Por Ramiro García Morete
El proyecto de fotografía documental y educación rural, impulsado por Erica Voget y Bernardo Greco, se enmarca en una serie de actividades virtuales propuestas por el Ministerio de Educación en homenaje al Año del General Manuel Belgrano
El cartel de coloridas letras de cartulina recortada al fondo contrasta con la desafiante postura del tierno luchador. Detrás de su máscara roja y amarilla apenas se filtran su ojitos y contrastan con el pintor de corbatín y cuadrille azulado. A esa edad se es un poco todo: niñx, héroe. Y alumnx. No sabemos si fue «Eri» o «Ber» quién tomo este bello retrato en la Escuela Intercultural N°174 de Blancura Centro, paraje perteneciente al pueblo Mapuche de Río Negro. “Trabajamos en equipo: las fotos son del proyecto”, definirá Érica Voget. Si bien con “Útero” había recorrido casas de mujeres de La Plata, viajar a través de la fotografía era un anhelo que guardaba desde tiempo atrás. En cierto modo, ese viaje la precede. No solo por su madre, “fotógrafa familiar” que alguna vez tomó un curso, sino también por Chocha. La abuela que hoy tiene 94 años,se dedicaría al oficio y casi como quien pasa la antorcha le obsequiaría a su nieta su Canon analógica. Recibida de calígrafa, Voget se metería de lleno en su propia búsqueda, de un marcado tono documental.
Tampoco sabemos si el corazón dibujado al fondo del pizarrón que rodea los nombres de «Eri y Ber» fue una broma de algún alumnito, parte del clima distendido al cumplir el rito de retratar y a la vez transmitir conceptos básicos para niñes que muchas veces no habían visto antes una foto impresa. Lo cierto es que esos dos nombres dibujarían más que un corazón al encontrarse en el 2018. Voget había terminado una diplomatura en fotografía documental y ya estaba escribiendo el proyecto con otro nombre. Al ver las fotos de Ameli y Lautaro (sus hijxs) había pensado en aquellxs niñxs que no tienen la chance de registrar algo más que una foto: una época de su vida. Junto a Bernardo Greco y su estilo casi pictórico, el proyecto se ampliaría a la par del nuevo equipo que hoy convive y suma a Dante y Nina en la casa. Tras el aporte de una impresora de una cooperativa en julio y el todo presentado, en agosto de ese mismo año tendría lugar el primer viaje a Formosa.
Casi dos años y once provincias después, alumnos de diversas primarias del país pudieron llevarse su foto grupal y personal… generalmente corriendo ansiosamente hacia sus hogares. Así como (casi) cualquiera puede tener un celular con cámara pero no cualquiera el ojo, no todas las fotos son lo mismo. Y detrás de ese retrato que muchas veces puede resultar seriado en forma, se abrevan miles de experiencias y el rito de representarlas e inmortalizarlas. Érica lo sabe, al ver la foto que su madre le envió de su padre por WhatsApp. Detrás de esa foto hay una Escuela y en cada escuela la idea de un Estado. Un Estado que debe ser popular y llegar a dónde el resto no llega. Algo así habrá pensado Belgrano cuando donó su premio por la batalla de Salta para que se construyeran escuelas. Algo así quisieron visibilizar, ya por fuera de la formalidad y con un enfoque más personal, estxs dos fotógrafxs platenses. Con su Nikon y Sony a pura luz natural logran capturar belleza y verdad con emoción, pero sin demagogia o descuido. “Memoria escolar” se llama el proyecto de fotografía documental y educación rural, impulsado por Erica Voget y Bernardo Greco, que se enmarca en una serie de actividades virtuales propuestas por el Ministerio de Educación. La serie curada por Rocío Mayor se puede recorrer online.
“Para nosotros es importante porque sentimos el apoyo del estado y nos permite llegar a una difusión más amplia a nivel nacional”, introduce Voget. “En muchas escuelas, la escuela es la única presencia del Estado, es el punto de encuentro de la familia, de la conexión con internet y muchas veces funciona como un lugar para almorzar”.
Con el deseo de recorrer las veintitrés provincias y quizá Latinoamérica, cuenta que “en realidad cada provincia es un proyecto en sí porque necesitamos gestionarlo, producirlo, para resolver lo económico, logístico, viajes, traslados”.
Respecto a lo artístico, “el resultado es una combinación de nosotros dos. Nos vamos puliendo y retroalimentando. Una de las líneas que sí teníamos pautadas era la continuidad lumínica. Trabajar con luz natural, lo más real posible. No usar flash ni luz artificial. Y la hora de la edición, también: lo más real posible, potenciando cada espacio”.
Como modalidad fotográfica, el retrato suele requerir una confianza que trasciende la captura: “Ese es nuestro desafío. En el poco tiempo que tenemos generar una confianza y una empatía. Que sea un vinculo natural con el fotografiado, sea un niño o una persona mayor”. Y aclara: “Lo que no queremos es la foto amarillista. Buscamos resaltar la belleza de la ruralidad, no es que desde lo urbano le hacemos una bajada de línea. Sino que buscamos adentrarnos en la vida y compartir sus vivencias y valorizar lo que tiene que es enorme y muy distinto a lo que estamos acostumbrados. Tratamos de retratar lo más fielmente posible y nuestra idea como fotógrafos es que se puedan visibilizar esas realidades. Para que sean un puente de una posible ayuda para las comunidades. Por eso nos interesan escuelas de difícil acceso. Buscamos ayudarlos a ellos de una manera que necesiten”.
“Viajamos con una impresora profesional y además les transmitimos conceptos básicos de foto -explica parte del proceder-. Y muchas veces también les mostramos el proceso de impresión, de la cámara a la notebook. Eso es parte del trabajo nuestro en la parte educativa. Y se lleva la foto a su casa ese mismo día”. Y agrega: “Cuando viene la entrega empiezan a buscar cómo están, cómo está el compañero. Se ponen ansiosos por mostrar y llevársela a su casa”.
Voget no tiene una foto preferida: “Lo que nos enamora es la diversidad que se va viendo a lo largo de cada viaje. El trabajo en general de lo que queremos mostrar: diferentes culturas, costumbres, lugares geográficos. Nos retroalimenta. Como una experiencia muy linda con la comunidad Mbya Guaraní Kokue Poty y la comunidad Andrés Guazurari en Misiones por el hecho de convivir en la selva, a unos 15 km de la ruta. Días donde la caza y la pesca eran fuentes de alimentación. Nos pareció increíble”.
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