No queremos que nos persigan, ni que nos aprendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen.
Néstor Perlongher
Un designio divino hizo que el poeta, escritor y activista Néstor Osvaldo Perlongher naciera en la víspera de Navidad. Un pesebre bonaerense que vio nacer al Niño Perlongher en 1949 en Avellaneda, al sur del conurbano. Una fecha especial y una oportunidad para volver a la memoria incendiaria de Néstor y, al mismo tiempo, una invitación a sacar la identidad rioplatense del clóset. Para ello, un breve recorrido por una historia de vida que conjugó poesía, erotismo, violencia y arenga para que reine en el pueblo el amor y la igualdad.
«Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad», justamente, fue en gran parte una premisa inmanente de la obra poética y literaria de Perlongher, inscripta en un barroco tan exquisito como plebeyo, llevando la dulzura tropical de José Lezama Lima o Severo Sarduy al frío melancólico y barroso del Río de la Plata. «Neo-barroso» es definido hoy como el estilo escritural de Perlongher, que tomó el neobarroco de arenas caribeñas para bajarlo al frío corrosivo del barro conurbanero. En estas tierras recogió las pistas dejadas por figuras como Pier Paolo Passolini o Carlos Correas (acaso el primer pensador queer de Argentina).
En tanto, muchos recuerdan su derrotero político más palpable en la experiencia del Frente de Liberación Homosexual (FLH), donde compartiera filas con otra entrañable pluma del interior bonaerense, Manuel Puig. Historia conocida (y no tanto) es la postal del FLH mezclándose en las columnas de Montoneros y JP para acompañar el retorno al país a Juan Domingo Perón, en la intensidad de los años setenta, donde la homosexualidad todavía era observada con desprecio por la izquierda, cuando no con sospecha y desconfianza por las vanguardias juveniles que veían allí el foco de una «desviación burguesa».
No obstante, la trinchera fundamental estuvo en las páginas insurrectas de su obra literaria. Desde los ejemplares inconseguibles de Poesía 80 donde Perlongher por primera vez corporiza una voz femenina y se pregunta «Por qué seremos tan hermosas», hasta el furtivo «Evita Vive» donde resucita a Eva Duarte en los angustiosos años ochenta para llevar luz a los nuevos desclasados, sufridos y marginales del fin de siglo, ya no en fábricas hacinadas, sino en burdeles y callejones del microcentro porteño.
En una exploración hasta entonces insólita de la «bisexualidad del lenguaje» –en palabras de Rodolfo Fogwill–, Perlongher se atrevió a manosear los tabúes del poder y la violencia, hechos carne en los cuerpos y las masculinidades, ahí donde muchos temen merodear, allí donde mandatos, prejuicios y etiquetas se desdibujan y los privilegios tambalean. Una lengua criolla donde arte y panfleto se fundían en una marea popular que pedía a gritos libertad. Con sensibilidad de poeta y precisión de antropólogo, en 1983 acuñó «La prostitución masculina», un agudo ensayo sobre la mercantilización de los cuerpos y la sexualidad y sus embates entre deseo y dominación, en los populosos guetos de Sao Paulo.
El sello inclasificable de Perlongher en la historia cultural argentina puso en jaque las corazas de la opresión de la masculinidad en los espacios más vulnerables de la sociedad, allí donde los despojos económicos, sociales, civiles y humanos hacen que todas las represiones siempre golpeen más fuerte. Su obra demostró que la poesía, el deseo y la militancia siempre buscan volver y patear las puertas de lo establecido. Y, dicho sea de paso, no sería mala idea que muchos muchachos que ocupan cargos de responsabilidad y gestión tomen nota sobre esto. Nuestro tiempo así lo demanda.
Tras una larga herencia de luchas y reivindicaciones de infinitas características y orígenes, vivimos tiempos donde los gritos de emancipación política, de justicia social, de una economía soberana hoy transitan codo a codo junto al reclamo por nuevos modos de entender las diversidades sexuales, los vínculos afectivos y relaciones personales libres de violencias. En esa búsqueda, la palabra de nuestros poetas, escritores, artistas y agitadores se vuelven un faro, como mínimo, necesario. Y, a valoración de quien escribe, Perlongher es pieza imprescindible.
Su lugar en la cultura argentina es un ejemplo de cómo género, poder y política son terrenos en disputa que tienen una tradición de hierro en estas tierras, a pesar de la incomodidad que –incluso hoy– genera en ciertos sectores esas tres categorías juntas.
Tomar esa guía es un puntapié para seguir el sendero de reivindicaciones en busca de un mejor mundo posible, tal como lo soñaron quienes estuvieron antes. En esa búsqueda, ahora tierra adentro de nuestra provincia de Buenos Aires, así como muchos piden hoy volver a Néstor y Cristina, otros exigen regresar a Perón y Evita, también es volver al otro Néstor, el del sur de la ribera. El del llanto barroso, la arenga setentista, el lamento rioplatense, el devenir de los cuerpos en la pirotecnia de los barrios populares. En el latido de nuestra historia bonaerense, Néstor vive.
En sus palabras, su prosa plebeya, sus papeles insumisos, sin dudas está la clave para repensar un mundo nuevo, de la realidad que queremos y aquella que ya no queremos. Así como también está la clave para una diversidad popular, sin el castigo de la desigualdad, del empoderamiento de quienes han sido callados y calladas. Una diversidad de la justicia, de los y las humildes, de utopistas y las revolucionarias de esta tierra.
Hoy cumple años Perlongher, a la espera de Cristo, a la vera del Riachuelo. Un brindis por su recuerdo imposible de normalizar. Tal vez, de esa manera, de aquí a un futuro no muy lejano hagamos honra a una de las más inspiradoras consignas del viejo FLH: vivir y amar libremente en un país liberado.