Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Azzaroni: «Nunca imaginé que iba a poder volver al país»

Por  Cintia Kemelmajer

La de Omar Azzaroni es la historia del niño que soñaba con ser doctor en Química. Lo logró y con creces. Eso le permitió dar la vuelta al mundo. Pero la historia del país lo marco y volvió a las fuentes: hoy es el vicedirector del INIFTA de La Plata.

Es que Azzaroni no es sólo un científico repatriado que volvió de Alemania –adonde cumplía con su beca posdoctoral en 2008–, cuando decidió apostar de nuevo a hacer ciencia en el país.

La leyenda cuenta que, cuando era apenas un estudiante que venía en tren desde Bernal, se quedaba hasta altas horas de la noche en este mismo instituto aprendiendo, al lado de los investigadores que aquí trabajaban.

Y que no le importaba volverse tardísimo hacia su casa. Él no dirá nada de eso, pero sí recordará cuando a los diez años, como una revelación divina, les anunció a los padres lo que quería hacer con su futuro.

Sin antecedentes familiares que avalaran su deseo –papá inmigrante de oficio herrero y mamá ama de casa– les comunicó su misión digitada por su consciencia: “Quiero ser doctor en Química”.

Hay una razón de ser para esta entrevista. Es una ley que comenzó como idea en 2003 y se promulgó el 11 de noviembre de 2008: la 26.421.

Esa ley estableció que el Programa Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior (RAICES), creado en el ámbito del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, sería asumido como política de Estado.

Entre sus principales objetivos, el inciso “e” fue clave: “Facilitar el retorno al país de aquellos investigadores, tecnólogos y profesionalesaltamente capacitados que deseen reintegrarse y continuar su actividad profesional en instituciones del país”.

El químico Omar Azzaroni, de cuarenta años, es uno de ellos. El día que volvió al país repatriado se lo acuerda con fecha y todo, porque era año bisiesto: aterrizó un 29 de febrero de 2008.

Había cursado el colegio industrial en Bernal, después la carrera de Química en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad Nacional de La Plata y el posgrado también.

Una vez cumplidos sus primeros objetivos, se dedicó a convertirse en ese doctor que anunció que sería a los diez años, cuando todavía jugaba con los tubos de ensayo. Para eso, a los treinta, se mudó a Europa.

Su primer destino del otro lado del charco fue Inglaterra. Llegó solo un 10 de septiembre de 2004 arrastrando su enorme valija. Había ganado una beca Marie Curie.

En uno de los casilleros de la beca, estaba la opción de una “fase de retorno” al país de origen del investigador: Azzaroni lo completó con un “no”.

“No era que no quería regresar –recuerda–: era que nunca me imaginé que el panorama iba a cambiar tanto”. En Inglaterra se quedó dos años y medio en la Universidad de Cambridge investigando sobre química supramolecular: la unión entre moléculas.

Pero como su curiosidad no se agotaba en ese tema, decidió hacer un estudio posdoctoral en interfaces, esta vez en Alemania, en el Instituto Max Planck.

El rasgo que más le abrió puertas afuera fue la adaptabilidad. “No conocí a ningún investigador al que le haya ido mal afuera, y todos comparten ese rasgo” ¿De qué se trata ese asunto de ser adaptable en el mundo de la investigación? Azzaroni lo explica así: “Yo vi que allá tenían muchísimos medios, gente muy capaz, pero no tenían ese plus de rebusque que tiene el argentino”.

Una anécdota que le sucedió en Alemania refuerza ese sentido. Con una compañera tenían que medir algo que en el mundo real suena a chino: “Un potencial zeta en una superficie plana”.

Pero la becaria estaba derrotada: faltaba el equipo necesario para hacerlo. Azzaroni, en cambio, propuso medirlo de forma alternativa y obtener un dato proporcional. El resultado fue satisfactorio, y sus compañeros de equipo quedaron fascinados.

“Eso –le dijo en esa oportunidad su jefe alemán– es lo que más me gusta de ustedes los argentinos: no se desesperan”. Cuando volvió repatriado a Argentina, eso sí, se encargó de que en el INIFTA haya una máquina para medir potenciales zeta en superficies planas: hoy es el único instituto del país que lo tiene. “Parte de mi raye”, confiesa entre risas.

A pesar de que se sentía a gusto en el exterior, Azzaroni, cada vacación que tenía, aprovechaba para volver a La Plata. Así fue que comenzó a ver los cambios en materia de financiamiento a la investigación y a desear la vuelta.

Entre medio del dilema del regreso, en el Instituto Max Planck le ofrecieron un contrato por cinco años para ser Group Leader de un equipo de investigación. Pero Azzaroni no sucumbió a la tentación y, decidido como cuando a los diez años anunció como una profecía que se convertiría en doctor en Química, esta vez se dijo que volvería a Argentina.

SECCIONES