Ambito hace dos años), como director del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), organismo de facto inventado luego de la ilegal derogación por decreto del contenido fundamental de las leyes de Servicios de Comunicación Audiovisual y de telecomunicaciones (Ley “Argentina Digital”).
Por su parte, Massa la tentará para que ocupe el segundo lugar, detrás suyo, en la boleta de senadores por la provincia de Buenos Aires. Esta alternativa parece hoy más probable que una alianza explícita con el macrismo, ya que cuando deban definirse las candidaturas (en el primer semestre de 2017) difícilmente esté “el horno para bollos” como para que los oportunistas se exhiban oficialistas. Les convendrá el perfil de “oposición responsable”, que vaya “por la avenida del medio”, como dice Massa mientras trata de aglutinar al peronismo no kirchnerista.
De todos modos, cualquiera de esas alternativas requiere que el kirchnerismo esté lo más debilitado posible. Con Cristina en libertad o presa, pero siempre bajo asedio continuo de la corporación judicial, las mafias de inteligencia, los cárteles mediáticos y el Gobierno nacional. Todos ellos cuentan a su favor con la actitud complaciente de poderosos dirigentes justicialistas con mando en la mitad de las provincias, fortísima representación legislativa –mayoría en el Senado–, y manejo de los sindicatos más poderosos y de las CGT en vías de unificarse.
A Stolbizer, entonces, la acechan políticamente otras dos mujeres: una es Elisa Carrió, quien ha sido y es su aliada o adversaria según los momentos, y otra su odiada Cristina Kirchner, a quien desea eliminar de la vida política mediante la “Inhabilitación para ejercer cargos públicos” (una noticia del portal “El Destape” recogió la referencia de la ex presidenta a ese tema).
Sin embargo, esa competencia es sólo la encarnación en personas ciertas y determinadas, de la disputa más profunda que se plantea para el futuro argentino: por un lado, el bloque de poder dominante, que tiene diseñado para las próximas décadas un nuevo bipartidismo funcional a la estrategia de Estados Unidos, donde se privilegien los intereses del poder económico local e internacional, y de todas las corporaciones; y por otro, un bloque de poder alternativo, anclado en los intereses populares, el desarrollo soberano del país y la integración latinoamericana, que el kirchnerismo representó durante doce años y medio de gobierno, y que ahora está sometido a sus pruebas más difíciles.