Por Melina Pirotti Sioli
Cerrar los ojos. Respirar. Respirar profundo y exhalar con fuerza. ¿Qué se sentirá vivir en el primer país del mundo que prohibió la deforestación? Probablemente las respuestas sean diversas, aunque todos en algún momento llegarán a la conclusión de que esta decisión les permitirá que el oxígeno que inhalarán, el motor de nuestro sistema respiratorio, les dará vida saludable a sus pulmones toda su existencia. Lamentablemente, solo Noruega dio el paso, aunque la esperanza de que sean más las naciones que se unan nunca se pierde.
En esta guerra que afronta el medioambiente contra el ser humano, que es el encargado de arruinar su integridad, el país nórdico ha dado un paso fundamental al comprometerse a prohibir, a través de las políticas de contratación pública, cualquier producto de su cadena de suministro que contribuya a la tala de árboles. Ya en 2014, en la Cumbre del Clima, uno de los gobiernos que anunció su compromiso de «cero deforestación» fue Noruega, acompañado por Alemania y Reino Unido. Sin embargo, el único que ha tomado las riendas y cumplió su palabra fue el primero. Además, decidió abandonar de forma absoluta la explotación y distribución de combustibles fósiles y gas para dedicarse solo a producir energía de forma sostenible.
La producción proveniente de la tala indiscriminada de árboles entre el 2000 y el 2011 en Argentina, Indonesia, Bolivia, Brasil, Paraguay, Malasia y Papua Nueva Guinea fue la causante del 40% de la deforestación y del 44% de emisiones de carbono en el mundo. Se calcula que el año pasado en nuestro país se perdieron un total de 80.938 hectáreas de bosque en las cuatro provincias que más sufren el desmonte: 25.513 hectáreas en Santiago del Estero, 23.521 en Formosa, 14.664 en Salta y 17.240 en Chaco. Estas alarmantes cifras engloban en un total de 2,8 millones de hectáreas perdidas en los últimos doce años.
A diferencia de estas naciones, Noruega hace décadas que demuestra su conciencia ambiental. En el siglo XIX se exportaba tanta madera a Europa y los ciudadanos abusaban de su uso para su bienestar que, a fines de esta etapa, el gobierno cayó en la cuenta de que si seguían explotando tanto este recurso se quedarían en un futuro próximo sin árboles. A partir de 1919 comenzaron a medir y evaluar los bosques en ciclos cortos. «Tras cinco años, la investigación se completa y el programa vuelve a empezar, volviendo a medir el quinto de las parcelas monitoreadas», expresó Knut Ole Viken, forastero del lugar, en una entrevista para la BBC.
Hoy Noruega tiene el triple de madera que hace cien años. Esto le permite limpiar un 60% de la emisión anual de gases de efecto invernadero. Además, aporta a la causa en otros países, tal como cuando donó en 2008 más de mil millones y medio de dólares a Brasil para reducir la deforestación. Esto permitió resguardar ocho millones y medio de hectáreas del Amazonas y evitó la emisión de 3,2 millones de toneladas de dióxido de carbono. Entre 2011 y 2015 aportó cincuenta millones de dólares para la protección de bosques en la Guayana de América del Sur. Esta decisión gubernamental sorprendió al mundo, ya que pocas son las veces que predomina el ambiente sobre el individuo. Viviendo en un planeta rodeada del egoísmo, este tipo de acciones llama la atención y permite que los noruegos resalten en la multitud.
El planeta Tierra está en peligro. El COVID-19 le dio ese respiro que hace años necesita. No obstante, cuando la normalidad vuelva, el avance de estos tiempos retrocederá en gran escala volviendo a dañar nuestro propio hogar. Es urgente que las naciones, en especial las del primer mundo, empiecen a pensar en políticas proteccionistas para el medioambiente, donde predomine el bienestar universal y que se vuelva un espejismo para el resto de los países. Si no se reacciona con los indicios de la naturaleza, los intereses individuales no habrán servido de nada.